18.

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El fin de semana llega y eso significa que debo acompañar a Darío a ver pisos. Con suerte, elegiremos uno hoy y en un par de días estará mudándose.

Aunque eso no parece suerte, al menos no para mí.

Después del encuentro tenso en el baño, solo he podido fantasear con estar un momento a solas con él. Sin embargo, la duda de si debería darle rienda suelta a las imágenes en mi cabeza o no me asaltan cada vez que quiero intentar algo.

Es muy pronto, tenemos semanas de noviazgo. Tampoco quiero que piense que soy una necesitada o presionarlo a hacer algo que no quiera.

Aunque la erección en sus pantalones el otro día me haya dicho lo contrario...

—Mierda —mascullo, negando con la cabeza. Unos toques en la puerta me hacen enderezarme en mi lugar y respiro hondo, sabiendo quién es. Me acerco a la misma y abro, sonriendo cuando lo tengo enfrente—. Hola.

—Hola, ¿lista? —pregunta, suena ansioso.

—Sí, claro. Le pedí a Pascual que nos lleve —le comento y él se sonroja de inmediato—. No sientas pena, el pobre apenas ha trabajado esta semana conmigo de vacaciones. Estará emocionado por hacer algo, vamos.

—Bueno, si tú lo dices... —murmura y nos encaminamos a la salida.

Pascual hace el amago de abrirme la puerta, pero Darío se le adelanta y me deja pasar primero, sacándome una sonrisa. Nuestro querido chofer se adentra junto con Darío, quien se sienta a mi lado y me toma de la mano, entrelazando nuestros dedos.

—¿Sabes algo? Después de ver los pisos, podemos ir a tomarnos algo —musita cerca de mi oído, erizándome los vellos de la nuca—. Después de todo, le debo una cita, señorita Díaz.

—Eso es muy cierto —concuerdo, alejándome para verle y sonreír—. ¿Almorzaremos fuera entonces?

—Sí —asegura y besa mi sien en un gesto que se me hace cariñoso.

Nos adentramos en el primer piso. Este es un anexo que cuenta con tres puertas: la principal, la del baño y la de la habitación. Hay una barra que separa la cocina de la sala-comedor, no tiene horno y la cocina es eléctrica. Tiene nevera, un sofá, una cama con colchón, mas no lavadora.

—Mm, eso a la larga es malo. Cuando saques cuentas, lo que gastas en lavandería te va a dar para pagar un mes más de alquiler —murmuro en su oído, pues el arrendador está a dos metros de nosotros, señalando no sé qué pues no hay mucho que mostrar.

Los siguientes pisos no dejan mucho que deseas tampoco: que si el suelo es de alfombra y no viene con aspiradora, no viene con nevera, tiene gas pero no es directo, solo el baño tiene puerta, etc.

Para el mediodía, ya hemos visto unos cinco pisos y mis pies gritan por una silla donde sentarme. Pascual no se puede quejar, hoy ha tenido que manejar lo que no ha hecho desde que salí de vacaciones.

Nos adentramos en un café al que no le vi el nombre, pero nunca había venido antes. No es tan sofisticado como el Toscano, pero tiene ese ambiente caluroso que para mí es requisito que tenga una cafetería. Hay plantas en cada cierto tramo, estampados caribeños en algunas paredes y mesas de un color verde muy oscuro que combina muy bien.

Darío abre la silla para mí y me siento, sonrojándome por ese gesto tan básico. Él arrastra su butaca, causando un ligero chirrido que nos hace reír, para acercarse a mí y esperamos a que llegue el mesero a tomar nuestras órdenes.

Pedimos pizza capresa con extra de parmesano y de tomar unas limonadas frappé. El mesero afirma antes de marcharse y vuelve en un santiamén, rellenando nuestras copas de agua y dejando una canasta con pequeñas rodajas de pan de ajo.

Embriagarte de mí | Libro 3 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora