02| Sagitario con S de sal de mi vista

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No importa cuanto tiempo lleve trabajando en éste lugar siempre me parecerá curioso como es que en ciertas horas del dia el mercado luce increíblemente vacio mientras que también hay momentos donde pienso "en un apocalipsis zombie aqui quedo" de tanta gente que hay.  

Afortunadamente en este momento estoy en lo primero, no pasa ni un alma por aqui. Y si, digo afortunadamente porque no vaya a ser que ahorita se me cruce un zombie y empiece un apocalipsis.

No me vi todas las temporadas de The Walking Dead y Resident Evil para morirme en una situación asi, me sentiría muy, pero muy decepcionado de mi mismo.

Tome una zanahoria y comence a cortarla con cuidado. Regina se fue a la escuela, papá aún no regresa del campo y mamá fue a ver porqué papá no regresa del campo. Y yo, como siempre, estoy solo con mi soledad vendiendo verduras en el mercado.

¿Será acaso que en mi vida pasada le di latigazos a Jesucristo o por qué la vida parece no quererme? Aunque no se, quizá sea yo el problema. No salgo a fiestas asi que no es fácil para mi conocer gente nueva, solo estoy esperando que venga el chico de mi sueños a tocar la puerta de mi casa o a comprar algo aqui en el mercado porque de otra forma no creo poder conocerlo nunca.

Quizás debería ir a que me lean las cartas del tarot, no vaya a ser la de malas que este destinado a llegar a la vejez solo, soltero y con mil gatos.

Acepto los mil gatos pero no la soltería.

—Hola. —deje de ver a las zanahorias que estaba cortando cuando escuche que alguien me hablo, ese alguien, para mi desgracia, fue Diego— Mi papá me dijo que viniera a comprarte un kilo de jitomate.

Ahí estaba él, él culpable de que hace unos dias haya pasado un mal rato, pidiéndome un kilo de jitomate.

Asentí con la cabeza, tome algunos de los jitomates más rojos que encontré y los puse sobre la báscula. Sonreí victorioso cuando la máquina marco un kilo exacto, tome una bolsa de papel biodegradable y guarde ahí los jitomates.

—Le cobro cuarenta, por favor —dije con tranquilidad extendiéndole la bolsa.

Hay que ser profesional.

Un cliente es un cliente.

Hay que dejar los asuntos personales atrás.

—¿Vuela o que madres?

Pero éste tipo solo no ayuda.

Él estaba sonriendo descaradamente, lo que hacía muy obvio el hecho de que se estaba burlando de mi.

—Lo siento, lo siento. —aunque dijo eso seguia sonriendo— Perdona, es que te veías muy serio.

Nunca antes habia sentido tanta necesidad de borrarle a alguien la sonrisa de su rostro como lo siento ahora mismo.

Si estuvieramos en medio de un apocalipsis zombie ya lo habría usado como carnada.

—¿Y crees que burlarte de mi me dara risa? —pregunté, con el tono de voz menos agradable que tengo.

—No buscaba que te rieras —respondió, sin quitar esa maldita sonrisa dándome dos billetes de veinte pesos—, solo quería que cambiarás la expresión en tu rostro y lo logré, ahora parece que quieres golpearme.

—¿Te parece que ésto es un circo o me viste cara de payaso? No soy tu entretenimiento.

—Definitivamente eres escorpio. —tomo la bolsa con sus jitomates y yo metí el dinero en la pequeña cesta debajo del mostrador.

Fue hasta que senti un sabor metálico en la lengua que me di cuenta de que estaba mordiendo mi labio. Éste tipo es más molesto de lo que recordaba.

—¿Y eso a ti que te importa? —yo estaba muy molesto pero él seguía igual de sonriente que cuando llego.

Entre muslos, pechugas y zanahorias Donde viven las historias. Descúbrelo ahora