Capítulo 22

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Salgo de la casa tambaleándome, las piernas apenas me responden debido a la cantidad de alcohol que he ingerido, he tomado desde el mediodía.

Pero ahora, a pesar de la embriaguez, hay una claridad en mi mente, un propósito que late con fuerza: necesito hablar con Damián. Lo que sea que nos queda por decirnos. No se si sea el alcohol pero solo quiero verlo.

Con mi cartera colgando de un brazo y la botella de alcohol firmemente sujeta en la otra mano, me subo al taxi de confianza que Miguel insistió en que tomara. El asiento frío y el movimiento del coche hacen que la realidad me golpee como una bofetada, pero no tengo tiempo para arrepentimientos.

Decido enviarle un mensaje —Ocupo hablar contigo, idiota —tecleo con torpeza, mi dedo pulgar casi se resbala de la pantalla por la desesperación.

Tomo un largo trago de la botella, sintiendo el ardor del alcohol bajar por mi garganta y nublar aún más mis pensamientos. Por un momento, siento que el mundo está completamente fuera de mi control, pero eso ya no importa. Miro la pantalla de mi celular cuando suena una notificación. Es Damián.

—Yo no tengo nada que hablar contigo. Tú ya tomaste tu puta decisión. Como bien lo dijiste, terminaste conmigo, quédate con él, Victoria —responde, su mensaje destila una rabia que casi puedo palpar.

Levanto las cejas mientras leo el mensaje, y una risa amarga se escapa de mis labios. Qué predecible es todo esto. Decido no responderle. Las palabras ya no importan, lo que necesito decirle no puede ser explicado en un simple mensaje.

Llegamos al edificio donde vive Damián, y me bajo del auto sintiendo el frío de la madrugada cortar mi piel. El mareo es insoportable, el mundo gira a mi alrededor, y por un momento pienso que voy a caer al suelo. Me quito los tacones, porque a estas alturas son más un estorbo que una ayuda, y con los pies descalzos me dirijo al elevador. El frío del mármol bajo mis pies se siente bien.

Unos minutos después, estoy frente a su puerta. Mi corazón late con fuerza, la ansiedad se mezcla con la adrenalina. Toco el timbre muchas veces, insistiendo como una niña caprichosa que no acepta un "no" por respuesta. Nadie parece salir, pero no me rindo. Sigo tocando hasta que, finalmente, la puerta se abre y Juan Pablo me recibe con el ceño fruncido.

—¿Victoria?— Su tono es una mezcla de sorpresa y desaprobación.

—Necesito hablar con Damián. No sé si te molestaría... —respondo, mi voz suena más firme de lo que esperaba, aunque mi interior es un caos.

Juan Pablo me observa por un instante, Finalmente, da un paso hacia un lado y me permite pasar. En el sofá, ahí está el acostado, con su celular en la mano, aparentemente ajeno a mi presencia.

Damián se levanta con lentitud del sofá, sus ojos me miran con incredulidad y rabia contenida.

—¿Tú qué haces aquí? —me pregunta, su voz cargada de reproche y molestia.

Antes de que pueda responderle, Juan Pablo interviene:

—Los voy a dejar solos —dice, tomando su chaqueta del sofá.

—No, Juan Pablo, yo no tengo nada que hablar con ella —replica Damián, su tono es definitivo, pero yo no estoy dispuesta a retroceder.

Levanto una ceja y lo miro con toda la ira que he acumulado durante las últimas horas. No vine hasta aquí para que me rechace sin más.

— Pues yo no sé—dice Juan Pablo, encogiéndose de hombros, como si ya no le importara la situación
—igualmente, me tengo que ir.

Y antes de que Damián pudiera detenerlo, Juan Pablo salió del departamento.

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