Celia terminó de arreglarse y se acercó a la puerta de la casa donde Samara la esperaba con el semblante serio y los músculos en tensión. Seguía reacia a que la muchacha hiciera aquella locura.
—No te preocupes, Samara. Todo saldrá bien —la intentó tranquilizar la joven cogiendo la mano de la elemental.
La mujer asintió y le abrió la puerta.
Celia salió al porche, bajó los escalones y se dirigió hacia la verja de hierro, despacio. Inspiraba y expiraba intentando tener la fuerza necesaria para llegar hasta el callejón que se encontraba detrás del orfanato. Vio el coche negro desde donde Patricio la vigilaba, pero lo ignoró. Debía pensar que ella no sabía que él estaba allí. No podía hacer que intuyera el plan que habían diseñado para que él mismo los llevara hasta Gabriel.
La muchacha caminó por las calles, consciente de que estaba siendo vigilada por Patricio, pero también por Aaron, Eric y Jonathan, el futuro marido de Miriam. Continuó su camino pasando delante de la comisaría diez de isla Pyrena y se detuvo unos segundos en la puerta para tomar un poco de aire. Las fuerzas le estaban fallando. Respiró hondo varias veces mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. «Gabriel», lo llamó.
Ya casi estás, nuera. Relájate y déjate llevar —la animó Aaron en su mente.
La chica asintió levemente, se impulsó a continuar y se irguió todo lo que pudo. Cogió aire y comenzó a andar hacia el orfanato.
Llegó con dificultad hasta la puerta y llamó al timbre. Sor Águeda salió a su encuentro, la abrazó y entró con ella para guiarla hasta el salón y saludar a sus alumnos.
—Profe, ¿ha venido sola? —le preguntó Lola, una menuda niño pelirroja con pecas y muy presumida.
—Sí, cielo.
—¿Por qué no ha venido el comisario? Queríamos darle las gracias por regalarnos la consola. La señorita Amanda nos la trajo ayer —quiso saber Víctor mientras jugaba a la maquinita.
Celia tragó saliva y contestó:
—Está trabajando. Le daré las gracias de vuestra parte.
—Qué pena —se lamentó el niño—. Pensaba darle una paliza en las carreras de coches. He practicado mucho.
—Otro día vuelvo con él, ¿de acuerdo? Seguro que quiere batirse contigo.
—¡Genial! Lo voy a machacar.
—Tengo que irme. Portaos bien con las hermanas y la madre superiora o ya sabéis cuál es vuestro castigo —les advirtió la chica al levantarse del sillón con bastante esfuerzo.
Víctor corrió hacia la consola en cuanto escuchó la palabra "castigo" y la abrazó como si quisiera protegerla.
—Hasta luego, profe —la despidieron al unísono los niños.
Sor Águeda la acompañó hasta la puerta y la abrazó.
—¿Te encuentras bien? —quiso saber la hermana observando el rostro ceniciento de la joven y el cansancio en su cuerpo.
—No se preocupe, hermana.
Otra monja salió de la cocina con la bolsa de basura en la mano y se acercó hasta ellas. Saludó a Celia y estaba a punto de abrir cuando la muchacha le habló:
—Hermana Soledad, yo sacaré la basura.
—No es necesario, maestra.
—Insisto. Yo ya me voy, así que, me queda de camino. No es molestia.
—De acuerdo. Muchas gracias —le agradeció la hermana con una sonrisa.
—Hasta otra —se despidió Celia cogiendo el asa de la bolsa que la monja le ofreció.
ESTÁS LEYENDO
Elementales I: Fuego
RomanceLos Elementales son la raza que guarda la seguridad de los habitantes de las siete islas. Tras el nacimiento de uno de ellos, una bruja hace una profecía, pero esta profecía no es seguro que se cumpla y, menos, si la bruja no pone de su parte para e...