Leí el diario de tus ojos, en una noche de arribo, en un diciembre soprano, cerca de mi barrio, un nuevo año de alivio. Tus puertas se cierran temprano para cualquier nómada tímido, y las benditas líneas de tus manos hacen de Apolo un maldito. Como el trago que aún no cruzamos y el beso que en laurel he convertido, en un futuro sin caminos por aquella hoja que dejaste en blanco. Mis dos pestañas tiré al destino mientras manchabas el carruaje dorado, rompiendo el silencio para pedirte algo, y no puedo ser siquiera tu amigo.