Salgo de la casa tambaleándome, las piernas apenas me responden debido a la cantidad de alcohol que he ingerido, he tomado desde el mediodía.
Pero ahora, a pesar de la embriaguez, hay una claridad en mi mente, un propósito que late con fuerza: necesito hablar con Damián. Lo que sea que nos queda por decirnos. No se si sea el alcohol pero solo quiero verlo.
Con mi cartera colgando de un brazo y la botella de alcohol firmemente sujeta en la otra mano, me subo al taxi de confianza que Miguel insistió en que tomara. El asiento frío y el movimiento del coche hacen que la realidad me golpee como una bofetada, pero no tengo tiempo para arrepentimientos.
Decido enviarle un mensaje —Ocupo hablar contigo, idiota —tecleo con torpeza, mi dedo pulgar casi se resbala de la pantalla por la desesperación.
Tomo un largo trago de la botella, sintiendo el ardor del alcohol bajar por mi garganta y nublar aún más mis pensamientos. Por un momento, siento que el mundo está completamente fuera de mi control, pero eso ya no importa. Miro la pantalla de mi celular cuando suena una notificación. Es Damián.
—Yo no tengo nada que hablar contigo. Tú ya tomaste tu puta decisión. Como bien lo dijiste, terminaste conmigo, quédate con él, Victoria —responde, su mensaje destila una rabia que casi puedo palpar.
Levanto las cejas mientras leo el mensaje, y una risa amarga se escapa de mis labios. Qué predecible es todo esto. Decido no responderle. Las palabras ya no importan, lo que necesito decirle no puede ser explicado en un simple mensaje.
Llegamos al edificio donde vive Damián, y me bajo del auto sintiendo el frío de la madrugada cortar mi piel. El mareo es insoportable, el mundo gira a mi alrededor, y por un momento pienso que voy a caer al suelo. Me quito los tacones, porque a estas alturas son más un estorbo que una ayuda, y con los pies descalzos me dirijo al elevador. El frío del mármol bajo mis pies se siente bien.
Unos minutos después, estoy frente a su puerta. Mi corazón late con fuerza, la ansiedad se mezcla con la adrenalina. Toco el timbre muchas veces, insistiendo como una niña caprichosa que no acepta un "no" por respuesta. Nadie parece salir, pero no me rindo. Sigo tocando hasta que, finalmente, la puerta se abre y Juan Pablo me recibe con el ceño fruncido.
—¿Victoria?— Su tono es una mezcla de sorpresa y desaprobación.
—Necesito hablar con Damián. No sé si te molestaría... —respondo, mi voz suena más firme de lo que esperaba, aunque mi interior es un caos.
Juan Pablo me observa por un instante, Finalmente, da un paso hacia un lado y me permite pasar. En el sofá, ahí está el acostado, con su celular en la mano, aparentemente ajeno a mi presencia.
Damián se levanta con lentitud del sofá, sus ojos me miran con incredulidad y rabia contenida.
—¿Tú qué haces aquí? —me pregunta, su voz cargada de reproche y molestia.
Antes de que pueda responderle, Juan Pablo interviene:
—Los voy a dejar solos —dice, tomando su chaqueta del sofá.
—No, Juan Pablo, yo no tengo nada que hablar con ella —replica Damián, su tono es definitivo, pero yo no estoy dispuesta a retroceder.
Levanto una ceja y lo miro con toda la ira que he acumulado durante las últimas horas. No vine hasta aquí para que me rechace sin más.
— Pues yo no sé—dice Juan Pablo, encogiéndose de hombros, como si ya no le importara la situación
—igualmente, me tengo que ir.Y antes de que Damián pudiera detenerlo, Juan Pablo salió del departamento.
Damián me observa por un momento más, como si no pudiera creer que realmente estoy aquí. Yo tampoco estoy segura de cómo llegué a este punto, pero no hay vuelta atrás.
Se levantó del sofá y comenzó a caminar hacia la puerta, claramente decidido a echarme o a irse o incluso detener a Juan Pablo. Pero yo no lo permitiré. Me muevo rápidamente y me coloco detrás de la puerta, bloqueando su salida. Intentó abrirla, pero mi cuerpo es un obstáculo que no puede ignorar.
Su cercanía me desconcierta, puedo sentir su aliento en mi rostro, el olor de su perfume y el calor que emana de su cuerpo. Mi corazón late desbocado, pero no es de miedo, es de deseo reprimido, de emociones que he estado negando por demasiado tiempo.
Damián intenta moverse, pero no puede, y por un momento, todo lo que existe en el mundo es esta proximidad entre nosotros. Levanto un poco la cabeza para observarlo, para ver su expresión, esperando encontrar la misma confusión y el mismo deseo que arde en mí.
Damián se queda inmóvil, con su rostro a solo centímetros del mío, sus ojos reflejando una mezcla de ira, dolor y algo más que no puedo identificar del todo. Nos miramos en silencio, atrapados en esta proximidad peligrosa que amenaza con explotar. Puedo sentir la tensión acumulada entre nosotros. Mi respiración se acelera, y el alcohol en mi sangre amplifica cada latido de mi corazón, cada sensación, haciéndome sentir más vulnerable pero, al mismo tiempo, más determinada.
—Déjame salir, Victoria —dice finalmente, su voz es baja, cargada de una ira contenida que apenas puede controlar. Pero también hay cansancio en sus palabras, como si todo esto lo estuviera desgastando más de lo que quiere admitir.
—No hasta que me escuches —respondo con firmeza.
Damián exhala lentamente, como si intentara mantener la calma, y da un paso atrás, liberándome del rincón en el que nos encontramos.
—¿Qué quieres, Victoria? —pregunta finalmente, sus ojos aún fijos en los míos, buscando respuestas que ni siquiera yo estoy segura de tener. La dureza en su voz no oculta la vulnerabilidad que se esconde detrás, esa misma que me atrae y me repele al mismo tiempo.
Tomo aire, intentando ordenar mis pensamientos, pero las palabras se me escapan antes de poder detenerlas.
—Quiero que entiendas... que todo esto fue un error, que... que no sé qué hacer con nosotros.
No sé si es la verdad completa o si es solo lo que quiero que él escuche, pero es todo lo que puedo ofrecerle ahora.
Damián me observa en silencio por un momento más, su expresión se suaviza un poco, pero sus ojos siguen llenos de dudas.
—¿Un error? —repite, y puedo ver cómo la incredulidad y el dolor luchan por imponerse en su mirada—. ¿De verdad crees que todo esto fue solo un error, Victoria?
La realidad de lo que hemos compartido, de lo que hemos destruido y construido juntos, se cierne sobre mí, recordándome que no hay una salida fácil es como un laberinto, este hombre se clavó en mi, y en el fondo no lo quiero aceptar.
—No lo sé —Le susurro. —No sé qué es verdad y qué es mentira en este punto, ando muy ebria y solo sé que quiero estar contigo.
Damián queda en silencio, asimilando mis palabras, su mirada cargada de emociones que no consigo descifrar. Sin pensarlo más, cierro la distancia entre nosotros y lo beso, uniendo nuestros labios en un gesto que no necesita palabras. Su respuesta es inmediata, me atrae hacia su cuerpo con fuerza, sus manos grandes y firmes recorriendo mi espalda mientras me sostiene. Solo lleva puesto un pantalón, lo que me permite sentir la calidez de su piel desnuda contra mis dedos. Mis manos se deslizan por sus pectorales firmes, trazando el contorno de sus músculos antes de que él me rodee con sus brazos poderosos, encerrándome en un abrazo que me deja sin aliento.