Capítulo 1

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—Camila, tu clienta favorita está aquí. —Karla me da un latigazo en el culo con un paño de cocina y me sonríe.

—¡Karla, cállate! Te va a oír.

Vaya, ya me estoy poniendo roja. Es Lauren. Viene a la cafetería todos los martes por la mañana, el momento álgido de mi turno de mañana en el Estimulante, una cafetería que está justo a las afueras del campus. Compagino el trabajo con las clases en la Universidad de Pensilvania. La ubicación de este Estimulante hace que acudan, sobre todo, trabajadores y alumnos que viven fuera del campus.

Sin duda, Lauren pertenece a la categoría de los trabajadores. No estoy segura de a qué se dedica, pero cuando viene a la cafetería lleva trajes con pinta de ser muy caros. Nada que ver con los pantalones de deporte y las camisetas con diseños estampados de los universitarios. Lauren debe de ser diez o quince años mayor que yo. No importa. Es guapa, y a mí me atrae, lo cual está mal porque tengo novio, un novio con la edad apropiada para mí. Aunque esto es solo un flechazo inofensivo, ¿verdad?

Pero Lauren... hace que se me mojen las bragas con solo pedir un café. Es alta —mide más de un metro ochenta, según mis cálculos— y tiene el pelo oscuro y espeso, los ojos verdes y unas pestañas por las que cualquiera mataría. Hoy viste un traje gris oscuro. Joder, qué buena está.

Sus manos... Estoy un poco obsesionada con ellas. Tiene unos dedos largos que terminan en unas uñas cortas e impecables. Es que tienen pinta de ser... capaces. Tengo muchas fantasías con sus manos y mi cuerpo. Lauren debe de ser una experta con esas manos. Apuesto a que podría hacer que me corriera en cuestión de minutos; esos dedos perfectos sabrían justo dónde tienen que curvarse mientras me presiona el clítoris con el pulgar. Probablemente podría hacer que me corriera con una sola mano mientras cuelga una llamada de teléfono con la otra.

Tengo muchas fantasías con Lauren por el mero hecho de servirle un café todos los martes y cobrarle. Siempre paga en efectivo. No tengo ni idea de cuál es su apellido y ni siquiera sabría su nombre de pila de no ser porque la escuché hablando por teléfono en una ocasión, mientras sacaba un billete de veinte de la cartera.

—Soy Lauren. Dile a Kallan que es urgente. Sí, espero.

Por desgracia, no creo que mis fantasías sean correspondidas. Me parece que ella ni siquiera sabría cómo me llamo si mi nombre no estuviera estampado en negrita en el pin que llevo enganchado en la parte frontal del delantal.

—Camila.

Siempre me llama por mi nombre. «Buenos días, Camila. Me tomaré un café de tueste italiano, Camila. Creo que tienes un poco de nata en la nariz, Camila». Esa cosa salpica, ¿vale?

—¿Camila?

Oh, Mierda. ¿Me ha estado hablando mientras fantaseaba?

—¡Lo siento! Mmm... soñaba despierta. —Me sonríe con suficiencia. Cabrona—. ¿Grande de tueste italiano?

—Por favor. —Lauren desliza un billete de cinco dólares por el mostrador—. Que tengas un buen día, Camila. —Sonríe otra vez, se da la vuelta y sale tranquilamente de la tienda.

Yo la observo caminar, libre para follármela con los ojos sin que me pille. Las puertas tintinean cuando se cierran tras ella, pero yo sigo observándola hasta que desaparece de la vista.

—Vaya, cómo ha subido la temperatura. —Karla se abanica con una bolsa de las que usamos en los pedidos para llevar—. Qué tensión sexual. ¿No hace mucho calor aquí?

—Para.

Le fascinaba molestarme. Cada semana pasamos por esto. Lauren debe de oírla riéndose con disimulo al fondo. Además, es ella la que se asegura de que sea yo quien siempre la atienda. Si Karla está en el mostrador cuando llega ella, enseguida encuentra otra cosa que hacer para poder retirarse y observar cómo yo me la como con los ojos. Me da vergüenza lo obvia que es.

La chica incorrectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora