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Saltaba la cuerda, su mente completamente absorta, enfocada en cada repetición mecánica de sus pies sobre el suelo. El conteo iba por el salto número 1000, pero su mente no estaba en su entrenamiento; estaba en otro lado, nublada por la ansiedad que trataba de sofocar con cada salto. Esperaba con impaciencia que su mensaje llegara a tiempo, que él lo recibiera antes de que fuera demasiado tarde. 

El amado pelinegro que ocupaba cada rincón de sus pensamientos aún no respondía.

El sudor resbalaba por su frente y espalda, haciendo que su piel brillara bajo el suave resplandor de la mañana, cuando una figura familiar apareció en su campo visual.

—¿Qué te tiene tan estresada? —preguntó Satoru Gojo, su voz cargada con esa típica mezcla de curiosidad despreocupada y sarcasmo. Su presencia siempre llegaba con una especie de ligereza extraña, como si nada en el mundo pudiera realmente perturbarlo.

Yunah no dejó de saltar. Con una sonrisa indescifrable, le contestó sin detener el ritmo de sus pies, que seguían trazando un compás perfecto.

—Yo no me estreso —dijo con aire desenfadado— eso provoca mala piel y tensión en el cuerpo. —Lo miró con ojos brillantes, como desafiándolo a descubrir si había algo más detrás de esas palabras, pero su ritmo de salto seguía impecable.

Satoru la observaba, con los brazos cruzados, como quien disfruta de un espectáculo. No podía negar que Yunah tenía una precisión casi hipnótica. Cada salto era fluido, una armonía entre sus movimientos y la cuerda que cortaba el aire. Él, de todos los que la rodeaban, era el único que no sabía del plan que Yaga le había orquestado. 

Sabían que mantener a Satoru al margen era crucial; su intromisión, aunque con buenas intenciones, lo cambiaría todo. Y por eso, habían decidido dejarlo fuera.

—Tu misión es complicada, ¿no? —Satoru soltó la pregunta sin rodeos, sus ojos claros estudiando cada uno de sus movimientos. El tono de su voz era suave, casi como si lo que dijera no fuera más que un comentario casual— Yaga me dio a entender que algo importante estaba en juego. —A pesar de la calma en su expresión, había una chispa de curiosidad escondida detrás de sus palabras.

Yunah aterrizó un último salto, deteniendo su cuerda con precisión. Se acercó a él, el sudor brillando en su piel mientras jadeaba ligeramente, pero aún manteniendo esa sonrisa juguetona.

—Ya vienes con tus preguntas de señora chismosa —respondió, lanzándole una mirada astuta mientras desenredaba la cuerda de entre sus manos— No es nada interesante. Solo tengo que investigar algunos nexos entre los tres grandes clanes. —Su voz era ligera, pero una sutil tensión se colaba detrás de sus palabras. Sabía que cuanto menos hablara, mejor.

Satoru levantó una ceja, mostrando una sonrisa de medio lado. Él conocía bien a Yunah, más de lo que ella se permitía admitir. No importaba lo casual que intentara sonar, siempre podía captar cuando estaba ocultando algo. Pero, por esta vez, decidió no indagar más. Le dio un suave tirón a la trenza que colgaba de su larga melena, una acción juguetona que la hizo quejarse en silencio.

—Buena suerte, entonces —dijo con una sonrisa burlona mientras se giraba para marcharse.

Yunah lo vio alejarse, reprimiendo un suspiro de alivio. Satoru era todo un reto; tenía una capacidad casi sobrehumana para obtener lo que quería si se lo proponía, y ella no podía permitir que él se involucrara en algo tan delicado. La situación requería cautela, más de la que nunca había mostrado frente a él.

Miró su reloj. "Hora de dejar esto y seguir con lo que realmente importa", pensó. Necesitaba ducharse, arreglarse y almorzar algo antes de reunirse con su amado. Cada detalle en su rutina era importante. Después de todo, no podía presentarse de cualquier manera. La misión requería que estuviera impecable, lista para cualquier situación, y también preparada para el encuentro más importante de su día.

Please - Suguru GetoWhere stories live. Discover now