Capítulo XXX

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Samantha

Al llegar a casa, lo primero que hago, es dejarme caer en el sillón, sentada. Últimamente tengo un cansancio emocional que no puedo explicar. Desde que me fui de su casa ese día... no puedo dormir, no tengo apetito casi y no tengo energía para hacer nada.

Estoy rompiéndome por dentro. Mi corazón se está rompiendo poco a poco. Aunque aún late. Aún lo siento latir en mi pecho. Aún estoy viva.

En estos cuatro días que no la he visto, pensé tantas cosas que siento que estoy así de dolida porque me enamoré de ella. ¿Sino por qué estaría tan mal por una chica? Ella no es una cualquiera.

Estoy tan metida en mis pensamientos, que apenas logro darme cuenta de que mi padre trae dos tazas de... ¿café?

—¿Fue un mal día? —pregunta.

—Digamos que sí.

Se siente raro llegar a casa y que él esté despierto haciendo algo en la cocina. Algo para los dos. Algo que no lo veo hacer hace mucho.

También trajo un plato de galletas con caritas sonrientes.

—Déjame un lugar —pide, y me hago a un lado.

Agarro la taza que usualmente uso (la que me regaló Marcus en mi cumpleaños) y tomo de mi café con leche y una cucharada de azúcar. Siempre me gustó así. Me sorprende que aún lo recuerde.

—¿Cómo te va en el trabajo? —escucho que pregunta.

—Bien —respondo.

—¿Ganas buen dinero?

—Sí.

La verdad no tengo fuerzas para esforzarme a pensar en una mejor respuesta. Y como no digo nada más y él tampoco, quedamos en silencio durante unos largos minutos.

—Y..., ¿tienes a alguien que te acompañe durante esas horas? Que yo sepa trabajas sola.

Dejo de tomar el café con leche y alejo la tasa de mis labios para responder.

—Sí, ya no estoy más sola, de hecho. Hace dos meses que tengo un compañero. Nos llevamos bien. Somos del mismo signo. —Suelto una risa nasal al recordar que casi no nos soportamos, y se me escapa una sonrisa. Maldigo a mis adentros cuando mi padre vuelve a hablar.

—Mmh..., algo me dice que ese chico te... —Se me borra la sonrisa. Ni siquiera quiero escuchar que lo diga.

—Te equivocas —interrumpo—. No me gusta.

—¿Por qué? ¿Ya estás con alguien?

Nia vuelve a mi cabeza por quinienta vez en el día. Ya no sé cuántas veces pensé en ella hoy.

—Sí..,

—¿Quién es el...?

—...pero no es un chico.

Ya no me importa nada. ¿Qué podría pasar? Ya está pasando lo peor. Si no me acepta, tendré una razón para buscar una casa y mudarme. O un edificio.

Da igual. Se lo he estado escondiendo durante siete años. Ya fue demasiado. Es mi padre, tenemos la misma sangre, tendría que aceptarme como soy. Eso se supone que debe pasar.

Trago saliva, metida en la adrenalina.

—Es... una chica —no logro mirarlo a la cara— porque.., me gustan las chicas.

No logro mirarlo aunque lo intente, pero estamos tan cerca, que siento el abrazo que me da.

¿Mi padre... me está abrazando... por primera vez?

Bailar Así Por Siempre [en proceso de edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora