Decidió que odiaba las comisarías casi igual que los hospitales. Los hospitales seguían estando en el puesto uno.
Había gente mirándolo fijamente, haciéndole preguntas y caras neutras mientras narraba su versión de la historia eran lo peor.
Termina su relato mirando a su papá en busca de consuelo, él había tomado la palabra, interrumpido cuando a Bosco le temblaba la voz y enfurecido con los oficiales que señalaban la cantidad de pruebas en contra que tenía, y al final le dijeron que su presencia era nada más por que aún era menor de edad, que no podía interferir más ni tener contacto con su hijo. Se aguantó las ganas de abrazarlo.
Nadie le iba a creer, nadie le creía.
Papá le regresa la mirada y afloja los ojos, le sonríe con esperanza justo cuando entra a tío Humberto, alto y en botas baqueras, agitando unas hojas victorioso. Se ve seguro, firme, siempre lo es, pero ahora no se ve como su tío, era un profesionista del campo, el mejor de su clase y totalmente recomendado.
Él y su papá no se llevaban bien, e incluso así, su padre no había dudado en dejar el caso en sus manos.
—Pues mi sobrino está en libertad condicional, entonces no lo pueden encerrar. Y las pruebas que piden deben estar bajo la presencia de su tutor legal ya que hablamos de un menor de edad.
Dentro de todo lo malo, lo menos peor.
...
Bosco le mandó mensaje a Pedro Pablo cuando ya estaba a unos minutos de su casa.
"Te veo en frente de mi casa, mándame mensaje cuando llegues, me quedé preocupado desde la mañana." Decía el mensaje, y cuando llegó, ya estaba ahí esperándolo.
En la mañana habían hablado por teléfono, Bosco escuchaba el sonido de fondo del restaurante y a Mireya pidiéndole cosas a su hijo, le parecía halagador que se tomara el tiempo de contestarle y procurarlo.
La noche anterior se quedó con él hasta que se sintió lo suficientemente fuerte para volver a casa, lo había alentado a denunciar y le ofreció todo su apoyo, diciéndole sinceramente que él estaría a su lado para ayudarlo a luchar.
—Nunca creería que eres un cobarde, Bosco. No es de cobardes luchar, no es de valientes defenderte.
Lo decía tan sincero que él no podía creer como pudo desconfiar de él.
—No sabes el bien que me hace verte.
Bosco no le pudo sonreír, estaba demasiado agobiado, pero las palabras le llegaron profundamente. Él le había dicho en la mañana cuan bien le hacía oír al castaño y ahora sabía que era recíproco.
—Y tú a mí.
—¿Cómo te fue?, me dijiste que estabas en la comisaria, ¿fuiste a denunciar?
Bosco suspira ruidosamente. —¿Podemos ir a un lugar más privado? No quiero que algún Roble nos escuche.
Lo lleva a un callejón donde se sentaron en el portón de una casa, y aunque Fobo seguía dándole vueltas a la entrada del callejón, se siente más libre de hablar.
Pedro Pablo se había puesto muy triste y callado cuando Bosco le contó que Giovanna denunció primero y que lo habían ido a sacar de su casa en calidad de detenido.
Eder estaba muy asustado cuando revisaron toda la casa e interrumpieron en la habitación de Bosco en busca de pruebas. No le gustaba verlo agobiado y mucho menos confundido sin que nadie le explicara nada. Su familia apenas pudo procesarlo antes de que interrumpieran en casa.
Fue traumático haber estado rodeado de policías que lo veían como un peligro.
—Ginebra me ofreció irme del país. Huir. Dice que tengo todo en contra y lo más seguro es que me vaya mal en el proceso.
—No puedes huir, Bosco, no eres culpable.
—La gente no piensa eso, Pedro Pablo. Para todos soy culpable. Hay muchas pruebas en mi contra. Me hicieron pruebas médicas y otras muy intrusivas, nunca me sentí más humillado. Revisaron todo de mí. Y lo peor de todo...-
—Si no quieres hablar de esto no lo hagas, no te angusties.
—Es que si no lo digo siento que se me acumula en el pecho, y voy a explotar. Va a sonar horrible, pero viviste algo similar, y sé no serías capaz de culparme... No lo sabía, de haberlo hecho no te hubiera dicho esas cosas horribles aquella vez en mi casa.
—No importa Bosco, luego podemos hablar de lo mío.
—¿Cómo que no importa? Dale el valor que merece, tu mismo me lo dijiste. —Bosco lo mira, ¿desde siempre se veía tan pequeño? Como si se quisiera encoger, desaparecer, sostenía una mano en la otra como si no hallara donde ponerlas. Se dio cuenta que él también estaba jugando con sus manos y las guardó en sus bolsillos. —No me quiero ni imaginar el pánico que sentiste y lo que estás viviendo.
—Es un proceso, pero estoy en pie y eso es lo que importa... yo quiero escucharte.
—Lo peor es que encontraron pre y vellos míos en ella. Es seguro que ella me hizo algo. Al parecer no encontraron sustancias en su cuerpo, pero si estaba muy golpeada. Aquel día no lo estaba, la vi y no tenía marcas.
Bosco se saca los lentes para secarse los ojos.
—No puedo ni imaginar que ella hizo lo que quiso conmigo y yo ni siquiera lo recuerdo. Que se hiciera esas marcas...
—No entiendo porque no toman en cuenta que estabas inconsciente.
—Pues no sé qué encuentren en los exámenes médicos pero seguro me van a culpar a mí de lo que pasó, ella casi no fumó. Llevó marihuana y yo tonto confié en ella.
—Si quedaste inconsciente lo más seguro es que la haya mezclado con algo más. La marihuana no hace eso, ni te da amnesia.
—Algo de lo que recuerdo es que mi piel se sentía tan caliente y me sentía tan débil.
—¿Potenciadores de celo, tal vez? E inhibidores de aroma para que no te dieras cuenta que ella estaba... ¡Nonono, no, no. Bosco!, no, no, te vas a lastimar si los rompes, Bosco, no hagas eso.
Bosco no se dio cuenta en qué momento había apretado sus lentes con fuerza en la palma de su mano, era instintivo. Pedro Pablo sujeta su muñeca intentando abrir sus dedos.
Bosco lo hace, abre su mano y le muestra sus cicatrices. Le enseña los momentos de angustia que lo llevaban a envolver los dedos alrededor de objetos filosos y el gusto que había encontrado en ello, en el momento liberador de ver la sangre correr por sus manos y la paz de sentirse dueño de él mismo, al menos, un segundo que ardía.
Ya no era algo intencional, a veces solamente era un reflejo.
El castaño mira su piel, queriendo acariciar con su pulgar, pero sólo pasando por encima dejando su fantasma en su piel como esas líneas blanquecinas con relieve.
—Cicatrices...
—Estoy tan aterrado, Pedro Pablo. Nunca me sentí tan sin rumbo. Odio a Giovanna, la odio con toda mi alma, me arrebató una parte de mí, como... como... —Busca palabras, pero decide que las cosas estaban mejor cuando no las nombrabas, no existen.
—Te sientes roto. Como si te hubieran descompuesto y ahora tienes que enfrentar al mundo tu solo.
Suelta un ruido lastimero. Abre y cierra la mano deseando tener su sable en ella.