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—¿Disculpa?—preguntó Aemond frunciendo el ceño, mirando fijamente a la mujer pelinegra frente a él. Era guapa, claro que lo aceptaba, aún podía ver con el único ojo qué le quedaba, pero no se podía comparar a la belleza de su esposa.

—Vamos, mi príncipe—alzó la cara un poco más y lamio sus labios.—Estoy segura de que la princesa Aerys no se enterará nunca.

—¿De qué mierda estás hablando?—frunció el ceño, completamente confundido. Había estado mirando las armas y creía que no la había escuchado correctamente. Lo que dijo después simplemente lo había hecho enojar.

—Mi príncipe—suspiró, poniéndose derecha una vez más—Creo que a éste punto, ambos sabemos que nos atraemos y que podemos llevar las cosas más allá. En sus aposentos, por ejemplo.

Aemond se quedó en silencio unos segundos, procesando lo que había salido de la boca de la mujer. Era muy hermosa, nunca iba a negarlo, aún podía ver con un solo ojo y admitir la belleza de las mujeres no le resultaba un problema, pero realmente hacia mucho tiempo atrás qué no deseaba a nadie más, más que a la princesa Velaryon.

Dejaba a muy pocas personas acercarse a él y también eran muy pocas las qué le importaban de verdad, entre las primeras eran su madre y ahora, Aerys.

—Usted sabe que soy casado, Lady Alys.

—Estoy consciente, mi príncipe.—asintió y se acercó un poco más.—Pero, ¿no quiere ver otra mujer que no sea su esposa?. Es un príncipe, no debería ser suficiente con una mujer para satisfacerlo.

—Alys, mi mujer es una princesa, no es cualquier mujer para que no pueda satisfacerme sola.—dijo firme, haciendo notar aquella molestia incrementando en su cuerpo. La Velaryon era una mujer complicada y ciertamente, única. El haberla recuperado le había costado demasiado y no podía pensar en perderla de nuevo.—Esto, lo que estás diciendo y lo que estas insinuando es una ofensa para mi esposa. Cualquiera de los dos podría ordenar tu muerte por eso. Ella no es tu igual. Eres la sobrina de Lord Beesbury, que le sirve a mi padre, el rey, y ella es hija de la heredera del trono de hierro.

—Lo sé, y no me estoy comparando con ella, pero lo que sé es que usted no la escogió, mi príncipe. Eso significa que no siente amor por ella, y es entendible, pero yo podría ayudarlo con eso, en completo silencio sí así lo desea.

Se acercó a ella y la jaló del brazo con brusquedad, acercándose un poco y más y mirándola de manera amenazante y a la vez, molesto.

—Sí mi nombre o el de mi esposa vuelve a salir de su asquerosa boca, haré qué te corten la lengua.—la soltó con salvajismo, haciéndola dar un paso hacia atrás y sentir un pequeño dolor en su brazo.—No tienes una puta idea de quién soy o de cómo es mi matrimonio. Pero te diré esto; los Targaryen cumplimos con nuestra palabra. No vuelvas a ofender a la princesa Aerys o te cortaré la cabeza yo mismo.

La miró con asco una última vez antes de darse media vuelta y comenzar a caminar hacia afuera del patio de entrenamiento. No le importaba sí alguien lo había visto y creía que era grosero. No podía dejar que cualquier persona se creyera un igual a los de la realeza, especialmente sí se comparaban con la majestuosa princesa Velaryon, y mucho menos iba a dejar que alguien la ofendiera.

Era SU esposa, suya. Nadie iba a ofenderla frente a él y esperar que se quedara callado.

Quizá, en los primeros de su matrimonio lo hubiera hecho, pero no ahora. Eso cambio desde la primera noche en la qué la había llevado a la ciudad, esa noche fue cuando todo cambio para él y la primera noche qué la hizo suya fue cuando se dio cuenta que ya no había vuelta atrás.

Pero ahora, se estaba dando cuenta de más cosas, como de lo orgulloso qué estaba de que Aerys Velaryon fuera su esposa.

Sus pasos eran más pesados de lo normal, el sonido de sus botas al golpear el piso resonaba por los pasillos y todos los guardias volteaban hacia éste a la defensiva para luego ignorarlo una vez que veían qué era el príncipe y no una amenaza para la realeza.

Aerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora