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La chica desafortunada y el chico desafortunado

Érase una vez

había una niña.

Una niña que cargaba sola con el peso de la desgracia del mundo.

La niña no tenía familia.

Su padre había huido con otra mujer cuando ella tenía cuatro años.

A los seis, un cliente había matado a golpes a su madre mientras trabajaba en un burdel.

Y su hermano pequeño, su último pariente consanguíneo, había muerto de hambre cuando ella tenía siete años.

Por todo ello, la niña siempre estaba sola.

Tuvo que vivir una vida feroz sin nadie en quien apoyarse.

Tenía que golpear a niños en su misma situación sólo para conseguir un trozo de pan mohoso.

Las calles estaban repletas de delincuencia y pobreza.

La niña luchaba por sobrevivir.

-Hermana... Tengo... hambre...

La niña recordaba el calor de la mano de su hermano apretando la suya hasta el último momento.

También recordó su propia impotencia, incapaz de darle nada más que agua turbia.

El mundo era vil, cruel y sucio.

Durante el día, tenía que luchar por la comida entre una manada de lobos hambrientos.

Por la noche, tenía que huir y esconderse de los traficantes de esclavos que secuestraban a niños bonitos, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.

La niña se aferraba desesperadamente a la vida.

Utilizaba cualquier medio para protegerse.

Pero el mundo seguía negándose a dejarla vivir.

"......"

Un invierno, se instaló un frío particularmente duro.

La niña acabó por desplomarse.

La muerte se cernía en el callejón, llena de una frialdad escalofriante.

Parpadeó con los ojos somnolientos y miró al cielo infinitamente azul.

Los blancos copos de nieve caían como bendiciones.

Era como si el mundo entero se burlara de su miserable final.

La muchacha cerró los ojos en silencio.

Una línea caliente se dibujó en su fría mejilla.

Si permanecía así, moriría congelada o sería secuestrada por traficantes de esclavos.

Era un final apropiado para una vida que había sido como un charco de barro.

La muchacha soltó las ganas de vivir a las que se había aferrado desesperadamente.

Quería parar ya.

Estaba demasiado cansada para levantarse y volver a luchar contra el mundo.

Su cuerpo, rígido por el hambre y el frío, ya no se movía, y no confiaba en poder sobrevivir a esta profunda y gélida estación.

La muchacha pensó para sí.

Moriré aquí.

En el fondo de esta inmunda desgracia.

Al lado de este feo mundo.

Moriré, odiándolo todo.

Cerraré los ojos, maldiciendo al mundo entero.

Un Jugador De Kendo Deprimido Posee A Un Aristócrata B*stardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora