Maya quería que la tierra la tragara en ese momento. Amanda se le estaba confesando por segunda ocasión y no podía ni siquiera abrir la boca y decirle alguna mentira para que la dejara en paz. Sentía como su corazón se apretaba, sabiendo lo estúpida que se veía, solo mirando a la otra chica a los ojos, sonrojada y con ganas de llorar y decirle lo mucho que le gusta también.
Amanda no aguantó, se acercó a la rubia peligrosamente para unir sus labios en un hambriento beso que transmitía todas sus emociones. Las manos de la más alta se paseaban sin pena por el cuerpo de Maya, ocasionalmente pellizcando su piel dejando algunas marcas rojas. La más baja solo podía soltar quejidos y corresponder ese tonto beso que sabía que estaba mal, pero la hacía sentir tan bien.
Antes de que el beso pudiera hacerse más apasionado, Amanda se separó y prendió el auto. Cuando Maya se dió cuenta, no tuvo tiempo para preocuparse por los ojos cafés que la veían desde otro auto, mientras derramaban dolorosas lágrimas que harían que cualquiera se compadeciera.
Amanda se estacionó afuera de su casa, salió del auto, y corrió hacia el otro lado de este para abrir la puerta de la chica que se encontraba ahí. Maya salió cabizbaja, sintiéndose cada vez más culpable por lo que sabía que iba a pasar.
La pelinegra no perdió el tiempo y jaló a la otra chica a un beso desordenado mientras intentaba abrir la puerta, recargando a la más baja en esta. El beso se hacía cada vez más intenso y sus cuerpos sentían más y más ese incómodo calor que la corta distancia les proporcionaba.
Por fin entraron a la casa, cerrando la puerta de un golpe, sin terminar el beso pero momentáneamente separándose para buscar aire. Amanda guío a la chica al sillón, donde la jaló hacia ella para sentarla en su regazo y profundizar ese caliente beso.
Maya sentía una mezcla de culpa y calor por todo su cuerpo. Sentía que las manos de Amanda le quemaban su piel, como si de agua bendita a un vampiro se tratase. Sentía que su cuerpo se debilitaba, pero al mismo tiempo no podía parar el beso, se sentía incapaz. Sentía que si sus labios se separaban iba a ser su fin. No quería parar, no podía.
Las largas manos de Amanda se movían por el cuerpo de Maya. Por un momento tomaban su cintura, después acariciaban su espalda, pero también apretaban su trasero, haciendo a la rubia suspirar con deseo, tanto que hundió toda la culpa que tenía y puso toda su concentración en las caricias de la más alta.
-Esto no está bien- reprochó Maya, pero sin separarse ni un segundo de la peli-negra. Amanda solo hizo una sonrisa ladina y soltó una corta carcajada.
-Tu cuerpo no dice lo mismo- su voz era ronca por la lujuria, le encantaba sentir cada reacción que la más baja tenía, como su cuerpo temblaba por cada toque y de su boca salían sonidos satisfechos, invitandola a seguir.
Con un rápido movimiento, Maya se encontraba recostada en el sillón, con sus piernas descansando en cada lado de la cadera de Amanda, dejándole espacio para estar en cima de ella.
Entre besos y caricias, la ropa de ambas chicas iba desapareciendo y siendo arrojanda a alguna parte de la sala. Sus cuerpos estaban ardiendo y sus manos no podían quedarse quietas.
Ese día pasó lo que nunca pensó que pasaría. Maya había caído tan bajo como para cometer tal traición hacia la mujer que la ama, y lo peor de todo, lo había disfrutado. Era una tonta, lo sabía perfectamente.
ESTÁS LEYENDO
Aún no lo acepto
RomanceDos chicas que al reencontrarse se dan cuenta que siempre estuvieron enamoradas. Pero ¿Qué pasa si una de ellas ya tiene novia?¿Seguirán gustandonse?