Desnudos nocturnos

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– No te vayas aún – le pidió el joven a su amante de tez oscura cuando notó que este se levantaba de la cama en la que yacían.

– Sabes que no puedo quedarme, Leo.

– Sólo un poco. Tu piel bajo la luz lunar es tan hermosa.

El hombre de piel oscura giró su cabeza para observar al joven Leo, permitiendo que la luz se reflejara en sus ojos verde esmeralda. Sabía que todas esas luces fascinaban al joven, ya que su tono de piel era una rareza. Un tono amarronado que el joven Leo había comparado con el barro de la delicada cerámica, aunque él sabía que era más oscuro.

– Permíteme pintarte – le pidió el joven Leo, sentándose en la cama para poder verle mejor.

– Leo, me has dibujado decenas de veces. Te conoces cada palmo de mi cuerpo, y no sólo porque lo hayas abocetado. Tus manos han reseguido mi piel durante todos y cada uno de nuestros encuentros nocturnos.

– No, quiero pintarte. Inmortalizar tus colores, no sólo tus formas. El tono cobrizo que adquiere tu cabello no se ve con la luz del día, sólo de noche. Tus ojos, de ese verde tan intenso, son como dos gemas adornando tu rostro. El color de tu piel es como el pelaje de los preciosos sementales de la granja de al lado.

– ¿Me estás comparando con un semental?

– Bueno... Lo que me haces es digno de uno.

– Y tú eres como un potrillo alocado al que le gusta que lo monten.

El joven Leo permitió que su adulto amante le espachurrara las mejillas con la mano izquierda, que era su dominante. Este le dio un suave beso antes de soltarle y permitir que fuera a buscar el lienzo que tenía oculto cerca de la cama.

– He elegido uno de mis bocetos favoritos para pintarlo en grande. ¿Qué te parece?

El hombre examinó el lápiz del lienzo atentamente. Se reconocía a sí mismo, de espaldas y observando hacia atrás con una de sus miradas más lujuriosas.

– No has dibujado las alas – observó el hombre, recordando perfectamente el boceto original.

– ¿Quieres que las ponga? Creo que tengo espacio.

– No, es mejor así. Que nadie conozca mi verdadera naturaleza.

– Sí, mira. Caben aquí y, si coloco el punto de luz en esta zona, parecerán una sábana oscura.

– Leo, no hace falta.

– Quiero hacerlo. Especialmente si a ti te tiene que gustar más.

El hombre esbozó una sonrisa y extendió sus enormes alas oscuras, las cuáles adquirían el mismo tono cobrizo que su cabello con la luz de la luna. Se tumbó en la cama y se acomodó en la misma posición en la que estaba cuando Leo le había abocetado semanas atrás mientras este ponía el lienzo en un pequeño caballete y reunía las pinturas necesarias. Leo tuvo que calmarse cuando el hombre puso exactamente la misma mirada lujuriosa que tenía ese día, procurando así que el único levantamiento que hubiera fuera el del pincel que tenía en la mano. El hombre rió al darse cuenta de ello.

Poco a poco, el cuadro fue cobrando vida propia. El joven Leo se aseguró de pintar primero esos brillos lunares, ya que la posición de la luz podía cambiar en cualquier momento y su amante debía marcharse antes del amanecer. Ya tenía dos pares de ojos lujuriosos y verdes mirándole fijamente, y le estaba costando demasiado que su cuerpo no reaccionara a ellos.

– ¿En qué estaba pensando Dios cuando te creó? – musitó Leo, siendo consciente de que su amante iba a escucharle.

– Eso me gustaría saber a mí. Nunca fui de sus favoritos.

– ¿De verdad eras el más hermoso de los arcángeles?

– Aún lo soy, a pesar de ser un caído. No se ha atrevido a hacer otro igual a mí.

– Tu belleza no solo es divina, sinó que además es única.

– Y, aún así, no considero que sea un aspecto tan importante de mi persona.

– Pues es lo primero que se nota cuando se te conoce. Y después tienes esa labia... Eres capaz de hacer que cualquiera haga lo que quieras. Incluso meterse en la cama contigo.

– Leo...

– Eres Lucifer, el arcángel más bello que jamás haya existido. ¿Quién en su sano juicio no querría acostarse contigo?

– ¿No querías pintarme? Porque te estás ganando que vuelva a montarte.

– Por favor.

Lucifer extendió su ala izquierda con sumo cuidado, evitando tocar el caballete en el que el joven Leo trabajaba, rodeando a su amante por detrás. Leo dejó su pincel a un lado y volvió a la cama para abrazarse al enorme caído que la ocupaba. Este le rodeó con sus alas, ocultándoles a ambos, evitando que se escuchara cualquier ruido que pudiera emitir y encargándose de los levantamientos que ambos habían tenido.

– Tengo una pregunta – dijo Leo cuando estuvieron más tranquilos, descansando sobre una de las alas de Lucifer.

– Dime...

– ¿Había alguien a quién amaras allá arriba?

– Lo hay. Tiene unas preciosas alas irisadas y consigue que me derrita con su sonrisa. Pero... él eligió a nuestro creador.

– Perdona, no quería entristecerte.

– Tranquilo, no pasa nada. Al menos estando aquí abajo puedo entender las emociones humanas. Antes de ser un caído ni siquiera sabía interpretarlas. Nos crearon así.

– ¿De qué color eran tus alas antes de caer?

– Llameantes, igual que mi cabello. Por eso la luna les da esos tonos cobrizos que tanto te gustan. Pero se apagaron cuando las llamas del averno me tocaron, quitándome gran parte de mi poder.

Leo acarició las plumas de las alas, intentando imaginarse esas llamas de las que Lucifer hablaba a través de las tonalidades cobrizas que les daba la luna. Aún podía sentir como desprendían el calor del sol, a pesar de que Lucifer dijera que estaban apagadas. Eran cálidas al tacto, igual que cuando acercaba la mano al fuego para calentarse en los fríos días de invierno. Como una mullida manta de lana que le envolvía el cuerpo.

– Leo, debería irme. Tienes que descansar, o te regañarán por la mañana. A tus familiares no les gusta que andes medio dormido por ahí.

– ¿No puedes quedarte un poco más?

– Me verás por la tarde, y vendré entrada la noche para que puedas seguir pintándome. Y algo más si te apetece.

– Cuando lo termine, ¿estará maldito?

– Que va. Para eso tienes que hacer un trato con otro tipo de demonio que hay en el infierno, no acostarte conmigo.

– Pues yo creo que ya lo está. Esos ojos me hacen sentir cosas que no debería.

– Eso es que has conseguido captar su esencia. Buen trabajo, Leo.

Leo se levantó, liberando por fin a su endiablado amante, y escondió el cuadro para que nadie más lo viera. Lucifer ocultó sus alas al levantarse, se vistió, y fue a darle un beso en la frente a Leo antes de desaparecer por la ventana de su habitación, dejándole solo con el calor residual de las alas aún presente en la cama.

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