3. Mano amiga

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Asmita tanteó las teclas del viejo interfono y se ubicó en la segunda columna empezando de izquierda a derecha; acto seguido, y desde la parte baja, subió el dedo índice rozándolas hasta contar tres. Allí se detuvo y apretó la que con toda seguridad correspondía al 3º 2ª sin permitirse más tiempo para dudar. A fin de cuentas, la tensa conversación telefónica que había mantenido con el inquilino de dicha morada ya daba a entender que su tardía visita no era del todo imprevista.

La jovial Dekhana respiraba ansiosa, esperando la apertura y blandiendo en alto la cola en clara señal de alegría; era obvio que la destinación le era conocida y, en consecuencia, quién tras ella se escondía también. Asmita suspiró mientras intentaba no lamentar haber decidido desplazarse hasta allí, más a esas horas que ya sobrepasaban la media noche. A punto estuvo de dar media vuelta y caminar hasta la avenida para detener otro taxi que paseara su languidez de ánimo, pero entonces la apertura del portal se manifestó con el chirriante movimiento de los engranajes mecánicos.

Al acceder dentro ambos fueron asaltados por un fuerte olor a desinfectante y sus pisadas arrugaron un par de hojas de periódico usado. Seguramente algún vecino había limpiado los espacios comunitarios del bloque, pero ni con ese casero empeño se podía borrar ese aroma a rancio y viejo, enquistado en todas las esquinas del edificio. El ascensor parecía estar esperando su llegada en la planta baja, y cuando llegó al tercero se detuvo haciendo gala de su habitual rudeza. Asmita abrió la puerta, pero quien primero pisó el rellano fue Dekhana, que no tardó ni medio segundo en colarse por debajo de su brazo extendido. Otra honda inspiración fue necesaria antes de salir al vestíbulo y, cuando tanteó la pared para ubicar la puerta, reparó en que ésta se encontraba entreabierta. Asmita pudo haber tocado el timbre para anunciar su llegada, pero Dekhy, olvidándose de recibir alguna orden más, se le adelantó aprovechando que ninguna mano se sostenía de su arnés. Su alegría trotó hacia el interior de la vivienda y enseguida se escucharon los ladridos contenidos y los brincos que daba alrededor de Defteros.

─¡Dekhy! ¡Hola, muchacha! Hacía días que no nos veíamos, ¿verdad? ─la perra continuaba revoloteando alrededor de Defteros, dando coletazos y pequeños saltos para seguir llamando una atención que ya tenía por completo. Asmita sonrió al imaginarse a su amigo acariciándole la cabeza con esa energía que a ella le encantaba, sobre todo cuando esas dos grandes manos buscaban las partes traseras de sus orejas para masajearlas a discreción─ ¿Qué quieres? ¿Galletas? Claro que sí, si ya nos conocemos tú y yo... ¡Vamos! ¡Sígueme!

Asmita sintió cómo Defteros ignoraba su entrada, incluso cuando cerró la puerta tras él. Sencillamente toda su atención se concentraba en las fiestas que siempre le regalaba Dekhana, y no dudó en agarrase a ellas y a la conocida rutina de las galletas para llevársela hacia la cocina y satisfacer la golosa costumbre que habían forjado entre los dos.

Asmita suspiró con resignación ante el castigo que seguía recibiendo por parte de Defteros. Quería decirle muchas cosas, pero las disculpas siempre se le atascaban en la garganta. Los jubilosos ladridos de Dekhy le indicaron que, efectivamente, ella y Defteros se hallaban en la cocina, lugar donde residía la caja metálica con las galletas que su guía devoraba cada vez que pisaba esa casa. La indiferencia que le mostraba Defteros no le invitaba a entrar a la cocina, pero tampoco recibió ninguna señal para no hacerlo, de modo que avanzó los contados pasos que le acercaron hacia el festín de gollerías. Al no llevar el bastón, herramienta que rara vez usaba, sus pies chocaron con una silla mal dispuesta en medio del paso, detalle que le reveló la interrupción del ágape de Defteros.

─Siento molestarte en plena cena... ─dijo, moviendo la silla hasta encajarla debajo la pequeña mesa.

─Ya había terminado.

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⏰ Última actualización: Jun 03 ⏰

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