Capítulo 1: Nuestro tío nos sentencia a muerte.

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La mano de Caspian se posicionó sobre mi boca, obligándome a abandonar mi fantástico sueño en el que me encontraba acabando con más de mil hombres del bando enemigo. Lo normal.

Lo miré con fastidio y me giré, odiándolo profundamente por haberme traído de vuelta a la realidad. Alejé su mano de mis labios con un manotón poco amigable.

—¿No te han enseñado lo que es la privacidad? —susurré, intentando cerrar las cortinas de dosel que rodeaban mi cama sin levantarme de ella. La mano de una tercera persona en la habitación apareció evitándome poder volver a refugiarme en mi maravilla de sueño. Me levanté de golpe en mi cama, y observé al profesor aparecer detrás de mi hermano. ¿Qué estaban haciendo ahí? Nada bueno podía estar pasando.

—Lo lamento, princesa. No fue mi intención invadir su privacidad de esta manera, pero su seguridad peligra.

—¿Qué quiere decir? —volví a susurrar. Dejé a un lado mi sueño y me preocupé de poner atención a cada uno de los destalles que me rodeaban.

—No hay tiempo —interrumpió Caspian, arrastrándome fuera de la cama.

Caspian abrió mi cómoda y sacó el primer vestido que encontró. Lo arrugó y me tomó de la mano para llevarme fuera de la habitación.

—¿Alguien puede decirme qué pasa? —pregunté, una vez nos encontramos fuera de mi alcoba.

—Su tía dio a luz —explicó el profesor en voz baja —... a un hijo.

Miré a Caspian. Se me cayó el alma a los pies. Me relamí los labios pensando en los hombres de nuestro tío, Miraz, corriendo a la habitación de mi hermano para matarlo y así transformarlo a él en el legitimo heredero de la corona. La verdad era que yo no estaba en peligro de ser asesinada, como hija del anterior rey no podía heredar el titulo, pero sin duda si nuestro tío estaba dispuesto a matar, estaría dispuesto también a castigarme de las formas más impensadas antes de sacarme de su camino. Yo sospecharía de él, y no dudaría en eliminarme si ponía en riesgo su plan.

El profesor abrió una de las puertas del pasillo que llevaban a la armería del castillo. Caspian y yo bajamos lo más rápido posible sin hacer ruido. El corazón me latía a mil por hora. Cuanto agradecía dormir con mi daga amarrada al muslo en esos momentos, de lo contrario no habría tenido tiempo de ir a buscarla antes de escapar.

Mientras Caspian tomaba una espada y ropa para escapar, yo me puse el vestido que había tomado para mi. Era un vestido blanco crema que contaba con pequeños detalles rojos en la parte más baja de la falda. Mi madre lo había mandado a elaborar para situaciones especiales como comidas o para recibir visitas. Tenía un escote tan marcado que me hacía sentir desnuda, más desnuda que otros de los que Caspian podría haber escogido. No era mi favorito, pero el vestido que me pondría era lo que menos me importaba en esos momentos. Cuando estuve lista, tomé unas zapatillas de la armería y me amarré una espada en el cinturón. 

—Con permiso, princesa —me dijo el profesor, antes de cubrirme los hombros con una capa negra. 

El anciano profesor también se encargó de buscarnos un caballo para huir. Luego de ayudarme a subir, dijo:

—Deben huir al bosque.

—¿Al bosque?

—Allá no los seguirán. 

Acto seguido, el anciano profesor sacó del bolsillo de su ropa algo envuelto en una tela raída y vieja. Me lo entregó como si se tratara de algún elemento de extrema importancia. Lo tomé con cuidado y lo metí en el bolsillo de mi vestido color crema. 

—Me tomó muchos años encontrar esto —dijo —. Príncipes, úsenlo solo en un momento de grave necesidad. 

—¿Lo volveremos a ver alguna vez? —preguntó inmediatamente Caspian.

POR NARNIA [Peter Pevensie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora