1 año y dos meses para la profecía
Cuatro años habían pasado desde entonces... y aunque en un principio Helena había querido ir corriendo y de prisa, sabía que él no se podía dar cuenta del engaño al que lo conducía. A la trampa que sus brazos representaban.
Salir del templo había sido caótico, como andar en un mercadillo y pasar por un puesto donde todo estaba a mitad de precio. Se había sentido insegura, temerosa, temblabla de sólo pensarlo, pero la mano siempre fiel de Ben no la había soltado hasta que había puesto los dos pies de nuevo en el carruaje y sentado su trasero en el asiento. Sus ojos se habían cristalizado, pero no se había permitido llorar, aunque su padre había intentado animarla. Helena no sabía si sus palabras iban para ella, o para él mismo, y esa noche, en el carruaje, nadie dijo nada.
Los planes después habían ido desde huir a otro reino, a negarla como hija y por tanto que no perteneciera a la casa Vera hasta que se casara lo más pronto posible para abandonar el apellido. Sin embargo, ninguna idea era lo suficientemente buena. Así que su padre decidió que lo mejor sería acabar con el dragón, y como tenían varios años para ello, pensó que de momento eso harían. Él investigaría lo que hiciera falta.
Pero dentro de ella sabía que eso no la salvaría... Que de los dragones solo se hablaba en mitos y no muy extensamente, y llegado el momento, su padre no renunciaría a sus posesiones, títulos y propiedades para huir, así que ella siguió adelante con su propio plan. Discretamente, sin prisa, sin que nadie lo supiera, ni él. Aunque no en un principio.
Se había tomado su tiempo de estar deprimida y hecha polvo, sus amigos habían desaparecido y ella no había querido empezar con el plan de engañar a su hermano, quien la había apoyado hasta la saciedad, lo que fue, a decir verdad, un determinante que la convenció de que podría hacerlo.
Había pasado casi un año cuando empezó.
Era ya tarde en la noche cuando cogió la lámpara con la vela para iluminar su camino por el palacio. Y a pesar de la hora, ella sabía que él seguiría despierto.
Sus cuartos no estaban muy alejados y no le llevaba más de dos minutos ir hasta él. Abrió la puerta, que de memoria sabía, con relieves y de color dorado y ésta no chirrió al deslizarse, aunque sí que se escuchó al cerrarse de nuevo.
—¿Lena? —preguntó Ben. Ella asintió, sabiendo por su voz que hacía escasos minutos que se había acostado -por su voz y porque conocía su rutina —¿Otra pesadilla?
—Así es, ¿puedo quedarme?
—Ya sabes que sí —respondió haciéndole hueco. Era verano y ya no llevaban mantas ni edredones, aunque sí finísimos camisones que igualmente no les impedían sudar.
Solo iluminados por la vela que dejó sobre la mesita, Helena se tumbó en la cama a su lado, acurrucándose junto a él. Ben la atrajo hacia sí y ella sintió cómo le olía el pelo. Justo antes de irse a la cama se había bañado con los geles que a él más le gustaban, cuyo olor más le atraía. Helena se recolocó pegando el cuerpo al suyo, apretando sus pechos contra él, sabiendo que Ben los notaba. Subió una pierna por la de su hermano e hizo que el camisón subiera por su muslo como si hubiera sido involuntario. Debajo, era normal que no llevara nada.
Ella fingió su respiración acompasada y él dijo en un susurro —¿Sabes que eres como un koala?
—No puedo negar que en mis dieciocho años de vida me había hecho una ligera idea —Nunca habían llegado a más, y sinceramente Helena no se creía preparada todavía. Menos con él —Bueno, casi diecinueve.
Intentaba ver a Ben, no como su hermano, sino como un hombre. Se había vuelto más alto, llegado al metro ochenta y cinco, y musculado, lo que había atraído la atención de las jóvenes. Podía saber, era realmente obvio, la razón de por qué ellas suspiraban y se relamían tan solo con el vistazo que echaban a su hermano, porque sinceramente, a veces sentía arder esa parte de ella, que le decía que aunque mentalmente no estaba preparada, su cuerpo se deleitaría al sentirlo dentro de ella.
No tenía muchas amigas, en realidad sólo una, pero no le había dicho nada, así que lo que sabía era por los libros (que había tenido que rebuscar en la biblioteca) o por los criados. Estaba claro que ellos no le dirían nada, pero sí tenían sus encuentros. Uno de los cuartos de invitados de la zona oeste era uno de esos, lo había descubierto en una de las exploraciones por conocer mejor la casa que consideraba su hogar, y se había dado cuenta de que era una cita semanal. Los criados, cuyos nombres desconocía, eran más jóvenes que Helena, pero claro, ella no tenía que guardar su pureza y ser casta al día de su boda. Pero Helena no llegaría tan lejos, su virginidad se la arrebataría su hermano, era de lo único de lo que estaba segura.
—¿Qué ha sido esta vez? —Helena negó, no quería preocuparlo, puesto que esa vez había sido verdad lo de la pesadilla. Éstas acudían a ella de vez en cuando, dos o como mucho, tres días a la semana —Puedes contármelo.
—No pasa nada, aquí a tu lado siento que todo ha terminado. Que estoy a salvo —Él la acomodó más hacia sí, escondiendo la cara en su cuello. Helena sintió su cálida respiración. Siempre que no hiciera nada inapropiado, besos robados por ejemplo, eso no tenía que parecer nada más que una noche de alivio y paz que buscaba una asustada hermana en su hermano.
—Siempre puedes refugiarte en mí.
—Lo sé, eres el primero al que acudiría. Antes que Emilie, antes que padre.
—Bien... mientras tú te sientas a salvo a mi lado, mi corazón se llenará de regocijo.
—Como se encuentra el mío cuando el tuyo está cerca —añadió con un tono feliz.
—A veces me encuentro pensando en cómo dos almas pueden estar tan bien moldeadas la una para la otra. Tal vez es porque somos hermanos —No, no, no, no, no, no. Tenía que alejarlo de esa idea, o nunca querría meterse entre sus piernas, pensó horrorizada.
—No lo creo —dijo con un tono de voz calmada, o intentándolo.
—¿Hmm?
—Víctor y Anna son de pies a cabeza almas gemelas, moldeados el uno para el otro —dijo intencionadamente, y lo sintió moverse para que pudiera mirarlo a la cara. Él frunció el ceño.
—Pero ellos son pareja.
—Ya, así es. Es por eso que tu alma gemela no tiene por qué tener tu sangre.
—Pero...
—Ben —su voz, con un tono de sensatez, hizo que se callara —, ¿acaso las almas tienen sangre? A veces, las personas que son como dos piezas de puzle son familia, pero acaso importa?
—Bueno, si tienen una relación como la de ellos... Sí.
Ella se rió, aunque poca gracia le había hecho, y el ambiente se destensó.
—Puede ser —Negarlo habría sido sospechoso, y seguramente los habría dejado incomodos —Aunque recuerdo cuando papá dijo que el amor lo podía todo.
—Yo también lo recuerdo —confesó perdido en sus pensamientos.
—No creo, estabas dormido —Ben se volvió a recolocar apretandola a su pecho y ella pasó su brazo alrededor de su cintura.
—Sólo descansando.
—Entonces sabrás que dijo que era algo muy importante y con más fuerza que cualquiera de nosotros.
—Así es, y también que deseaba que encontraras un amor que hiciera lo que fuera por ti.
—Me acuerdo —dijo con una nota nostálgica —Pero te tengo a ti, que es suficiente.
Él sonrió, fue una sonrisa sin dientes y Helena añadió —Y te quiero.
—Yo también te quiero. Más que a nada en este mundo.
Y le creía. Pero no era suficiente, no todavía.
ESTÁS LEYENDO
La Profecía (+18)
RomanceEl evento más esperado del año, un vistazo hacia el futuro por el Oráculo, se convierte en la mayor pesadilla de Helena, hija del duque de Vera. A partir de ese momento, la pobre chica se convierte en una parea gracias a una Profecía. Con 14 años y...