Capítulo 34

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Sally

Llegamos a la playa luego de una silenciosa caminata. Desde que el mar se hizo visible a lo lejos, mi mirada no se despegó del rostro de James, en busca de alguna reacción. Sin embargo, él seguía impasible.

¿No le emocionaba ir a un lugar tan bonito como la playa, luego de años sin hacerlo?

—¿Pasa algo? —rompió el silencio, clavando sus ojos en los míos.

—No, ¿por qué?

—Porque sigues mirándome —explicó—. Llevas un buen rato haciéndolo.

Dejé salir una risa suave.

—Es sólo que... quería ver tu reacción.

—¿Reacción a qué?

Entrecerró los ojos en su dirección.

—A la playa, pues —dije, como si fuera evidente.

—Mh... —Desvió su vista al mar—. ¿Eres consciente de que esto es lo más cerca que estaré de esta playa, verdad? —me preguntó con indiferencia.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿No quieres bajar a la arena? —cuestioné.

James negó con la cabeza y suspiró.

—Mi silla no es para playas —comentó—. Si se llena de arena, se estropea.

La decepción me inundó, a la vez que sentí una profunda tristeza por él. Tal vez no lo demostraba, pero estaba segura de que le hacía mucha ilusión hundir sus pies en la arena.

—Lo siento, James. No pensé en eso —admití avergonzada—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Parecías emocionada con este lugar —respondió a la ligera.

—Sí, pero se supone que este paseo es para ti, para que tú te diviertas y conozcas la ciudad. No para que yo disfrute.

—¿Quién dice que no me estoy divirtiendo?

—Eh... ¿Te estás divirtiendo? —pregunté. Él asintió con la cabeza—. ¿Y se puede saber qué te divierte? Porque, hasta donde yo sé, no hemos hecho nada divertido.

—Tú me diviertes —contestó.

Juro que me derretí, y no precisamente por el sol de California.

—Eres un tierno.

—No lo soy —gruñó.

—Sí, lo eres.

Con una sonrisa de oreja a oreja, me acerqué a él y me senté en sus piernas. Estaba comenzando a sentirme demasiado a gusto en su regazo, y aprovecharía cada oportunidad que tuviese para hacerlo.

—¿Quieres que vayamos a otro lado? —inquirí.

—¿Quieres ir tú?

Divertida, sacudí la cabeza.

—¿En serio no te importa a dónde vayamos? —le pregunté, con mis labios rozando los suyos.

—En serio —afirmó.

Con eso, alejé mi rostro del suyo y me puse de pie en un salto.

—¡Perfecto! —exclamé—. Demos un paseo por mis lugares favoritos, entonces.

Él entornó sus ojos en mi dirección.

—Eres mala, pelirroja.

—¿Qué? ¿Por qué? —fingí demencia.

—Sabes muy bien por qué —masculló.

Reí. Fue divertido tentarlo con mis labios.

—Es cierto. Pero ya vámonos, aprovechemos este día.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora