XLVI. De los que se atreven

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Milán, 27 de febrero

Mi tía María siempre repetía una frase cada vez que nos juntábamos en casa de mi abuela los domingos: La vida es de los que se atreven. En las sobremesas del café siempre contaba anécdotas de sus viajes con amigos, amigas o en sus escapadas en solitario que tan extraño les parecía a mis padres y abuelos. Había crecido admirándola, viendo como una mujer puede tomar sus propias decisiones más allá de las creencias y opiniones de los demás. Mis padres se limitaban a no comentar delante de mí sobre ella, pero en el fondo sé que no les gustaba que no siguiera la vía ordinaria que todos siguen. Casarse, formar una familia, trabajar en el mismo puesto durante años, vivir en la misma ciudad que los vio nacer. Ella era libre y así nos lo demostró a todos. Sin apariencias, haciendo más que diciendo. Y es que a veces merece la pena ser de los que se atreven.

Desde que decidí irme a Barcelona había empezado a formar parte de ese grupo aunque no fuese capaz de verlo claro. La ruptura con Rodrigo me hizo sentir pequeñita y egoísta. Como si hubiese tirado por la borda toda una vida por un capricho de carrera. Cuando empecé a estudiar en la Escuela de Diseño me di cuenta que estaba en el lugar correcto y mi contratación en Gaia fue la reafirmación de mi decisión. Pese a eso, aquella mañana me desperté de los nervios sintiéndome torpe e incapaz. ¿Por qué en Barcelona sí y en Milán no? No lo sé. Mi cuerpo simplemente no reaccionaba. En realidad, mi papel como estilista era seleccionar las prendas para cada uno de los eventos, pero Gaia ya lo había indicado todo en papel. Una prueba más de que quería que hiciéramos este viaje juntos. Estaba muy nerviosa y al entrar en la habitación de Gavi todos lo notaron.

Marta me cogió del brazo y me sugirió que fuéramos a mi habitación.

—No, no hay que arreglar a Gavi.

—Tranquila, tenemos a José María. Él ha hecho este trabajo solo con una acompañante muchas veces.

Él asintió y salimos para allí. Marta llamó al servicio del hotel y pidió dos infusiones.

—Mi primera vez fue también así. Estaba nerviosa perdida. Pero no podía dejarte así frente a Pablo. Él no puede contagiarse de ese nerviosismo. Es nuestro máximo representante de la marca.

—No sé, estoy aquí por Gaia yo, en realidad...

—Tranquila, todos hemos estado en tu lugar alguna vez. Se intuye que Pablo y tú os lleváis bien, te va a ayudar en todo lo que necesites. Además, solo hace falta que te arregles para la fiesta de esta tarde. Nos tomamos lo que he pedido y si te tranquilizas volvemos. Si no, te quedas en la habitación relajándote con un buen almuerzo, una buena ducha y nos unimos a ti después de comer.

Le hice caso y me bebí toda la infusión, el sabor era fuerte y no super reconocer que era, pero me ayudó a relajarme. Me tumbé en la cama y Marta se dedicó a repasar mentalmente todos los protocolos. Me hacía gracia que gesticulara sin hablar, pero agradecía que lo hiciese así, si no me pondría de los nervios.

—¿Cómo vas? ¿Vienes a ver el resultado final?

—Claro, ya estoy mejor.

Tocamos en la habitación de al lado y vimos a Pablito en su primer smoking. Estaba sencillamente espectacular. Sonreía y se tocaba la pajarita. José María le reprendía porque decía que se la iba a arrugar de tanto tocarla. Era una escena como poco cómica. Se le iluminó la cara al vernos.

—¿Cómo estás, Blanquita?

—Mejor, tranquilo.

—Les he dicho que te quedes aquí en mi habitación esta mañana. Date un baño y relájate.

—¿Estás seguro?

—Sí, Blanquita, esto lo he hecho varias veces.

—Bueno, queridos, esto ya va en marcha. En quince minutos viene el transporte a por nosotros. Vamos a nuestras habitaciones a cambiarnos y os esperamos en el hall.

El tercer piso (Pablo Gavi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora