Capítulo 4: El Pacto de Sangre

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Las velas parpadeaban con una luz tenue y misteriosa, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de la habitación. El aire en la casa de Lucía se había vuelto pesado, denso, como si la atmósfera misma se cargara de algo más profundo que el simple temor. Desde el encuentro con el íncubo y la revelación de su naturaleza, había sentido la presión de una elección inminente sobre sus hombros, una decisión que cambiaría su vida para siempre.

En los días que siguieron al descubrimiento de los libros de su madre, Lucía se sumergió en los textos arcanos, leyendo con una mezcla de fascinación y terror. Entre los tomos polvorientos y los manuscritos crípticos, había encontrado referencias constantes a rituales de protección, barreras espirituales y, lo más inquietante, pactos. Pactos que podían invocar o desterrar entidades, pero también atar el destino de quien los realizaba a algo más allá del entendimiento humano.

Esa noche, sentada en el suelo de su habitación rodeada por velas, Lucía sostenía un libro que había encontrado particularmente perturbador. El cuero que cubría el manuscrito era negro y desgastado, y su tacto era extraño, como si la textura del material respirara ligeramente bajo sus dedos. El título, "Pactum de Sanguine", estaba escrito en latín antiguo, y las páginas, finas y quebradizas, estaban llenas de símbolos y diagramas que emanaban una energía inquietante.

Pactos de Sangre, había leído en la primera página, eran rituales antiguos destinados a formar lazos inquebrantables entre humanos y entidades espirituales o demoníacas. Una vez sellado, un pacto de sangre no podía romperse sin consecuencias graves, ya que implicaba la unión de la esencia vital del individuo con la energía de otra entidad. Esta unión, sin embargo, no solo otorgaba poder, sino que también ataba a las partes en un vínculo eterno, uno que trascendía la muerte misma.

Lucía había leído sobre estos pactos en varias ocasiones durante su investigación, pero siempre los había descartado como mitos o fantasías. Sin embargo, la realidad que estaba viviendo ahora, enfrentada a la presencia de un íncubo, la obligaba a replantearse muchas cosas. Sabía que enfrentarse a esa entidad solo con conocimiento básico y con rituales de protección menores no sería suficiente. Necesitaba algo más, algo poderoso. Y el pacto de sangre parecía ser una opción tan tentadora como peligrosa.

Cerró el libro, respirando profundamente mientras sentía cómo el corazón le martillaba en el pecho. El aire a su alrededor parecía volverse más pesado, y en su mente, resonaba la voz del íncubo, recordándole su presencia constante, como si nunca hubiera abandonado la habitación desde la última vez que lo vio. "Has venido a mí, Lucía. Sabes lo que deseas", había dicho, su voz como un susurro que envolvía su mente.

Pero ahora, Lucía no estaba dispuesta a ser solo una víctima de las circunstancias. Si había algo que su madre le había enseñado a lo largo de los años, era que el poder no pertenecía solo a las entidades del otro lado. Los humanos también podían reclamar su propio poder, pero todo tenía un costo.

Lucía bajó la vista hacia su muñeca izquierda, donde una cicatriz fina recorría la piel. Recordó la última vez que había sentido la urgencia de sellar un pacto, cuando era adolescente. Había sido una imprudencia, un intento desesperado de recuperar algo que había perdido. Aunque el pacto que había hecho en ese entonces no involucraba demonios, había sido suficiente para enseñarle una lección sobre los peligros de jugar con fuerzas que no comprendía completamente. Sin embargo, ahora era diferente. Sabía que estaba siendo empujada hacia una decisión oscura, y las cicatrices emocionales que llevaba dentro la habían preparado para el sacrificio que estaba a punto de hacer.

Había una diferencia crucial entre la Lucía que había sido entonces y la que era ahora: esta vez, no huiría del abismo.

Se levantó del suelo y se acercó a una de las ventanas, mirando hacia el jardín trasero de su casa, donde las sombras de la noche parecían danzar al compás de una melodía siniestra. Una parte de ella se preguntaba si el íncubo estaba allí, vigilándola desde algún rincón de la oscuridad, esperando su decisión. Las palabras del libro resonaban en su mente: "Una vez que el pacto se haya sellado, no hay vuelta atrás".

La preparación del ritual era precisa. Necesitaba ingredientes específicos: una daga ceremonial, velas negras, sal consagrada y un pequeño cuenco para recoger la sangre. Todos estos elementos estaban listados en el libro, y para su sorpresa, muchos de ellos ya se encontraban entre las pertenencias de su madre. Era como si Beatriz hubiera sabido, de alguna manera, que Lucía necesitaría esos objetos algún día. Su madre siempre había tenido una relación extraña con lo oculto, pero ahora, esa conexión le parecía casi premonitoria.

Lucía pasó horas preparando el espacio, trazando un círculo en el suelo con la sal consagrada y colocando las velas en los puntos cardinales. La noche estaba en su apogeo, y la casa estaba sumida en un silencio casi sepulcral. Afuera, la luna llena brillaba con una intensidad inusual, como si el mismo cielo estuviera observando lo que estaba a punto de suceder.

Finalmente, Lucía se arrodilló en el centro del círculo, con la daga ceremonial en la mano. Las palabras del conjuro estaban grabadas en su mente. El latín fluía de sus labios con una fluidez que la sorprendió, como si las palabras hubieran estado latentes en su memoria desde siempre, esperando ser pronunciadas. Con cada sílaba, sentía cómo el aire a su alrededor cambiaba, volviéndose más denso, más cargado de energía.

Mientras recitaba el conjuro, sus pensamientos se volvieron hacia el íncubo. Podía sentir su presencia, como una sombra al borde de su visión. No estaba en la habitación físicamente, pero su esencia estaba allí, observando, esperando. Sabía que él respondería al llamado, que vendría a reclamar lo que le pertenecía. Pero esta vez, sería bajo sus términos.

El conjuro llegó a su clímax, y Lucía levantó la daga. Sabía lo que debía hacer. Con un movimiento rápido y decidido, deslizó la hoja por la palma de su mano izquierda, sintiendo el ardor agudo de la herida al abrirse. La sangre brotó lentamente, cayendo en el cuenco que había colocado frente a ella. Con cada gota que caía, sentía cómo la energía en la habitación se intensificaba. Las velas parpadeaban violentamente, y una ráfaga de viento inexplicable recorrió la casa, como si las mismas paredes respiraran con anticipación.

Lucía levantó el cuenco, sosteniéndolo frente a su pecho. Sus ojos se cerraron mientras pronunciaba las palabras finales del conjuro: "Con esta sangre, sello el pacto. Que nuestras almas queden unidas por la eternidad, y que el poder que busco sea mío, a cambio de lo que ofrezco."

En ese instante, una presencia abrumadora llenó la habitación.

El aire se volvió tan denso que parecía imposible respirar, y una oscuridad tangible se apoderó de todo a su alrededor. Aunque sus ojos estaban cerrados, podía sentir la figura del íncubo materializándose frente a ella, emergiendo de las sombras como una manifestación de la misma noche. Su piel se erizó al sentir su cercanía, y por un momento, todo el miedo que había intentado suprimir se apoderó de ella. Pero no podía detenerse ahora. Había cruzado una línea, y el pacto estaba hecho.

"Lucía..." La voz del íncubo era un susurro suave, pero resonaba con una autoridad incuestionable. "Has hecho el pacto. Ahora somos uno."

Lucía abrió los ojos y lo vio. La figura del íncubo estaba allí, más clara que nunca, con su piel pálida y sus ojos negros como pozos infinitos. No había sonrisas ni gestos amenazantes, solo una presencia fría y poderosa que emanaba de cada parte de su ser.

"Lo sé", respondió ella, con una determinación que sorprendió incluso a sí misma.

El íncubo extendió una mano hacia ella, y Lucía la tomó, sintiendo una conexión instantánea, como si su sangre se hubiera enlazado con la oscuridad misma. Un torrente de energía la atravesó, y por un breve momento, sintió como si su cuerpo estuviera al borde de desintegrarse y reformarse en algo completamente nuevo.

"El pacto está sellado", dijo el íncubo, acercándose a ella. "Tu destino está atado al mío. Pero recuerda, todo poder tiene un precio."

Sombras en la Noche: El Llamado del ÍncuboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora