Situado en las afueras de Paris, hay un pequeño laboratorio de medicina experimental. Se trata de uno de los pocos laboratorios médicos del mundo con licencia para investigar con drogas como la marihuana y la cocaína. El gobierno francés lo permitió sólo si cultivaban las plantas en un espacio controlado. Ese laboratorio tiene la mayor seguridad que se ha visto nunca sólo para unos cultivos, para evitar que sean robados. Su propietario es un inversor con muchísimo dinero llamado Sam, a quién no le gusta que toquen sus inversiones. Lo que casi nadie sabe de ese laboratorio es que ahí no sólo investigan medicamentos, sino que también fabrican drogas.
El sótano era el lugar de fabricación de dichas drogas, mucho más ilegales que las que se producían arriba. De vez en cuando, Sam aparecía para comprobar su mercancía personalmente. Su piel gris ceniza llamaba la atención de todos los nuevos que trabajaban allí sin saber los secretos oscuros del laboratorio, y aquellos que los conocían les contaban que era una rara condición genética. Sam siempre hablaba con todo el mundo, conociendo los avances de la investigación médica antes de bajar al sótano para conocer el estado de su otra investigación y fabricación.
– Hola Sam. Precisamente acabamos de terminar de sintetizar el "colibrí" – le informó la investigadora jefe.
– Perfecto, déjame probarlo – le pidió Sam.
– ¿Qué llevas en el cuerpo ahora mismo?
– Nada demasiado complicado.
– Sam, por favor. Nos conocemos desde hace mucho.
– Vale. Cocaína, un par de porros, algo de crack y botella y media de whisky.
– Conque nada complicado, ¿eh?
– Ya, quizás me he pasado con el whisky y el crack.
– ¿Estás bien?
– Nada fuera de lo normal en mí.
– Sabes que me lo puedes contar.
– Es... demasiado complicado.
– Muy bien, no insistiré. Aquí tienes.
La investigadora le entregó una pequeña pastilla a Sam, que se tragó enseguida. Se agarró a la mesa de hierro del laboratorio con fuerza, visiblemente mareado, y deformándola en el proceso. Eso no impidió que tuviera que sentarse en el suelo y que todos los que estaban presentes en el laboratorio fueran a comprobar si estaba bien. Estuvieron un rato largo monitoreando sus constantes vitales y preguntándole cosas a pesar de que él dijera que estaba bien.
– Me ha subido tan rápido como me ha bajado. Estoy bien – explicó Sam, intentando quitarse a todos los investigadores de encima.
– Estarías muerto si no fuera por tu genética angelical – le regañó la investigadora jefe –. Tienes el pulso por encima de 120, cualquier humano normal ya no estaría aquí.
– Puede que el resto de drogas que llevo en el cuerpo hayan hecho reacción. Estaba casi seguro de que mi corazón iba a explotar.
– Hagamos una cosa. Guardo estas, sintetizamos una versión más ligera, y vuelves sobrio a probar ambas.
– Me parece bien. Puedo levantarme solo, estoy bien.
– ¿Quieres que te llevemos a casa?
– No, puedo conducir. La pasma no va por los caminos que cojo.
– Como quieras.
Sam salió del laboratorio, se subió a su vieja pero confiable Harley y volvió al centro de París, dónde tenía su pequeño apartamento. Al entrar, le recibió el hedor de comida para llevar que llevaba más de diez días descansando en diferentes partes de la casa. Ignorando ese olor al cual ya estaba acostumbrado, fue hasta una de las habitaciones y golpeó la puerta tres veces antes de abrirla.
– ¿Qué tal tu espalda, peque? – le preguntó al chico que descansaba en la cama.
– Mejor, pero sigue doliendo – le contestó el chico, sin apartar la vista del portátil que tenía encima –. Aún no se me ha pasado el efecto de la morfina, no tienes que darme más.
– Perdona, vuelve a estar todo hecho un asco. Ya sabes que soy un desastre.
– Tranquilo papá, ya limpiaré cuando me pueda mover. No es la primera vez que tengo que vivir rodeado de mierda, ni la última.
– No deberías estar trabajando.
– Hay un tío que ha pedido torpedos con cabezas nucleares, así que le estoy investigando. Ya sabes lo peligrosas y raras que son esas armas.
– Prácticamente irrecuperables de los submarinos hundidos, lo sé.
– Ofrece ocho millones por torpedo. No sé si es un gobierno o un coleccionista loco.
– O alguien que quiere detonarlos por diversión. Vale, investiga, pero después descansas.
– También ha llamado El Cubano. Quiere reunirse contigo.
– Qué tío más pesado. ¿Qué quiere ahora?
– Yo qué sé, no me lo ha dicho. Te espera delante de la Piedad, en Notre Dame.
– ¿Está aquí? Maldito hijo de perra.
– ¿Pincho su teléfono y conecto el micro por si ocurre algo?
– Tiene suerte de no saber dónde se ha metido el cabronazo. ¿Cuándo va a estar allí?
– Por lo que me ha dicho, lleva una hora esperándote.
– ¿Puedes quedarte sólo un rato más?
– ¿Llamo a Valentina para que venga? Sé muy bien que no estás teniendo un buen día.
– Por favor y gracias.
Notre Dame estaba justo al cruzar la calle, al otro lado del puente. La veía desde su apartamento, y fue andando hasta la catedral. Tal y como le había comentado su hijo, El Cubano le estaba esperando delante de la Piedad. Era un hombre bielorruso que había crecido en Cuba. De cubano no tenía ni la nacionalidad, sólo el apodo. Se giró al escuchar los pasos de Sam en el suelo de Notre Dame.
– Ya era hora. ¿Sabes el tiempo que llevo esperando? – se quejó El Cubano.
– ¿Qué coño quieres? – le preguntó Sam.
– Lo de siempre. A tus chicas. Te las pagaré bien.
– La respuesta sigue siendo no.
– Venga, sólo treinta. Tienes cientos de ellas.
– Mis chicas no están en venta, y menos para ti. Sé lo que les haces a las tuyas, y no quiero eso para las mías.
– Tienes demasiado buen corazón para dedicarte a este negocio. No sé cómo tu jefe confía en ti. Debería matarte aquí mismo y tomarlas a la fuerza.
– ¿Matarme delante de los ojos de María? ¿Acaso no te acuerdas de mi apodo?
– ¿El devoto de Notre Dame? ¿No irás en serio con esa mierda, verdad? Dios no existe en nuestro negocio.
– Muy cierto, no existe. Por esos sus caídos pueden hacer lo que les plazca con los humanos que se dedican a ello.
Mientras pronunciaba esas palabras, Sam se había quitado la camiseta de tirantes que llevaba puesta y había mostrado sus alas negras, iguales a las de un cuervo. Antes de que El Cubano pudiera reaccionar, Sam le agarró por el cuello y lo levantó del suelo.
– Dos cosas. Fui amante de María después de que José muriera, y el jefe soy yo.
Sam se llevó a El Cubano fuera de la catedral sin ni siquiera dañarla y desaparecieron sin ser vistos. Volvió a casa ya de noche y se abrazó a Valentina, una de sus prostitutas más longevas, después de darse una ducha.
Unos días después saltó una noticia extraña. Su hijo la escuchó mientras limpiaba el apartamento. El Cubano había aparecido en el Sena, muerto.
– Papá, ¿no habrás...?
– Le saqué de Notre Dame antes – contestó Sam a la pregunta que el chico no llegó a formular –. Tu madre no lo vio.
– Al menos no volverán a molestarnos con las chicas por un tiempo.
Sam simplemente asintió. Todo había terminado.
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El devoto de Notre Dame
Short StoryReto realizado para el canal de Twitch de DiegoClares el 4 de Junio de 2024 bajo los temas de Colibrí, Cubano y Torpedo. Un pequeño laboratorio médico en París esconde un gran secreto, del que nadie sospecha.