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La simple idea me provocó náuseas

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La simple idea me provocó náuseas. Una parte de mí se negaba a dar algún tipo de veracidad a las sospechas de Ayrel sobre quién era el verdadero responsable; Elphane no podía ser tan... tan cruel y retorcido. No podía haber decidido llegar tan lejos con el único propósito de obtener aquellos objetos mágicos.

—Es suficiente.

Aquella orden provino de Rhydderch. Me fijé en su expresión hermética, en sus labios fruncidos; no era capaz de adivinar lo que podría estar pasándosele por la mente después de escuchar a Ayrel. Si la habría creído sin poner en duda su palabra.

La fae no insistió, se limitó a apretar los labios, sosteniéndole la mirada al príncipe.

—Vesperine —Rhydderch se dirigió a mí con un tono que pretendía enmascarar la tensión que flotaba en el ambiente después de que Ayrel hubiera verbalizado sus sospechas sobre quién era el responsable detrás de las desapariciones que habían ido sucediendo a través de los años—, deberías regresar al dormitorio e intentar descansar.

El cansancio que se había aferrado a mis huesos tras haber desaparecido el sortilegio de mi madre parecía haber remitido. Sin embargo, aquella explosiva reacción que había despertado mi magia me había pasado factura: notaba una molesta punzada en las sienes y nuca, además de un ácido sabor en la punta de la lengua. El interior de la cabaña parecía haber disminuido de tamaño... o quizá sólo era impresión mía.

—No puedo descansar sabiendo que Elphane es... es el responsable de todo —le dije, más cortante de lo que pretendía. Todavía no era capaz de asimilar la magnitud de ese hecho, de todo lo que implicaba.

«La reina se llevó a Brianna... puede que a la princesa Alera también», pensé con un nudo en la garganta. Aún recordaba el dolor de lady Laeris al hablar de su única hija, la herida que todavía cargaba Altair por su amiga; incluso recordaba la rabia del propio rey de Agarne en la reunión que se hizo con otros líderes en Merain, después de que el tío de Altair desvelara que los fae habían estado entremezclándose con nosotros, aunque hubiera estado equivocado sobre los motivos.

—Tú puedes cambiar las cosas, pequeña espina —dijo entonces Ayrel.

El nudo de la garganta se estrechó más al comprender lo que no estaba diciendo la Dama del Lago: como heredera de la reina Nicnevin, tenía el poder suficiente para romper con aquel legado que la familia real había estado siguiendo, quién sabía desde cuándo; estaba en mis manos la posibilidad de poner fin a las desapariciones, a la incesante búsqueda de los tres arcanos.

«Y no voy a permitir que permanezca en su poder, no cuando lleva el escudo de Elphane grabado dentro de la caja», la voz de Eoin regresó a mi mente, haciendo que sintiera un pellizco en el pecho. El arcano que habíamos encontrado en la cámara real del palacio de Merain pertenecía a mi reino, y no quise tomarme aquella coincidencia como una retorcida señal por parte de los antiguos elementos.

          

Una señal que parecía apuntar en una clara dirección.

—Tú eres la única que puede liberarle —agregó Ayrel, refiriéndose a Gareth.

Un escalofrío descendió por mi columna vertebral. Por el modo en que sus ojos dorados me contemplaban, parecían indicar que no existía otra opción; si era cierto que la reina de Elphane conservaba al príncipe heredero, era mi deber liberarlo. Ya no solamente por Altair y lo que supondría de cara al futuro, sino por mí misma. No había mentido a Rhydderch al confesarle que no estaba preparada para que la verdad saliera a la luz y tuviera que enfrentarme a mi destino como la princesa que todo el mundo creía muerta, pero esto cambiaba por completo mis propios deseos, mis planes de permanecer en la sombra el tiempo que necesitara hasta asimilar quién era en realidad.

Busqué la mirada del príncipe fae. La oferta que me había tendido de permitirme encontrar refugio en Qangoth parecía ser una idea lejana... Una idea que parecía quedar fuera de mi alcance. Los iris ambarinos de Rhydderch ya estaban fijos en mí cuando nuestras miradas tropezaron; tuve la sensación de que el príncipe sabía perfectamente lo que estaba pasándoseme por la mente sin necesidad de emplear su poder.

—No le debes nada a nadie —me aseguró y supe que no estaba diciéndolo por el hecho de hacerme sentir bien, de aligerar el peso que suponía ser egoísta e ignorar lo que Ayrel había estado pidiéndome de forma tácita.

Una sensación de agobio se expandió por mi pecho cuando tuve que enfrentarme de nuevo a la Dama del Lago. Mi enfado por el modo en que parecía haberme utilizado siendo niña, allanándole el camino para cuando llegara este momento, se había minimizado al descubrir que Elphane había cometido semejante atrocidades motivado por aquel deseo de hacerse con los arcanos.

—Yo... —las palabras no lograban salir con facilidad de mi garganta. Sentía que el aire empezaba a faltarme—. Necesito tiempo.

Al igual que le había pedido a Rhydderch respecto a nosotros, miré a la Dama del Lago con la esperanza de que lo entendiera, tal y como había hecho el príncipe fae. Todo era demasiado enrevesado que no sabía qué hacer; Ayrel esperaba que recuperara mi identidad y la usara para liberar a Gareth, para convencer a la reina para que cesara en su labor de hacer desaparecer humanos con el propósito de que eso disuadiera a quien tuviera los arcanos para que se los entregara.

Pero yo no estaba segura de poder hacerlo.

La reina Nicnevin creía que estaba muerta. Quizá hubiera enviado a alguien al bosque al no tener noticias de mi guardián, descubriendo la cabaña reducida a cenizas; si ahora aparecía de la nada... ¿Me creería? El círculo negro que rodeaba mis pupilas era señal inequívoca de a qué reino pertenecía, a qué linaje. Sin embargo, ¿y si la reina pensaba que se trataba de un truco? ¿De un logrado sortilegio para hacerme pasar por la princesa perdida? Los recuerdos que tenía de ella eran demasiado antiguos; los años habían pasado y había escuchado los rumores en los Reinos Humanos, las escalofriantes historias que corrían sobre la reina.

La Dama del Lago no volvió a decir una sola palabra al respecto.

Contemplé las palmas de mis manos como si en ellas estuviera escrita la solución a todos mis problemas. Ayrel había dado por concluida la conversación después de que yo casi suplicara por un respiro mientras tomaba una decisión; la Dama del Lago se había disculpado, abandonando la cabaña en un silencio tenso. Rhydderch, por el contrario, se mantuvo en su sitio, sin añadir nada más.

Los segundos siguieron transcurriendo entre los dos, haciendo que el nudo que sentía sobre la garganta no desapareciera. La posible vinculación de Elphane con las múltiples desapariciones, y en especial con la del primo de Altair, no quería desvanecerse; las sospechas de Ayrel al señalar a la reina Nicnevin parecían cobrar sentido mientras repasaba toda la conversación en mi mente.

THORNSWhere stories live. Discover now