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Hay cosas mucho, mucho mejores por delante que las que dejamos atrás.

 William Shakespeare.


Fue extraño dejar el convento, las monjas sabían que cuando ella se enterara de su dinero ya no debería permanecer con ellas; debía empezar a vivir. Sor Juana Ines seguiría administrando la empresa hasta que pudiera hacerlo sola. Además contaría con la ayuda de la familia Reynolds.

Lo próximo y más importante por lograr era que quitaran la custodia que tenían las monjas sobre ellas. La hermana sor Juana le había dicho a Edward que había algo raro en todo ese asunto, después de todo ella no había logrado nada en casi 15 años. Algo más estaba pasando que un simple doctor considerando a Joan incapaz de hacer algo por ella misma.

Por el momento, Joan se quedó con Edward y Phil. Estaba un poco mareada con todo, eran muchos cambios para ella. Una de las cosas que más la sobrecargó fue la actitud de la señora Amanda llevándola de compras cada vez que podía. Ropa, libros, artículos de librería, departamentos para que ella viva, una computadora, un celular, una tablet... Cada vez que veía a la mujer acercarse a ella comenzaba a palidecer un poco.

Edward se dio cuenta y cuando podía la rescataba diciendo que era mejor que Joan fuera con su abuelo para comenzar a familiarizarse con algunas cosas relacionadas con su empresa. En cuestión de un mes la asociación de ambas empresas se terminó. Hacía un año que la hermana Juana Ines venía trabajando para eso.

Quisieron armar una celebración por la unión, pero esa fue la gota que rebalsó el vaso e hizo a la mujer explotar. No quería bajo ninguna circunstancia verse involucrada en semejante situación. Casi se puso a llorar por la presión. Esto la dejó más afectada de lo que se podía ver a simple vista ya que ni ella misma se reconoció ya.

Se acercaban las fiestas una vez más y solo quería tranquilidad. Por eso, los señores Reynolds la invitaron a pasar con ellos las fiestas en el pueblo al que había ido a mitad de año por las vacaciones de verano.

Antes de que se negara enviaron a su arma secreta, Phil. La niña la convenció diciéndole que todavía tienen que ver las estrellas que solo se ven en invierno y que ya se le había pasado el susto por los tres hombres.

Con la dulzura e inocencia de la niña no pudo, no tenía defensas contra ella. Así es como se encontraba sentada en un mullido sillón cerca de un enorme ventanal con una frazada de lana en las piernas y una taza de café en las manos.

- Por un momento pensé que no aceptarías venir con nosotros. Realmente pensé que te ibas a negar incluso cuando la madre superiora te aconsejo venir a meditar en las montañas. Como si fueras un monje o algo así. - Dijo Edward con una pequeña sonrisa en su rostro mientras la miraba sentado a su lado con una taza de chocolate.

Estaban solos en la sala. Él estiró su mano y tomó uno de los mechones del cabello de Joan. Después de haber sido internada se olvidó por completo de su rutina; con tantas noticias no se acordó de raparse en ningún momento. Tenía rulos por lo que su cabello corto apuntaba en todas direcciones.

- Es un lindo color, castaño oscuro rojizo. - Edward la miraba con una sonrisa dulce.

- Ahora está mezclado con un poco de gris en algunos lados. - Dijo ella.

Bajo la mirada un poco avergonzada. No le molestaba que se acercara tanto o que la tocara, al contrario; comenzó a darse cuenta no solo de lo agradable que era eso sino que también quería tocarlo. Se puso un poco más colorada por ese pensamiento.

- Aun así es lindo. Sobre todo con tus rulos. - Cada vez se acercaba un poco más a ella. Últimamente, se había hecho costumbre entre ellos comenzar a acercarse de a poquito cuando estaban solos o pensaban que nadie los veía. Lo hacían inconscientemente.

Amor pequeñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora