CAPÍTULO 11

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Hace una pausa, esperando que diga algo o que intente negarlo, pero me mantengo callada y observándolo fijamente. Todo es tan surrealista que solo quiero escuchar su versión al completo.

–No sé qué cojones te dio, pero estabas rarísima, totalmente ida, no eras tú. Por algún motivo me escribiste y cuando llegué estabas pegada a Jack, siendo extremadamente cariñosa con él. Después te pusiste extremadamente cariñosa conmigo, si puede llamarse así a desnudarte e intentar besarme a toda costa. No te culpo, soy sexy, pero como te digo, esa chica no eras tú. Ni siquiera eras tú borracha. Lo sospeché, pero no lo confirmé hasta que empezaste a encontrarte fatal, con unos síntomas mucho más intensos que los de la peor de las borracheras. Me dijiste que solo habías tomado una copa, una copa que te dio Jack y que no sabías que llevaba.

–¿Por qué iba a drogarme?

Bajo mi confusa mirada, Miles saca de su bolsillo un pendrive con mi nombre escrito y lo pone sobre la mesa. Inmediatamente después, saca un ordenador portátil de la mochila que tiene bajo sus pies, y me entrega las dos cosas.

Agradezco la velocidad con la que el aparato funciona, porque el corazón me va a mil y necesito saber ya lo que está pasando.

Hay una única carpeta, que al igual que el pendrive tiene mi nombre. La abro y aparecen un montón de imágenes y videos.

Soy yo.

Soy yo en un millón de contextos.

Andando por la calle, en el gimnasio, en el vestuario del gimnasio, el día que Miles me enseñó a montar en skate, en la ducha, durmiendo y casi desnuda pegada a Miles.

La foto que Jack me mandó está aquí, entre otras muchas similares de la misma noche.

Hay incluso un vídeo que muestra como me desnudo y como Miles intenta detenerme mientras yo trato a toda costa de besarle. Él habla, pero el sonido está desactivado y no sé lo que dice.

Ojeo todas y cada una de las fotos una vez más antes de sacar el pendrive horrorizada y devolvérselo al chico que tengo enfrente.

Mi enfado ha desaparecido, ahora solo siento miedo y confusión. Helena apoya su mano en mi pierna derecha y me da un suave apretón en señal de apoyo.

–¿Qué es todo esto? –le pregunto a Miles.

–Ese pendrive estaba en la habitación de Jack. Obviamente no abusé de ti anoche ni lo fotografié para mandárselo a nadie. Pero más o menos esos eran los planes de tu compañero de piso, por eso te drogó. Para su desgracia aparecí yo, aunque aun así se salió con la suya y consiguió las malditas fotos.

–Sigo sin entender nada, ¿por qué hizo eso? ¿por qué tiene fotos mías?

–Jack trabaja para una organización criminal que explota sexualmente a mujeres —mis ojos se abren por la sorpresa—. Su trabajo consiste precisamente en captar a las chicas, y para ello se dedica a conseguir fotografías comprometedoras con las que poder amenazarlas. Después las obligan a prostituirse para su banda a cambio de no difundirlas. Sus víctimas suelen ser extranjeras, porque es mucho más fácil evadir así a la policía, pero a veces hace excepciones, y parece que tú eres una de ellas. No lo he comprobado, pero debe haber instalado cámaras en tu habitación y en el baño.

–¿Cómo sabes todo eso? ¿Y si simplemente es un enfermo?

–Un enfermo está claro que es.

–Quiero decir qué como sabes lo de la banda y la prostitución. ¿Cómo sabes que las fotografías no son para cualquier otra cosa? 

–Porque conocemos a sus jefes –esta vez habla Blake, por lo que desvío mi mirada hacia la derecha–, conocemos la actividad de esa banda lo suficientemente bien, Jack lleva trabajando para ellos desde que cumplió los 16.

MILES [#2] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora