Capítulo 12

102 17 0
                                    

Después de un largo y arduo viaje, Percy y Annabeth finalmente llegaron al palacio de Atlantis. El sol estaba en su punto más alto, iluminando las majestuosas torres y los muros de mármol blanco que se alzaban sobre la capital del reino. El séquito de Percy cruzó las grandes puertas del palacio, y los guardias, al ver a su rey regresar, se cuadraron en perfecta formación, mostrando su respeto.

Sin embargo, el ambiente en el palacio estaba cargado de tensión. Los rumores sobre Annabeth, la supuesta sacerdotisa que Percy había traído consigo, ya se habían esparcido, y el descontento era palpable en las miradas de los cortesanos y sirvientes que se reunían para ver a su rey. Percy sabía que tendría que abordar la situación de inmediato, antes de que los rumores y el descontento se fortalecieran más.

Percy desmontó de su caballo con la gracia de un guerrero experimentado, pero su mirada era dura, decidida. Ayudó a Annabeth a bajar, sosteniendo su mano con firmeza. Mientras se dirigían al centro del patio, donde se había reunido una gran multitud, Percy sintió las miradas inquisitivas y escépticas. Pero él ya había tomado su decisión, y no permitiría que nadie la cuestionara.

Levantó la mano, y el murmullo entre la multitud se desvaneció en un silencio expectante. Todos los ojos estaban fijos en él, y su voz resonó fuerte y clara cuando comenzó a hablar.

—Ciudadanos de Atlantis —empezó Percy, su tono firme—. Hoy regreso al palacio con una decisión que cambiará el destino de nuestro reino.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en todos los presentes. Annabeth se mantenía a su lado, erguida, aunque sentía el peso de todas las miradas sobre ella. Percy le dirigió una mirada tranquilizadora antes de continuar.

—Sé que muchos de ustedes han oído rumores sobre Annabeth, la mujer que me acompaña —continuó Percy, su tono autoritario—. Es cierto que hasta ahora ella ha sido una sacerdotisa, pero a partir de este momento, su vida como tal queda en el pasado. Annabeth ahora es mi mujer; y es única entre las mujeres de este reino.

Las palabras de Percy hicieron que el murmullo en la multitud se intensificara brevemente, pero él levantó la mano de nuevo, exigiendo silencio.

—Annabeth posee una pureza de sangre tan grande como la mía —prosiguió, dejando que la revelación calara en todos—. Es la única mujer en todo Atlantis capaz de gestar con éxito a mis hijos, asegurando así la continuidad de mi linaje y la protección de nuestro reino.

El silencio que siguió fue profundo. Nadie se atrevió a interrumpir, y Percy continuó, su voz llena de convicción.

—Por su singularidad, Annabeth debe ser cuidada y tratada como la joya más preciada de la corona. No solo será mi esposa; es la futura madre de los herederos de Atlantis, aquellos que un día defenderán este reino de cualquier amenaza. Cualquier falta de respeto hacia ella no será tolerada. Ella es la clave para el futuro de Atlantis, y su seguridad y bienestar son ahora la prioridad de todos en este palacio.

Percy recorrió la multitud con la mirada, asegurándose de que cada persona comprendiera la gravedad de sus palabras.

—Annabeth es ahora parte de este reino como mi futura esposa, y cualquiera que intente amenazarla, deshonrarla o apartarla de mi lado, se enfrentará a la pena máxima.

Las últimas palabras de Percy resonaron como una advertencia definitiva, un recordatorio de que cualquier intento de interferir con su decisión sería castigado sin piedad. La atmósfera en el patio se volvió aún más tensa, y todos comprendieron que Percy estaba dispuesto a proteger a Annabeth a cualquier costo.

Los guardias y cortesanos asintieron, inclinando la cabeza en señal de aceptación. La noticia de la boda de Percy era ahora oficial, y el mensaje estaba claro: Annabeth no solo había dejado de ser una sacerdotisa, sino que ahora era la mujer del rey, la futura reina, y la única capaz de asegurar la continuidad del linaje real.

Percy se volvió hacia Annabeth, su expresión suavizándose mientras le ofrecía su mano. Ella la tomó sin vacilar, sabiendo que este era el comienzo de una nueva etapa en su vida. Con una última mirada a la multitud reunida, Percy concluyó su anuncio.

—Prepárense para honrar a su nueva reina. En pocos días, celebraremos nuestra unión, y con ella, el comienzo de una nueva era para Atlantis. Recuerden bien mis palabras: Annabeth ya no es una sacerdotisa. Ella es la mujer de su rey, la futura madre de mis hijos, y merece toda la protección y respeto que este título conlleva.

Con esas palabras, Percy condujo a Annabeth hacia el interior del palacio, dejando claro a todos los presentes que su decisión era inamovible. El ambiente en el palacio había cambiado: Annabeth ya no era solo una figura de curiosidad o descontento. Ahora, era la futura reina de Atlantis, y con ello venía el poder y la responsabilidad que ningún rumor o murmullo podría cambiar.

El legado de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora