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Hyunjin
Desperté con alguien presionado contra mi espalda, un cálido aliento abanicando sobre mi hombro. No me aparté, solo miré hacia mi mano, que descansaba sobre la suya en la cama. La piel de mi dedo anular era más clara por el uso de mi anillo de compromiso durante cinco años, y ahora estaba en mi mesita de noche abandonado. ¿Y cómo podía usarlo otra vez? ¿Cómo podía enfrentarme a mi prometido otra vez después de todo lo que había hecho?
Todo lo que aún quería hacer.
En el fondo sabía que ya no quería casarme con Jungwon, pero era mi deber, incluso ahora.
Pasé las yemas de mis dedos sobre la mano de Chan, y se despertó con una corriente de tensión irradiando a través de su cuerpo. Asumí que no era un hombre acostumbrado a compartir una cama con alguien. Exhaló y se relajó, pero no dijo nada. Volví su mano hasta que su palma estaba hacia arriba y luego tracé las cicatrices de la quemadura allí, preguntándome cómo habían llegado ahí. Mi toque siguió las cicatrices hasta sus muñecas, donde unas cicatrices entrecruzadas luchaban por el dominio con sus marcas de quemaduras.
La respiración de Chan cambió, se volvió cautelosa, peligrosa.
—¿Alguna vez me dirás cómo te hiciste eso?
Me mordió en la nuca.
—¿Por qué debería?
Sí, ¿por qué debería confesarme sus secretos? Me di la vuelta en su agarre. Su expresión era amenazante, pero sus ojos mostraban un indicio de algo aún más oscuro.
—Tienes razón —susurré, sosteniendo su mirada—. Solo soy tu prisionero. La reina en tu juego de ajedrez. Algo sin sentido, fácil de olvidar al momento en que me devuelvas. —Incluso mientras decía las palabras, no podía imaginar que Chan realmente me dejara ir, no con la forma en que me miraba, y no estaba seguro si esa realización me aterrorizaba o aliviaba.
Porque, ¿cómo podría volver a la Organización?
—Oh, ángel, será imposible olvidarte.
Y sonreí. Dios me ayude, sonreí.
Chan negó con la cabeza lentamente.
—Esto es una locura.
—Lo es. —Lo era y peor aún... era traición. Papá. Mamá. Nikki. Yeji. La culpa me atrapó en su agarre asfixiándome. Tragué con fuerza—. Mi familia... —No dije más.
El rostro de Chan endureció, se desenredó de mí y se levantó. Mis ojos se fijaron en la dureza de su expresión, sus ojos crueles, las cicatrices y los músculos.
Chan era el enemigo. Estaba intentando destruir a las personas que amaba al usarme como su arma. No podía olvidarlo.
Se puso su ropa y la funda de las armas. Luego asintió con severidad.
