Ni tan pura, ni tan santa. Las causalidades

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Llevaba ya un tiempo siguiendo los pasos de Lucía muy de cerca. Empecé a descubrir que el estar cerca suyo se había vuelto mi prioridad.

La veía llegar, casi caminando en cámara lenta. Notaba cada rincón de su silueta debajo de su uniforme y no podía evitar imaginarme distintos escenarios en los que le confesaba mis intenciones.

Un día en particular nos asignaron organizar la utilería, por lo que tuvimos que quedarnos después de clase. Teníamos que seleccionar camisetas, botines y pelotas de entre todo un depósito desordenado. Teníamos era la oportunidad de preseleccionar qué íbamos a usar cada una para nuestros personajes antes que el resto.

Yo yacía en el piso sobre un mar de telas cuando Lucía decidió realizar su propia prueba de vestuario. Con toda confianza y sin ningún pudor desprendió la camisa del uniforme escolar, que quedó olvidada en un rincón, descubriendo su cuerpo casi sin ropa.

De pronto sentí como mi corazón se aceleraba y la piel de a poco iba subiendo su temperatura. Llevé mi mano hacía una de mis mejillas y de manera automática terminó uno de mis dedos entre mis labios mientras con la mirada seguía recorriendola entera.

Se puso la camiseta, preguntándome mi opinión al respecto a lo cual no supe qué responder en un principio.

Toda mi vida sentí que aquellas sensaciones debían formar parte de mi mundo más íntimo y privado. No sabía de nadie más a quien le pasara lo mismo por lo que asumí que era anormal y hasta quizás retorcido.

Tomé valor y le dije que le quedaba bien pero que había descubierto que la prefería sin la camiseta puesta. Por un momento sintió que estaba bromeando hasta que mis pómulos colorados del calor me dejaron en evidencia.

—Entonces voy a hacerlo más seguido para darte el gusto.
Se apresuró a decir y sin más, se fue.

Pasaban los días y buscaba todo el tiempo volver a quedarme con ella a solas. Las situaciones entre ambas se ponían cada vez más tensas. Se hacía evidente cierto coqueteo encubierto cada vez que podíamos. Quizás eran sólo miradas y cada tanto algún contacto físico casual. Pero nada se sentía como antes.

Había cierta complicidad y la confirmación de que sí había alguien que sintiera lo mismo que yo. Eso me dejaba un poco más tranquila.

Cierto día me llegó un mensaje suyo preguntándome si quería acompañarla después de clases. Sentí que de su parte todo estuvo altamente planificado a sabiendas de que se encontraría sola en casa.

Llegamos y dejamos nuestras mochilas sobre la mesa. Me tomó de la mano y me llevó a su habitación.
Cerré la puerta a mis espaldas y al dirigir la mirada hacia Lucía noté que se iba acercando cada vez más hacia mi. Nos miramos muy cerca en silencio, no hacía falta decir nada más, ambas ya sabíamos lo que estaba a punto de ocurrir.

Finalmente nuestros labios se empezaron a rozar tímida y suavemente hasta confundirse en un beso. Para mí el primero.

Estímulo y Respuesta (GL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora