Capítulo 1. La niña de la manta

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Mattawa, condado de Grant, Washington

¡ATENCIÓN!

Este es un aviso de evacuación. Le pedimos a toda la población que se dirija al centro de refugiados más cercano a su localidad. Por favor mantenga la calma y siga las instrucciones.

Era el mensaje que se escuchaba como una sentencia ineludible a través de los altavoces por toda la ciudad junto con una alarma de fondo que te hacía estremecer. El sonido desgarraba el aire y se incrustaba en la memoria.

Me aseguré de llevar todo lo necesario en mi mochila y cuando terminé de guardar unas cuántas botellas de agua que mamá me había dado, salí por la puerta de mi casa y nos dirigimos hacía un centro de refugiados que quedaba a unos veinte minutos de ahí. Me dediqué a ver las nubes durante el trayecto y ni siquiera supe porque. Aunque fue entretenido ver demasiadas nubes con forma de balanzas. Sin buscarlo, mi mente divagó hasta que se perdió en aquel recuerdo...

La caminata fue ligera pero silenciosa. Parecía como si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo para al fin callar. Como si supieran que ahora cargaban con el peso de un presagio inevitable.

Al llegar pasamos por varios filtros para descontaminar cualquier cosa que pudiera poner en riesgo la salud de las personas. Antes de poder entrar nos proporcionaron una botella de agua y un panecillo pequeño que tenía un aspecto raro y un olor a manzana con canela. La instalación era muy grande, tenía ocho pisos los cuales se alzaban y dividían en distintas áreas como el comedor comunitario, los dormitorios, los sanitarios y duchas, etc.

La primera planta estaba ocupada por todo el personal de seguridad, había muchos filtros de descontaminación en funcionamiento. En la segunda planta se encontraba el área médica, ahí hacían todos los exámenes necesarios para descartar una posible infección, esos dos primeros pisos olían demasiado a medicina, como un hospital lujoso y limpio, era tan fuerte que me sentí algo mareada.

Mi primera impresión sobre el lugar no fue tan mala, pues a pesar del fuerte olor, se respiraba un aire fresco y ligero. Mantenía un estilo minimalista antiguo. Con pisos lisos de mármol gris y esquinas redondeadas. Y definitivamente no fui la única que se sintió nerviosa, mamá lo expresaba naturalmente.

Era extraño tener que pasar algunos días en un refugio. Sinceramente nunca creí que algo así podría suceder, porque cosas como esa no se ven todos los días. Cosas como esa no ocurren de la noche a la mañana. Y que fuera tan repentino y tan doloroso nos tomó a todos por sorpresa. Tanto mi familia como yo nos sentíamos confundidos, y un poco tristes ante el hecho de que miles de personas murieran día a día. <<Es un horror lo que le ocurre al mundo>>. Pero solo eso pensábamos, que solo se trataba del resto del mundo, no nosotros. Sin tomar en cuenta que no nos había alcanzado aún. Y que quizá cuando lo hiciera sería mucho peor. Porque siempre puede ser peor.

La tercera planta se trataba de un espacio muy grande de convivencia. Y después de pasar por las siguientes áreas que eran el comedor comunitario y los sanitarios y duchas, llegamos al área de dormitorios. Un lugar amplio por donde se extendían filas y más filas de camas dobles o literas, separadas una de otra por pequeñas paredes blancas que cubrían solo hasta la altura de la primer cama que hacían conjunto con un par de casilleros para guardar tus pertenencias.

Las personas que ya se encontraban ahí ni siquiera nos miraron al pasar, ya que absolutamente todos se encontraban en sus propios asuntos. La señorita encargada de darnos el recorrido nos asignó una litera, casi hasta el fondo de aquel lugar. Cuando se retiró fue todo. Nos mantuvimos de pie, inmóviles frente a nuestras camas.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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