CAPÍTULO III

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La mañana había amanecido fresca y clara, y la princesa Dariah decidió que era el momento perfecto para visitar a su amigo, el grifo al que había nombrado Arion. Con pasos ligeros, se adentró en el bosque cercano al castillo, el canto de los pájaros la acompañaba mientras atravesaba los árboles altos y frondosos, y el aroma a tierra húmeda llenaba el aire.

Al llegar a un claro iluminado por el sol, Dariah encontró a Arion esperándola. Su plumaje dorado brillaba como el oro, y sus ojos azules reflejaban una inteligencia profunda. Dariah corrió hacia él, abrazándolo con cariño.

—¡Arion! —exclamó, acariciando su suave pelaje—. He estado ansiosa por verte.

El grifo emitió un suave rugido,  comprendiendo su alegría. Pasaron un tiempo juntos, disfrutando de la compañía mutua. Dariah compartió con él sus pensamientos sobre el inminente viaje al reino de Serpendia, donde su vida daría un giro significativo.

Al caer la tarde, Dariah se despidió de Arion, prometiendo volver pronto. Regresó al castillo con el corazón ligero, pero también con una sensación de inquietud. Sabía que en menos de una semana tendría que partir y enfrentar un futuro incierto.

Los días siguientes fueron una mezcla de emoción y preparación. Dariah ayudó a organizar todo lo necesario para su viaje, desde vestidos elegantes hasta provisiones. Sin embargo, en medio de los preparativos, sentía la sombra del resentimiento de su hermano mayor, el príncipe Kallias. Había una tensión palpable entre ellos, y aunque Dariah intentaba no dejarse afectar, cada mirada fría de Kallias le recordaba lo que habían perdido.

Finalmente, llegó el día de la despedida. Dariah se encontró con Kallias en el vestíbulo del castillo. La atmósfera era tensa.

—Cuida de ti misma —dijo Kallias con voz grave, evitando mirarla a los ojos.

—Lo haré —respondió Dariah, sintiendo un nudo en la garganta—.

Kallias asintió con desgano y se dio la vuelta. La despedida fue breve y silenciosa, dejando a Dariah con un profundo vacío en el corazón mientras se dirigía hacia el carruaje que la llevaría a Serpendia.

El viaje duró dos días y estuvo acompañada por el rey Arash, quien le entregó una nueva máscara dorada antes de partir.

—Debes usar esto hasta que estés oficialmente casada —le dijo el rey con seriedad—. Es importante que ocultes tu rostro y, sobre todo, tus ojos.

Dariah asintió, comprendiendo que su padre solo buscaba protegerla. Aunque no estaba completamente de acuerdo con la decisión, sabía que debía acatarla. La máscara se ajustaba perfectamente a su rostro, un recordatorio constante de las expectativas que pesaban sobre ella.

Durante el trayecto, Dariah sintió una conexión especial con Arion. Era como si él estuviera acompañándola desde la distancia, brindándole apoyo en cada kilómetro recorrido.

Finalmente, llegaron a Serpendia. Al asomarse por la ventana del carruaje, Dariah contempló el imponente castillo que se alzaba ante ella. A diferencia de su hogar brillante y adornado con oro y diamantes, este era más lúgubre y tosco, pero no carecía de majestuosidad. La cantidad de guardias armados que custodiaban la entrada era impresionante; sus armas eran desconocidas para ella y despertaron su curiosidad.

La entrada al castillo fue silenciosa hasta que fueron escoltados hacia la sala del trono. A través de la malla de su máscara, Dariah observó todo con atención. En la sala solo estaban los guardias y el rey, un hombre alto con algo de sobrepeso y cabello negro que la miraba con descontento desde su trono.

El príncipe Hakeem se encontraba a su lado, con una expresión indescifrable en su rostro. Sus ojos grises eran cautivadores y su figura esbelta y musculosa desbordaba elegancia y poder. Era sin duda el hombre más hermoso que había visto.

El legado de RostamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora