𝐊𝐀𝐓𝐒𝐔𝐊𝐈 𝐁𝐀𝐊𝐔𝐆𝐎

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                     𝓢entí las manos pegajosas al intentar desabotonarme el chaleco con la mano izquierda, mientras que con la derecha me desataba los cordones del zapato para dejarlos dentro de la caja, poco ordenados. Manipulaba varios objetos al mismo tiempo, queriendo ahorrar tiempo pese a que, por el hecho de haber llegado temprano, no tenía apuro por nada.

En la academia había silencio. Los ruidos de algún modo traían nostalgia. Pasadas las seis de la mañana el lugar se avivaba y los alumnos de todos los años hablaban a los gritos —charlar moderadamente no iba a ser posible si últimamente los nuevos planes de estudio volvían las clases mucho más divertidas—, corrían por los pasillos, buscaban las plantas altas y esperaban en clase la llegada de sus profesores. Otros aprovechaban los minutos libres antes del inicio de la jornada para comprar algunos de los alimentos disponibles en la cantina. Pero eso era todo.

Podía decirse que, mucho antes —o no tanto, quizás ocho años rebobinados sobre una historia fascinante—, los ruidos provenían de las mismas fuentes. Sin embargo, quienes cruzaban los pasillos rumbo a sus clases eran niños distintos a los del momento. Niños que habían sobrevivido a las peleas más infernales. 

—¿Thyra? ¿Temprano otra vez? —No fue necesario que el profesor Midoriya alzara su voz para escucharle. El reloj marcaba las seis y cinco; debido a que las noches se volvían más largas conforme se aproximaba el final de año, la academia aún tenía sus luces encendidas, pues fuera el sol ni siquiera se había asomado lo suficiente como para iluminar ese pequeño trozo de la ciudad donde trabajábamos. 

—Midoriya, debería preguntártelo a ti. ¿Corrigiendo exámenes? Te vi hablando con Aizawa el viernes y tenías mala cara —le dije. Él me sonrió como de costumbre y, después de alzar una mano, se rascó la nuca mirando hacia el frente—. ¿Midoriya?

—Dijo que tenía que ser más duro con mis estudiantes —contó.

Recordé perfectamente los comentarios de varios de los profesores que se habían sumado a la academia en los últimos tres años. Muchos de ellos hablaban de que sus alumnos sentían disgusto por ellos debido a que el profesor Midoriya era amado por sus clases prácticas divertidas. Además, siendo tan dulce y sonriente, prácticamente nadie se atrevía a decir que no estaba a la altura de ser un profesor competente.

—Creo que no tiene nada de malo ser más blando de lo común —dije. Midoriya me miró y apreté los labios hasta que se vieron rectos y con poco volumen. Pensé: «¿Se escuchó de mala forma?». Pero Midoriya conocía de sobra lo que era ser lo poco común o lo aislado del resto. Yo no lo había dicho a modo de resaltar que era un hombre raro. Solo era él; intuí que se dio cuenta, aunque quise suavizar lo que salió de mi boca inconscientemente—. Haces que tus clases sean divertidas. Los niños te adoran, ¿no? ¿Qué mejor que ser amado por tus estudiantes?

—Bueno, yo...

—Sé tú mismo, Midoriya. Supongo que Aizawa no lo dijo de mala manera. Él más que nadie quiere que tu experiencia como profesor de la UA sea agradable. Quizá podrías... ¿Hacer exámenes más difíciles?

—Estuve pensando en varias cosas.

—Tú siempre piensas todo a fondo. Muy a fondo. Incluso de más... —Cerré las manos en puños y volví a sentir la piel de las manos pegajosa. La ciudad brillaba bajo la lluvia y la humedad aumentaría conforme el sol saliera después de que las nubes desaparecieran. Y si es que lo hacían. Pero lograba ver el brillo tenue desde la ventana de la planta baja, naciendo desde lo más bajo con sutileza—. Haz lo que creas mejor. Lo importante es que los niños aprendan.

𝐋𝐄𝐌𝐎𝐍𝐀𝐃𝐄 | 𝐛𝐨𝐤𝐮 𝐧𝐨 𝐡𝐞𝐫𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora