Las nuevas cuatro estaciones

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Una sola misión el asesino tenía; a los enemigos del antiguo orden destruir debía. Aislado, desde niño, todas las lecciones necesarias enseñaron. En el hostil exterior, durante las dos estaciones habitables, la preocupante ceniza y el pacífico cálido, un grupo difundía propaganda en contra del antiguo régimen.

—Debes detenerlos a cualquier coste. La humanidad perdida está sin nosotros —le decían escondidos en un búnker secreto y aislado—. Únicamente con nosotros florecerá como antaño. De nuestros errores hemos aprendido.

Así pues, marchó contra los enemigos del orden.

A mediados del cálido se encontraban, los cultivos crecían altos y fuertes, alimentados por la radiación y por la lluvia de ceniza de la estación anterior. Atardecía, pero todo era bien visible. «Bárbaros, bárbaros y nada más que bárbaros». Inaudito le parecía que las personas sobreviviesen en tales condiciones sin una guía apropiada. Y, sin embargo, tantísimo alimento había que ni con la mente abarcarlo podía.

Unos niños corriendo oyó y raudo se escondió. Reían, y cuando se asomó, menuda sorpresa al ver su salud. No mutantes, no monstruos; niños y nada más, como él no tanto tiempo atrás. Y tras ellos, adultos del mismo aspecto lozano. En el grupo había mutilados y deformados por la enfermedad y la radiación, ¡y entre los normales caminaban! No abandonados, no repudiados; familia y amigos, ayudados y apoyados. ¿Qué era todo aquello? ¿Acaso los monstruos se escondían para que los reductos de la civilización se confiasen? Mas no los veía asustados ni alerta ni tensos.

Pasaron de largo y él los siguió, a un lado y a otro escondido. Tras una esquina, un escenario había. ¡Ahí estaba el enemigo! Se detuvo, subió una pequeña colina y entre la maleza su presencia quedó escondida. Sacó su arma, una reliquia de tiempos, decían, más civilizados. Y a través de la mirilla, vio.

A los pies del escenario había personas sujetando distintas cosas de metal y madera, algunas con cuerdas. ¿Qué clase de armas serían aquellas? No le dio tiempo a seguir imaginando, pues un hombre de pelo cano subió y en el centro se paró.

—Antes de la función, es tradición empezar con un chiste para aliviar tensión. ¡Escuchad, pues! —El hombre carraspeó—. ¿Qué dice el infierno cuando ve al capitalista salir de su agujero? «Jo, papá, vuelve dentro que me da vergüenza».

El público soltó una carcajada.

El asesino, escondido en las alturas, sintió su sangre hervir. ¿Cómo osaban culparlos del fin del mundo? ¿Qué mentiras estarían contando? Tenía el dedo en el gatillo preparado para acabar con los enemigos del progreso, pero entonces sonó la primera nota. Y una segunda fue detrás. Sonidos agudos, graves, casi estridentes, pero agradables. ¿Qué era aquella magia? Observó a través de la mirilla. ¿Qué más daba si tardaba un poco en cumplir su misión? El daño ya lo habían hecho y le serviría para aprender.

El fondo mostró suelo gris y edificios grises colosales y el cielo era azul. Muchas personas eran dibujadas y tres reales estaban sentadas sujetando algunas tazas. Tras la primera cogieron una segunda y una tercera.

El hombre que había contado el chiste comenzó a cantar:

Llegó el cálido y festejándolo lo saludan los humanos con alegres danzas. Y las fuentes con el soplo de los azufres con dulce murmullo discurren entretanto.

En una ventana vio números que empezaron a crecer. La cifra se triplicó y las personas dejaron la mesa, apesadumbradas.

Vienen cubriendo el aire con negros truenos, lluvia incesante y vida, elegidos para anunciarla, callando así estos, los humanos; vuelven otra vez su vista al cielo.

Volvieron, pero ya no tres personas, sino dos. Y en lugar de tres tazas, dos. La cifra subió otro poco, todo se oscureció y el escenario vacío quedó.

Las nuevas cuatro estacionesWhere stories live. Discover now