La canción del Inframundo

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– Escúchame bien, Orfeo. Si Eurídice no sale del inframundo contigo, cuando vuelvas te daré tal hostia que te va a dar tres vueltas la cabeza. ¿Me has entendido? – le amenazó Perséfone, agarrándole por los hombros y mirándole fijamente a los ojos.

– S-sí, señora...

– Bien.

Hades ocultó una risa al escuchar la amenaza de su reina mientras le ponía una corona de hojas verdes a Eurídice. Ella le miró extrañada.

– Mi señor, estas flores aún no están abiertas – le comentó Eurídice, tocando la corona.

– Se abrirán en cuanto salgan del inframundo – explicó Hades –. Debes estar preciosa para cuando tu amado vuelva a verte. Mucha suerte, y recuerda que no puedes contar nada de lo visto aquí dentro. No borraremos tu memoria, pero tienes que prometerme que no le revelarás nada a nadie. Si lo haces, Than vendrá a por ti.

– Me gustaría contar al mundo de los vivos su relación, ¿eso me lo permite?

– Pues... – Hades miró a su reina, quién distraía a Orfeo. Ella le observó y él sonrió –. Sí, hazlo. Quiero ver cómo reaccionan los Olímpicos a ella, especialmente cierta hermana mía. Pero...

– No revelaré nada sobre el inframundo, no se preocupe. Gracias por esta oportunidad, mi señor.

– Uno no baja al inframundo a por su amada si no está seguro de lo mucho que la quiere. Ahora ve, te están esperando.

Perséfone había colocado a Orfeo en el camino de salida del inframundo, evitando que viera a Eurídice. Ella se puso detrás de él sin ser vista y Perséfone le indicó a Orfeo que ya podían irse.

– Iré a verte en la estación cálida – le dijo Perséfone a Eurídice. Ella la miró y asintió.

Ambos gobernantes observaron cómo los dos amantes seguían el tortuoso camino de salida hasta que les perdieron de vista. Hades tenía una sonrisa esperanzada en su rostro.

– Mira que interrumpir mi entrenamiento... – dijo Perséfone, intentando parecer ofendida sin conseguirlo.

– ¿Pero ha valido o no ha valido la pena? – le preguntó Hades.

– Cada segundo. Sólo espero que consigan salir del inframundo juntos.

– Yo también mi reina. Yo también.

Orfeo hacía todo lo posible para no girarse, sin estar seguro de que Eurídice realmente le siguiera. Cada vez que ese pensamiento cruzaba su mente, recordaba las amenazadoras palabras de la señora de los muertos. ¿Cómo de fuerte debía ser esa hostia que iba a darle para que le diera la vuelta la cabeza tres veces? Ni siquiera quería imaginarlo. Mantuvo la vista al frente todo el tiempo, incluso cuando notó que el suelo era más resbaladizo y su amada podía caer. Al salir de la cueva, cuando el sol le dio en la cara, no se giró hasta que Eurídice le cogió la mano. Ella llevaba una hermosa corona de flores de almendro, las cuáles se habían abierto cuando cruzó el místico velo que le devolvió la vida.

Esa misma corona fue la que ella llevó en sus nupcias con Orfeo. Habían visto que las flores no se marchitaban, sabiendo así que era un regalo divino. La mantuvieron oculta de la vista de todos cuando Eurídice no la llevaba con ella, ya que algo así podía atraer a muchos visitantes indeseados.

La primera vez que se escuchó a Eurídice cantar fue a mitad de la estación cálida. Y la canción que ambos traían era muy especial.

"Oh, el inframundo. Sus misterios no os puedo contar, aunque de sus gobernantes os quiero hablar. La poderosa Perséfone, el benevolente Hades, sus roles se invierten, convirtiéndose en iguales."

La canción del InframundoOnde histórias criam vida. Descubra agora