CAPITULO 4:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Encartada: Con muchos problemas o peso encima  / Lengui suelta: Chismosa  / Calzones: Panties - bragas - ropa interior

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El dolor cesó. Por lo menos en días posteriores. Pero su corazón empezó a romperse lentamente, y si antes era un poco feliz, desde aquella mañana, todo para ella perdió su brillo. Amalia no vino a enterarse de lo ocurrido sino hasta mucho tiempo después, ya que Paulina tenía tanto miedo de que su padrastro cumpliese la promesa, que su boquita se volvió una tumba. No insinuó nada, ni siquiera una pequeña lágrima se le escapó delante de su mamá en las comidas o cuando iban al pueblo. Solamente de noche cuando los dos se iban de beba, o cuando ya dormían, ella se atrevía a dejar salir el llanto en torrente y bajito. A tan corta edad y comprendió desde ese día, que era lo que Jesús le hacía a su madre por las noches y porque gritaba y lloraba. No quería ni imaginar lo que sucedería si él lo volvía a hacer. Simplemente que a su lado no podía estar. Por eso tomó un poco de distancia y procuró permanecer siempre junto a Amalia como una sombra, para que él no tuviera la oportunidad de lastimarla. Los primeros días eso sí funcionó, pero la oportunidad a él le tenía que llegar y no fue muy lejana.

La segunda vez que ocurrió, su madre sí estaba en la finquita, pero tan encartada recogiendo los cultivos o plantando nuevos, que no pudo protegerla si hubiese querido. Esa, fue en el patio trasero cuando ella extendía la ropa lavada en el tendedero. Jesús la tomó de manera violenta en el frío de la hierba húmeda y como ella se atrevió a presentar pelea más que la vez pasada, terminó con moretones en las costillas y las nalguitas, y el amor propio y su dignidad mancillados. No pudo ocultar las lágrimas delante de su madre, pero Amalia indiferente no le dijo nada. Igual las amenazas la aterraban tanto que Pao ni siquiera insinuó que algo con Jesús le pasaba.

De ahí en adelante el infierno le llegó. Dos se volvieron tres, y luego cuatro, cinco, seis... diez... veinte.

Hasta que a los quince, Paulina no aguantó. No había quedado embarazada quizás porque mi Dios era muy bueno, o porque la vida sabía que ella sufría tanto cuando los abusos pasaban, que le dio un pequeño respiro de no tener un hijo de ese monstruo en su vientre.

Sin pensar en las consecuencias al abrir la boca, tras una nueva violación y cuando Amalia volvió del pueblo, le contó todo.

—... Dile que por favor ya no más, mamita. Me dijo que no te contara porque tu me castigarías, pero yo no puedo con esto. Me duele mucho cuando lo hace.

Un poco menos que las anteriores veces, pero el miedo de verlo llegar la cerraba tanto que el menor roce era un martirio.

Su madre la contempló muy seria, mientras la niña, ya entrando en la flor de la juventud estaba a sus pies, de rodillas, con lágrimas en los ojos.

—Yo me he portado bien, mamá. Pero no sé por qué él hace eso. Y le tengo miedo.

Amalia Uribe se levantó de la silla y se encaminó al patio por algo, mientras ella seguía amedrentada en el suelo. Había dudado demasiado de sí soltar la lengua, pero su cuerpo había llegado al límite. Las únicas veces que él no la tocaba era cuando tenía antojo de su mamá, y cuando Paulina tenía la regla. Pero eran pocas ocasiones y en el momento en que ella menos se lo esperaba, él volvía a la carga, mordiéndola, golpeándola y gruñendo una y otra vez el apodo que le había dado: Pauli, y lo mucho que le gustaba penetrarla y que ella llorara. Ya no tenía paz ni felicidad.

Miró a la puerta cuando sintió los pasos de su madre, y se levantó del suelo, al ver el rejo que usaba para golpearla.

—Mamá...

—¿Por qué no te gusta que yo tenga un minuto de paz?—los nudillos se le pusieron blancos allí donde apretaba—¿Por qué quieres llenarme la cabeza con mentiras como esas?

—Mamita...—la tomó de la muñeca.

—¡¿Ah?! Responde, Paulina—la niña cerró los ojos—¿De dónde sacas una mentira tan disparatada? ¿Qué porque a ti no te gusta Jesús? ¡¡Es mi marido, y tu padrastro!!—Gritó—sería incapaz.

«Pero sí lo había sido». Pensó Paulina. Había sido muy capaz de lastimarla.

—Eres una mentirosa—se enrolló una parte de la cuerda en la mano y le asestó un latigazo—jamás vuelvas a decir esas cosas de Jesús—otro golpe, y la niña se revolvió chillando como un marranito que va pal' matadero—nunca te refieras a él de nada, delante de mí.

Asintió suplicante, y mientras el rejo no dejaba de quemarla encima de la ropa, Paulina se reprendió mentalmente, pensando porque mejor no hubiese permanecido callada, si con la madre que le había tocado, tenía las de perder.

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Infierno. Lugar abandonado de todo y cargado de sufrimientos. Infierno en el que habitaba Paulina, y no porque hubiese hecho algo malo. Porque si de algo estaba convencida, era que el infierno no era solo un estado del alma o un lugar físico al que se iba tras morir como le decía su abuela. El infierno podía ser también una persona, un tío, hermano, madre, conocido, esposa o padrastro, que te hacía la vida miserable con acciones que destilaban tanta maldad como para provocarte llanto y rechinar de dientes. Y que aunque fuese solo un segundo se sentía una eternidad. Ella vivía un infierno en la tierra. Y ese infierno se le aumentó hasta la agonía, después de haberle contado toda la verdad a su madre, pues en la noche cuando Pao ya estaba en cama, Amalia le había preguntado por si las moscas a Jesús, si lo que la niña había dicho era verdad. El hombre lo había negado, pero en los días posteriores su padrastro abusó de ella de forma tan brusca por estar de lengui suelta, que ella creyó que se moría a sus cortos quince años.

Él no le dio ni un segundo de paz luego de eso, y como rezaba el dicho: «tanto va el cántaro al agua que al final lo rompe», de tantos abusos, lo más temido para ella se le llegó.

Como iba creciendo en edad y madurez, más responsabilidades cargaba sobre sus hombros, y eso incluía ayudarle a su madre en el mercado campesino. No sentarse en la acera como antes a esperarla, sino ayudar a llevar revuelto de compradores, u ofrecerlos a los pueblerinos que pasaban por el toldo. Por eso pudo hablar de vez en cuando con algunas de las mujeres que compraban el bultico de papa. Y enterada de la vida conyugal al ser más mayor, a sus oídos llegó lo que pasaba si una mujer se acostaba con un hombre sin precauciones. ¿Dentro de un lindo matrimonio? Bendiciones llamadas hijos. ¿Por violaciones o revolcón de un rato? Lo que su madre la consideraba a ella. Un tormento.

Por eso a los diecisiete ya cumplidos, cuando por primera vez la regla no le llegó con el manchón de calzones, y al ordeñar a Negrita tuvo que correr a vomitar en un rincón por el asco del olor; el espanto la paralizó de pies a cabeza.

¿Qué iba a hacer ella con un bebé al hombro teniendo la vida miserable que tenía?


NOTA DE AUTORA:

¿COMO LLEVAN ESTE ADELANTO?

LAS LEO

PAULINA DE 17 AÑOS, EN MULTIMEDIA

LAU<3

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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora