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“Entonces es una guerra que no podemos ganar...”
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El arrebato de Graycie había mermado, en ese instante solo pensaba en salir de ese lugar. Ya había salido el Sol, lo supo por los primeros rayos colándose por los finos espacios que dejaban las tablas del techo. Las paredes y el techo —que tenía forma triangular— eran de madera, y el suelo de concreto.

Ya que podía ver con más facilidad, se percató de que estaba en un ático. Habían muchas cosas, pero ella agarró un bate de metal y una daga y decidió esperar una hora y media; contaría los segundos. Si no venía la pelirroja que la dejó ahí encerrada, destruiría la puerta en el piso.

No sabía que estaba pasando, o la exacta ubicación en la que se encontraba, o qué demonios eran las personas que parecían cadáveres y olían peor que la mierda, tampoco sabía que se encontraría detrás de la puerta o si habían más personas armadas. Pero tenía un bate de metal, una daga y un abdomen marcado, así que creyó que eso sería mucho más que suficiente para escapar y encontrar a su hermana donde quiera que estuviese.

Había dormido al menos una hora y comió un pan que le había dado la mujer de antes. Además, como antes se había orinado encima del susto, la mujer le regaló un abrigo de estampado militar-canuflaje que le quedaba muy grande y unos boxers blancos de dudable procedencia. Pero cualquier cosa era mejor que estar desnuda u oler a su propia orina.

Lo que hacía en ese momento era prepararse para cuando abrieran la puerta; lo primero que haría sería estamparle el bate en la cara a cualquiera. Sino, destrozaría la madera y escaparía.

***

Cuando los golpes por fin cesaron, Alastor Asher pudo pegar los ojos. Pero su felicidad no duró más de treinta minutos, pues alguien tocó su puerta. Prefirió ignorarlo, pero escuchó la voz de Boyd. Y pensó en que ese desgraciado jamás empezaba a joder a esas horas.

—Demonios... —De mala gana se levantó de la cama, sabía que algo raro sucedía.

Solo se puso el pantalón mientras gritaba: «¡Ya voy, carajo!», no obstante, la única respuesta que obtenía eran golpes más fuertes en la puerta.

Con frustración desordenó sus cabellos rubios. Se dirigió a abrir con el torso y los pies desnudos. Su entrenada espalda tenía cicatrices; una de bala debajo del hombro, dos puñaladas en la espalda baja, las otras eran cortadas y rasguños. En su brazo derecho tenía tatuado un dragón chino enroscado; la cabeza estaba en el dorso de la mano, y la cola en el hombro. En el cuello una cifra tachada por una raya; 101498.

Al abrir la puerta la bastarda pelirroja, y Scorpion con su cara de: «Sonríe, es jueves y te estoy despertando a las siete de la mañana» entraron al mismo tiempo, no los idiotas Myers —como él les llamaba—, esos dos no hablaban mucho con él.

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⏰ Última actualización: Jul 01 ⏰

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El Despertar [Virus #01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora