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Había pasado toda su vida acostumbrada a leer a las personas

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Había pasado toda su vida acostumbrada a leer a las personas. Cómo se movían sus pies, cómo sus ojos escaneaban los espacios en el campo, cómo sus cuerpos se torcían, cómo cambiaban su centro de gravedad, su mirada, cómo sus brazos se colocaban antes de un amago. Entender cómo las jugadoras se comportaban, predecir sus movimientos o entender sus decisiones se suponía que era uno de sus puntos fuertes.

En ocasiones, incluso podía dibujar rasgos de la personalidad de compañeras y rivales tan sólo observándolas en contacto con el balón. Alexia había aprendido que todos éramos, en esencia, versiones incompletas y fragmentadas de nosotros mismos. Un rompecabezas en continuo proceso de construcción que cada persona armaba a su manera con las piezas que decidíamos mostrarles. Era por eso mismo que el puzzle no formaba nunca la imagen completa, la verdad absoluta. Y aún sabiéndolo, frente a Elena, esa percepción se volvía todavía más difusa.

Elena Garay Rivas. Su nombre había adquirido diferentes significados a lo largo de los años, dependiendo de quién lo pronunciara, de las piezas que ella le hubiera prestado.

Para Alba, Elena era una traidora, un monstruo que había terminado con todo lo que conocía de su hermana. Para Xénia, una amiga de la infancia a la que había visto crecer y había desaparecido presa de las circunstancias, que había recordado el camino de vuelta a casa. Para los integrantes de NOVA, una directora deportiva brillante. Para Lexi, tan sólo era su madre. Para David, una mujer que había compartido cama con él durante muchos años y que aún ahora comenzaba a comprender. Pero para Alexia... ella tenía demasiadas piezas del rompecabezas. Podía formar tantos rompecabezas como personas diferentes encontraba en Elena. Coexistiendo, superpuestas, imposibles de separar.

Lena, su Lena, aquella que la había abrazado cuando el mundo parecía desmoronarse a su alrededor. Esa versión de ella que era su refugio, a la que había permitido presenciar sus momentos más bajos y que la había levantado sin preguntar. Existía en las miradas de complicidad que todavía compartían, en las noches que el insomnio la mantenía despierta para ver amanecer como lo hacía con ella. La recordaba cuando sus manos se rozaban, cuando su cuerpo la envolvía en aquellas noches que se había permitido volver a colarse en su cama, cuando sentía su respiración contra su hombro, cuando la miraba a los ojos más tiempo del que debería.

Pero de su mano llevaba al peor momento de su vida, la Elena que se marchó, la que no dio explicaciones, la que la agarró antes de caer sólo para poder soltarla con más fuerza.  La sombra de aquella relación que la había acompañado más del doble de lo que Lena había realmente llegado a estar con ella. Esa Elena, ese puzzle la había roto de tantas maneras, tantas veces, que la había reducido a pedazos pequeños e insignificantes, donde había tardado meses en siquiera poder recordar la persona que había sido antes de aquello. Cuál era su película favorita, si le gustaba el invierno. Por años esa fue la única Elena que pudo ver, el eco del dolor, la ruina, el vacío, el miedo.

Ella entendía cada grieta que el tiempo había dejado en Alexia, recorría con los dedos de memoria aquellas que había causado. La mantenía a flote, enmendaba su propio dolor con palabras antiguas que recordaban a tiempos mejores; pero también era una ilusión peligrosa, pues sabía que de la misma manera que podía hacerla sentir completa, también tenía el poder de volver a desarmarla por completo, de arruinarla para siempre.

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Alexia sabía que, de igual forma, tantas versiones de ella misma también existían en la mente de Elena. ¿Cuál de ellas estaba viendo en aquel momento? ¿La chica rota de Zaragoza? ¿La adolescente de mirada brillante? ¿Una mujer entera en la cumbre de su carrera profesional? ¿La entrenadora de mirada seria que no había conseguido superar el miedo al abandono?

¿Era ella ahora mismo un rompecabezas diferente al que Elena había conocido y abandonado o sólamente estaba enseñando unas piezas distintas?

Estaba la Alexia fuerte y líder que sus jugadoras seguían sin dudar, la Alexia rota que Alba había visto derrumbarse, la Alexia vulnerable que sólo Elena parecía haber conocido. Y en algún punto, todas esas versiones coexistían, chocando, intentando definir quién era realmente.

¿Qué versión de Elena la observaba desde el túnel de vestuarios? ¿Qué versión de sí misma estaba viendo ella de vuelta? Su ceño fruncido se enfocaba directamente en sus ojos de colores, sin ser capaz de escuchar los gritos de los aficionados, las indicaciones del entrenador de porteros inglés, los comentarios preocupados de las pocas de sus jugadoras que eran capaces de emitir palabras. Su silueta permanecía lo suficientemente oculta como para que nadie más que Alexia reparase en ella. Las luces del estadio brillaban sobre el césped, las indicaciones de Sarina ni siquiera eran comprensibles para ella cuando sus ojos conectaban con los suyos.

Por debajo de las celebraciones y los lamentos prematuros de la grada, una gran parte de los espectadores contenía el aliento mientras el balón se colocaba en el punto de penalti.

Aitana había asumido la responsabilidad, pues así lo había dispuesto con la seleccionadora en los entrenamientos de los últimos días. Si una situación como aquella se presentaba, era ella quien la debía asumir por la veteranía y la experiencia.

España se jugaba la clasificación. Si fallaban, estaban fuera.

El sorprendente resultado entre Corea del Sur y China con un empate a cuatro había hecho que España saliera al campo aquella noche con un pie fuera de la copa del mundo en la fase de grupos. La victoria ante China por la mínima, todavía cargando con la poca motivación y la falta de confianza de la derrota en el debut los había situado por debajo en la diferencia de goles. No sólo necesitaban ganar a la favorita del torneo, sino que además debían conseguir marcar a las vigentes campeonas tres goles. Y ellas habían empatado a falta de segundos para el final del partido. Todo quedaba en manos de la número seis.

Elena la observaba con detenimiento, siendo consciente del delirio interno que Alexia estaba sintiendo en su interior, por mucho que tratara de permanecer imperturbable. Los últimos días habían sido terroríficos para la catalana. Gestionar la reacción de su hermana al descubrir que había vuelto a acercarse, de alguna manera, a la morena no había sido fácil. Notar que su enfado disminuía ligeramente al confirmarle que no se habían vuelto a acostar tampoco, pues no tenía claro que las líneas que estaba dejando pasar estuvieran muy lejos del sexo, sino más allá a nivel de implicación emocional.

Había estudiado al detalle a cada una de las jugadoras de esta Inglaterra y ella la había acompañado, por mucho que su conocimiento por el deporte al que, en cierta manera, también había dedicado toda su vida distara mucho del de la rubia.

Los días que habían seguido a la pelea con Alba no habían sido sencillos para ninguna de las dos. Alexia, en lugar de retraerse como Elena temía, se aferró a su presencia. Había esperado, que tras la confrontación, Alexia volviera a erigir aquellos muros que la protegían del dolor, del pasado; pero en aquella ocasión, la asturiana se quedó dentro, protegida junto a ella. No eran muchas las palabras que cruzaban en el interior de aquellos muros, pero el silencio que compartían se había vuelto, en cierto modo, necesario.

Volver a casa || Alexia PutellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora