Dieciséis- Una luz de esperanza

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Su padre ha salido a buscar ayuda hace más de diez minutos, había entrado en pánico y pareció olvidar que podía marcar el número de emergencia, pero su madre yace prácticamente sin vida sobre su regazo, mientras ella la abraza y acaricia su largo cabello, observando la expresión inerte de la mujer.

Su pecho a penas y sube con la débil respiración de la mujer, Ayano revisó más de una vez su corazón y este parece que se detendrá muy pronto. Esto solo es cuestión de tiempo, debe despedirse de ella.

Aunque debe admitir, se ve calmada, tranquila y sin alguna preocupación, cada vez que la veía dormir estaba con el ceño fruncido y algo inquieta, tal vez sueños vividos que su memoria basaba en recuerdos amargos. Tal vez el arrepentimiento siempre la perseguía por las noches, no sabría decirlo.

Pero se veía bien, como una persona que descansa en paz, ¿merecía Ryoba eso? Quizás, aunque sintiera bastante rencor por la mujer, no había dejado de amarla y tenerle aprecio, porque después de todo es su madre, y nunca dejará de serlo.

La puerta se abrió, sacándola de su ensimismamiento, pasos pesados surcaron el pequeño pasillo para dirigirse a la sala, la persona ni siquiera se detuvo a quitarse los zapatos, supuso que era su padre, preocupandole poco ser educado tomando en cuenta la situación en la que se encontraban.

La oscuridad la envolvió, su única luz siendo los relampagos que de vez en cuando iluminaban el cielo, la tormenta fuera continuaba, claro que el tiempo no se iba a detener por su simple perdida. Entonces una figura alta y elegante se paró frente a ella, su vista fijándose en esa persona, encontrándose con los mismo ojos rojos que vió cuando su madre fue herida.

El chico le dió una sonrisa, y después se sentó en la mesa de centro que complementa la sala, estando de esa forma a la altura de la niña que lo mira con recelo, pero se mantiene quieta, no teniendo las energías necesarias para reaccionar ante el presunto asesino de Ryoba.

—Hola, pequeña —Le sonríe con ternura, llevando una mano a la cabeza de la menor para acariciar su desordenado cabello, pero Ayano se aparta en cuanto ve sus intenciones—. ¿Cómo te sientes?

Ella no dijo nada, en cambio desbio su mirada para poder continuar apreciando la expresión tranquila de su madre. El chico suspiró, comprendiendo que no quisiera hablar, mucho menos con él.

—Iba a hacerlo antes de que llegaras, de esa forma no tendrías que presenciarlo —Su juicio estaba hecho, él no podía impedir el destino que le deparará a la joven Aishi—. Pero me llene de curiosidad al ver cómo se desenvolvian las cosas entre ambas, así que espere. Lamento habertela quitado cuando ya se habían reconciliado.

Ayano se mantuvo inerte, aunque parecía que no, había estado escuchando todo lo que le dijo, por lo que se limitó a asentir con entendimiento. Después de unos segundos de silencio, la puerta se abrió de nuevo, otros pasos ajenos llegando hasta ella.

Una chica con la misma apariencia llevaba a su padre en brazos, dejándolo sobre un sofá libre. Cada una de sus acciones siendo analizada por la creciente curiosidad de Ayano, que ahora se pregunta quiénes son estas personas, y sobre todo, qué es lo que buscan.

—Me he encargado del padre —Escuchó a la chica decir mientras se paraba al lado del más grande.

Ayano abrió los ojos cuando la realidad de esas palabras la golpeó de manera brusca, girando la cabeza con agresividad solo para ver con más detenimiento a su padre, que tiene una evidente herida en la cabeza, no puede evitar apartar la mirada, con su cuerpo comenzando a temblar por el miedo, ¿era ella la siguiente?

¿En verdad le estaba pasando esto a ella? ¿era este su castigo por haber matado a Rana Mida?

—¿Quién eres? —Fue capaz de hablar después de mucha espera, el tono de su voz hizo que el chico dirigiera toda su atención a ella.

¿Es una broma?... Porque no me hace graciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora