Los siguientes días transcurrieron más lentos de lo que pretendíamos. Cruzamos varios pueblos, nos recuperamos de nuestras heridas, conseguimos cambiar el acero élfico por una buena cantidad de monedas de acero y nos pudimos permitir comprar equipo de mayor calidad. Sobrepasamos con creces el tiempo estipulado para conseguir el primer báculo -que ni siquiera teníamos ya- y si no empezábamos a darnos prisa de verdad, el tiempo se nos vendría encima. Decidimos usar parte del dinero que nos quedaba en comprar caballos y así facilitar muchísimo nuestros trayectos.
Y... nos dirigimos hacia las montañas en busca del siguiente artefacto. Los ánimos no estaban por las nubes que digamos, pero la promesa de que sería el báculo más fácil de conseguir, consiguió motivar al grupo, el cual, supuestamente, era el Báculo del Cuerpo. No puedo contar demasiado al respecto de ese viaje a caballo, campamentos rudimentarios y noches de poco descanso. Posiblemente pasó una semana hasta que alcanzamos las cimas de esa cordillera, que lejos de ser un lugar rudo y costoso, una vez arriba, simplemente era llano y vacío. Cualquiera podría haberse aventurado a afirmar que ese lugar ni siquiera era natural. No había edificios, ni fortalezas, tampoco templos o cuevas. Al principio avanzamos algo perdidos sin saber muy bien qué buscar, pero pronto encontraríamos una gran superficie plana, trabajada, con unas gigantescas baldosas en el suelo de la montaña.
La mayor de todas las losas estaba ricamente decorada y pedía a gritos ser investigada. Los hombres del grupo, intentando hacer gala de su fuerza y astucia empezaron a toquetear esa losa de probablemente media tonelada. Quizá no debería haber supuesto un gran reto, pero estaba perfectamente encajada y no había por dónde cogerla. Henkkall y Goshim estuvieron dando golpes, clavando hierros y ganchos en los pocos milímetros de hendidura entre baldosa y baldosa para tratar de hacer palanca. Aun así, su fuerza no era suficiente.
Decidieron que lo mejor que podían hacer era empezar a trabar cuerdas, atarlas a los caballos y usar esa fuerza para mover esa gran pieza de piedra. Yo estaba de pie, a varios metros de distancia, observando todo el trajín, discusiones, conclusiones y acciones. Sin embargo, empezaba a sentir una presión en el pecho que apenas me dejaba respirar. Di un respingo cuando consiguieron mover la losa con un estruendo capaz de escucharse a un continente de distancia, pero la sorpresa se convirtió en nauseas cuando del hueco empezó a emanar un terrible olor a muerte putrefacta. Me tapé la boca y la nariz con las dos manos mientras que el corazón quería salirse de mi pecho. No entendía por qué me sentía así, pero, por suerte o por desgracia, no podíamos ni plantearnos entrar en esas condiciones, así que acabamos acampando a una buena distancia de ese lugar y el grupo decidió de manera unánime que esperaríamos hasta que ese aire cargado se disipara y fuera más seguro empezar a bajar.
Transcurrieron dos larguísimos días donde, obviamente, los ánimos estaban más y más caldeados. No dejaban de discutir entre ellos e incluso llegar a las manos para pelearse hasta que los gritos de Desdémona los hacían parar. Apenas conseguí pegar ojo durante esas dos jornadas. Tenía dos fuerzas dentro de mí que no dejaban de apretarme el corazón. Por un lado, notaba que mis plegarias se desvanecían y que mi poder mágico me quería abandonar. Por el otro, algo estaba tirando de mi ser y me instaba a bajar por ese hueco de oscuridad. Tragaba saliva una y otra vez, daba profundas bocanadas de aire como si me estuviera ahogando en el mar y trataba de meditar reuniendo toda mi paz y voluntad, pero nada era suficiente.
Cuando llegó el momento de bajar, me sentía enferma. Desdémona se quedó fuera cuidando de los caballos, esperándonos. Todos los demás bajamos uno a uno y empezamos a movernos en grupo por los oscuros pasillos. Goshim quiso investigar por su cuenta y nadie le tenía suficiente aprecio para impedírselo, por lo que se fue en dirección contraria y nos separamos. Avanzamos por los pasillos, a hachazos tiraban las puertas abajo e incluso tumbaban a alguna momia enorme que se asomaba de entre las sombras para cortarnos el paso. Todo parecía... sencillo. Por primera vez todos estaban de acuerdo en no tocar ningún objeto de valor de los no muertos o del lugar, todo olía a maldición y muerte dolorosa, aunque de momento nada suponía un gran reto. Echaron más y más puertas abajo, rebuscamos en decenas de salas y habitaciones abandonadas, pero no había absolutamente nada de interés ni ninguna pista que valorar. Posiblemente habían pasado unas cinco o seis horas desde que dábamos vueltas sin ningún resultado así que no quedó otra que volver sobre nuestros propios pasos. Cuando llegamos en el punto de partida, Goshim regresaba también arrastrando los pies, decepcionado. Sólo dijo que había unas celdas que parecían vacías que apestaban a muerto.
YOU ARE READING
Dioses, servidumbre y lealtad
FantasyMemorias en forma de relato en primera persona por parte de una sacerdotisa, Nae, quien es reclutada repentinamente para formar parte de un grupo de aventureros. ==Basado en una partida de rol de mesa, situado en el mundo de Dungeons & Dragons, conc...