Capítulo 1

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El olor metálico de la carne recién procesada invadía la sala principal del restaurante Fleisch, una mezcla grotesca entre el aroma de especias y algo mucho más perturbador. Amara Nibbal observaba desde la puerta del almacén, su rostro imperturbable mientras Alden afilaba un cuchillo en la cocina abierta, el sonido de la hoja contra la piedra resonando en el espacio.

—¿Hoy también piensas quedarte ahí como una estatua? —preguntó Beckett con una media sonrisa, su voz siempre cargada de un tono burlón que Amara conocía demasiado bien. Él tenía 28 años y, desde que era pequeño, había asumido el rol de líder entre los hermanos, aunque su forma de manejar la autoridad no siempre era amable.

Amara no respondió de inmediato. Sus ojos se desviaron hacia Nora, la menor de los Nibbal, que estaba sentada en la mesa jugando con un cuchillo de forma casi despreocupada. A sus 15 años, aún no comprendía del todo el peso del negocio familiar, o quizá sí, pero lo disimulaba con la insensibilidad propia de alguien criado entre la muerte.

—Solo asegurándome de que todo esté bajo control —contestó Amara finalmente, ignorando la provocación de Beckett. Su trabajo, separar los "productos," requería una concentración fría que había aprendido a perfeccionar en los últimos dos años. El caos que se avecinaba, aunque latente, no debía perturbar la rutina.

Alden, de 26 años, levantó la vista por un momento. Siempre el más calmado y calculador, sus manos eran firmes pero suaves cuando se trataba del "trabajo." Su relación con Amara era de respeto mutuo, pero la tensión era evidente. Alden era el cerebro de la familia, un estratega que veía el negocio como una ciencia exacta, sin espacio para el error o las emociones.

—Hoy llegan nuevas "reservas," asegúrate de que estén bien clasificadas —dijo Alden, sin levantar mucho la voz. Beckett se rio entre dientes.

—Como si ella fuera a dejar escapar alguna, ¿cierto, Amara?

Amara lo miró con frialdad. Beckett siempre había sido el más impulsivo de los cuatro, su crueldad apareciendo sin esfuerzo alguno. Él disfrutaba de lo que hacían, de una forma que rozaba lo sádico. Pero Amara no era como él. Para ella, esto era supervivencia, un legado impuesto, no una elección.

—Hazlo tú si tanto te importa —respondió con un tono seco, volviendo la mirada hacia la mesa donde Nora seguía jugueteando con el cuchillo.

Nora dejó caer el cuchillo sobre la mesa, llamando la atención de todos.

—Ya basta, ¿no? —dijo la menor, con un dejo de cansancio en la voz—. Parecen perros peleando por un hueso.

Nora siempre había sido la más directa, quizá por ser la más joven, aún no contenía sus palabras como lo hacían los mayores. Su relación con sus hermanos era extraña. Había cariño, sí, pero también una distancia inevitable, una brecha creada por el mismo negocio que los mantenía unidos. Nora aún no participaba de lleno, pero observaba, aprendía.

Amara suspiró, acercándose finalmente a la mesa, tomando asiento junto a Nora. A veces olvidaba que la pequeña aún tenía cierta inocencia, al menos en comparación con Beckett.

—No estamos peleando —dijo Amara, en un intento de calmar el ambiente—. Solo… discutiendo prioridades.

Alden soltó una pequeña risa sarcástica, mientras dejaba el cuchillo a un lado.

—Siempre prioridades —murmuró—. Deberíamos enfocarnos en lo que importa: el negocio.

Amara lo sabía. El negocio siempre era lo más importante. A los diez años, habían sido aislados, formados y moldeados para servir a un legado oscuro, cada uno desarrollando su rol en este macabro juego. Beckett, el cazador. Alden, el estratega. Amara, la encargada de separar la mercancía. Nora… aún no tenía un rol fijo, pero estaba claro que el día llegaría.

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