Patrañas

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Zulma se sentía presa en su misma casa. Miraba a esa muchacha que decía ser su hija, que estaba preparando su merienda.

—Bien, mamá, aquí tiene tu leche vegetal y unas galletitas de semillas que yo misma preparé. Le informó con una gran sonrisa.

Ella con una cara de asco preguntó: —¿Dónde están mis polvorones? Esos que me gustan tanto.

—Esas cosas no son sanas, tú tienes que alimentarte bien. —Contestó malhumorada.

—Patrañas, primero me das esta leche que sabe a estiércol y luego unas galletas que saben peor.

—Mamá, no soy tu enemiga; solo quiero cuidarte.

—Vete al diablo —dijo mientras derramaba su merienda en el piso frío.

—Suficiente, no me insultaras así como así.

—No me envenenes entonces.

—Hoy no verás a Emilia, estás castigada por no querer comer—le informó Oriana, exasperada, riéndose por dentro de sí misma, recordando cuando su madre le decía exactamente lo mismo, en la misma situación.

—Quizás así valores lo que hacemos por ti.

Esa tarde Emilia no se apareció por su habitación; Zulma estaba exasperada por la situación; se sentía una niña acorralada, se dirigió al baño lista para hacer del dos, cuando termino su tarea miro el interior del inodoro y metiendo su mano derecha dentro, como una niña pequeña rio por lo bajo lista para hacer su travesura.

Oriana sospechaba que su madre estaría dormida; quizás le había gritado muy fuerte esa mañana y prohibirle ver a su nieta fue mucho. Rápidamente fue al cuarto de su madre y al verla dormir plácidamente sonrió. La arropó como a una pequeña niña y cuando depositó un dulce beso en su frente, percibió un aroma extraño.

—Oh, cielos —susurró. 

Zulma tenía las manos llenas de materia fecal, Oriana intento calmarse pero un sentimiento de impotencia recorrió sus venas. Rápidamente fue al baño a buscar una palangana para lavar a su madre y ahí estaba era como una obra de arte, la materia fecal impregnada en paredes y todo lo que se le había puesto a su paso. Oriana no supo que hacer y salió despavorida a buscar a su hermana, quería morir, se había arrepentido de volver a su ciudad natal y haber dejado todo por su dulce madre.

Emilia había visto a su tía entrar como torbellino, sabía que algo no andaba bien con su abuela y sin avisar fue a su encuentro. Al entrar a la casa sintió que su abuela lloraba sin consuelo, se acercó, estudió la situación y con paciencia comenzó a tratar de tranquilizarla mientras la instaba a que se diera un baño. Una vez logrado el cometido cambió su ropa de cama y cálidamente su abuela se recostó nuevamente. Mientras Emilia limpiaba el cuarto de baño, Zulma le leía un trozo de la historia que disfrutaban juntas.

"Gerard no podía creer que un ser tan magnífico se le apareciera a él mientras cosechaba, pero lo que menos podía creer que él sería el libertador de su pueblo". Su esposa al verlo tan preocupado le aconseja que debería pedir más señales, por eso, Gerard, así lo hizo.

Fue al mismo lugar donde había tenido aquel encuentro y habló al aire:

—Dios no conocido, si fuiste tú ayer, o el que me visitó vino de parte tuya, necesito que me lo confirme.

Él esperó unos segundos, que parecieron horas, pero no hubo respuestas. Sin darse por vencido, habló nuevamente al aire,

 –Sé que me escuchas y no te pido una aparición fantástica; solo voy a dejar este ovillo de lana, si en la mañana cuando me levante aparece mojado y el suelo a su alrededor seco, sé que el mensaje vino de ti, y creeré un poquito más en mí."

—Abuela, estaría bueno que comas un poco de esto —la interrumpió Emilia.

—Ya has terminado de limpiar el desastre que hizo esa mujer.

Emilia sonrió a su abuela, si sabía cómo zafar de sus propios desastres. —Sí, abuela, pero vi que tu merienda estaba intacta en el suelo, así que te prepare algo que te encanta, avena con leche y polvorones.

—Estoy cansada; mamá ensució todas las paredes con caca —decía Oriana mientras lloraba desconsolada.

¿La dejaste sola?

—¿Y qué querías que hiciera?Nada le gusta de mí, todo se queja y, para colmo, estos comportamientos.

—Tranquilízate, iremos, limpiaremos y todo quedará en su sitio. Solo respira. Has estado unos días con ella, tampoco exageres.

Al entrar a la casa de su madre, ambas hermanas persivieron el aroma de una casa recién limpia y al pasar por un estrecho pasillo a la cocina vieron a su madre que reposaba en su silla, mirando como Emilia hacía una danza extraña.

—Qué divertido, Emilia, siempre sabes cómo hacerme olvidar que estoy en una cárcel.

Los AidualcsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora