Capítulo 8

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Capítulo 8


No puedo seguir soportando esta sensación de estupidez que me invade cada vez que pienso en él. Lo peor es que no logro sacar de mi mente el recuerdo de sus ojos clavados en los míos, en aquella tenue oscuridad que pareció unirnos por un instante. Rhys Mitchell es un arrogante que se cree dueño del mundo, con una seguridad en su voz que corta como un cuchillo. Cuando estoy cerca de él, las palabras se me atascan en la garganta, como si el diablo en persona me impidiera expresarme. Y solo de recordarlo, siento un regusto amargo que me revuelve el estómago.

-Blake, ¿te sientes bien? ¿O es que tu hermano te ha vuelto a sacar de quicio? -Claire se acerca a mí con un vaso a medio tomar de su trago.

-Ojalá no fuera mi hermano, así podría echarlo de aquí.

En ese momento, él me guiña un ojo desde el otro lado de la sala, con una sonrisa burlona que me hace querer cometer un homicidio.

-¿Qué pasó? -Summer se une a la conversación.

-Es mejor que te olvides de él, Blake. No te conviene... a menos que quieras terminar en un hospital psiquiátrico, o peor aún, en una terapia familiar -me advierte Claire.

-Lo intento, pero hay algo que me impide hacerlo... como mi masoquismo innato y el hecho de que compartimos el mismo ADN -confieso, sintiendo la frustración crecer en mi pecho.

-Bueno, creo que el tiempo me dará la razón y los dos se llevarán mucho mejor de lo que se llevan ahora.

-¡Summer!

-Yo me largo de aquí antes de que Rhys me convierta en su próximo proyecto de tortura -digo entre dientes, necesitando escapar.

-¿Te acompaño? -Summer lo intenta, pero no lo consigue.

-No, quédense aquí y diviértanse mucho por mí... o al menos, intenten no morir de aburrimiento, mientras yo trato de no matar a mi hermano.

Al subir, me encierro en mi habitación y me sumerjo en un estado de profunda confusión. La penumbra me envuelve y, por un instante, me siento a salvo de la mirada inquisitiva del mundo. Me desplomo en la cama y mis pensamientos parecen estar enfrascados en una lucha sin cuartel. La habitación se convierte en un santuario, un refugio donde puedo dejar que mis sentimientos afluyan sin temor a ser juzgada o censurada. Aquí, puedo permitirme sentir la amargura y la desolación que Rhys ha sembrado en mi alma.

Antes de acostarme, me detengo frente al espejo y me miro. Me cepillo el cabello con movimientos lentos, como si tratara de calmar la tormenta que se desata en mi interior. La suavidad del cepillo contra mi cuero cabelludo es casi hipnótica, pero no consigue apaciguar la sensación de inquietud que me invade. Luego, comienzo a desmaquillarme, pero mi mano se detiene en el borde del espejo, como si hubiera olvidado cómo continuar.

En ese instante, la pantalla de mi celular se ilumina, rompiendo el silencio. Me sorprende ver varios mensajes de texto de Rhys. Un escalofrío recorre mi espalda al ver su nombre. Me tomo un momento para calmarme, saboreando el humo de mi cigarro. Es mi refugio, el único lugar donde puedo ser yo misma sin miedo a ser juzgada. Con un suspiro, decido enfrentar lo que él tiene que decir.

Rhys: ¿Y ahora cómo pretendes arreglar el desastre que has creado, Campbell?

Mi expresión se distorsiona en una mueca de irritación y mis manos se tensan en puños. La situación es insostenible y todo está a punto de descontrolarse en la mansión Campbell.

Rhys: ¿Es esto lo que quieres?

Sin duda, puedo imaginar la cara que debe estar poniendo al repasar las terribles palabras que resuenan en mi mente.

Amarte es un pecado [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora