Ceñuda, Ramona observó a la joven frente a ella. Desde que cerró la puerta y tomaron asiento, no había dicho nada, ni siquiera le dirigió la mirada. Se quedó ahí, ausente y con un aura de intranquilidad acrecentándose a cada inhalación. Ella creía saber el motivo, pero si algo le enseñaron tantas vivencias, fue a comprender que hay momentos para hablar y muchos otros para callar; aun evaluaba cuál de los dos era aquel.
—Doctora —dijo y repitió un par de veces, hasta lograr que Julia centrara la vista en ella—, si quiere podemos empezar otro día.
—Discúlpeme, no sé dónde tengo la cabeza. —Dispuesta a cumplir con su deber, se reacomodó en el asiento y echó hacia atrás los hombros. La maraña en su pecho jaló el hilo del raciocinio, pero se esforzó al máximo por conservar la profesionalidad de su investidura—. Como ya le dijo Jaime.
Nombrarlo derrumbó el diminuto autocontrol que logró recuperar. Frotó una palma contra la otra, y volvió a enfocarse en desterrar la escena atestiguada minutos antes. Pamela había entrado a ese espacio que era de ellos dos, dócil y con esa vocecita, aguda y femenina, adueñándose del aire.
Julia solo pudo visualizar con claridad el cuerpo de perdición y la boca seductora con la que se dirigió a Jaime; Ramona y ella se convirtieron en espectadoras invisibles.
¿Por qué fingió estar bien? Aunque admitía que el beso tierno con el que se despidió fue un destello de paz, no quería que se fuera con esa mujer ni que su cordura se consumiera al pensar en ellos. No iba a negarlo; los celos la atragantaban. El desagrado con el que Jaime le respondió a Pamela la primera vez que los vio encontrarse había desaparecido por completo y dio entrada a la anuencia y a algo más que no identificaba.
¿Añoranza tal vez?
—Tampoco me agradó que esa descarada viniera a buscarlo.
La voz de Ramona la regresó junto a ella de un manotazo.
—¿Cómo?
—Por eso estás así, ¿verdad? —La anciana se puso de pie y cambió de lugar al sillón al lado del que ocupaba Julia. Con ternura, cubrió con su mano arrugada la de la terapeuta—. Niña, tú serás la doctora, pero yo estoy muy vieja. También la conozco, la vi una vez hace mucho en el otro consultorio del doctor y a mí no se me olvida una cara. Él me dijo que era su novia, pero no se llevaban nada bien. Después supe que ya no estaban juntos. Por esos días él estuvo muy mal.
—Señora Martínez, de verdad no sé qué me sucede, estoy siendo muy poco profesional —externó, tan desvalida y confundida que en la mujer mayor nació el impulso de darle una palmadita en las manos.
—Te pidió permiso para ir con ella, así que debes ser muy importante para él. Tú, no ella.
A cada segundo, la vergüenza era mayor. Julia recapituló lo mucho en que debió fijarse la anciana para darse cuenta de todo con tan escasa información.
—Ahora a las mujeres les dicen que tienen que pelear a cada rato; los hombres siempre lo han hecho. Todos están muy ocupados con esos celulares del diablo, no se ven la cara y cuando lo hacen es para decirse lo primero que se les ocurre. A dos de mis hijos se les hizo más fácil divorciarse que sentarse una hora todos los días a conversar con las personas que decidieron compartir la vida. Ya no se respeta nada.
Julia sonrió, Ramona era la encarnación de una generación en pugna con la otra; una mezcla tierna entre lo que se quiere dejar atrás y al mismo tiempo, se necesita.
—Tú no seas tonta, a veces es bueno no decir nada. Aguantarse un poco, no mucho.
—Gracias, señora Martínez.
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¿Y si me analizas y yo a ti? #PGP2024
RomanceJaime y Julia son dos terapeutas poco compatibles; sus métodos y filosofía de vida son diametralmente opuestos. Sin embargo, cuando ambos alquilan el mismo consultorio por error, intentarán trabajar juntos mediante una débil tregua. A pesar de un...