Discusiones mentoladas

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– Querida, ¿me estás escuchando? – la llamó Nyx, la dama de la noche, sacándola de sus pensamientos.

– ¿Eh? Oh, perdona Nyx – se disculpó Perséfone –. Últimamente he estado muy estresada.

– ¿Qué te ha hecho tu madre? ¿O ha sido Hades? A él aún puedo regañarle.

– Mi madre lo de siempre y con Hades todo va bien. Es sólo que...

¡Lo sabía! ¡No te lo mereces! – escuchó la reina del inframundo.

Nyx se dio cuenta de que ese murmullo del viento que había notado no era un simple murmullo cuando Perséfone se levantó enfadada y fue directa al estante dónde la dama de la noche tenía una plantita de menta. La plantita tenía las hojas alzadas y brillantes, incluso cuando Perséfone se puso ante ella con porte amenazador. Nyx no pudo evitar acercarse un cuenco de pequeñas uvas.

– Ni siquiera me has dejado terminar la frase, Minthe – le escupió Perséfone a la planta.

¡No me hace falta! Sé perfectamente lo que has hecho – siguió Minthe, la ninfa que tanto tiempo atrás había convertido en una planta de menta.

– ¿Sí? ¿Y qué es lo que he hecho?

Ya sabes a lo que me refiero.

– Pero... ¿lo sabes tú?

Nyx sólo escuchaba un murmullo en el aire, de las pequeñas hojas de la planta de menta moviéndose lentamente, pero sabía que la diosa y la ninfa estaban discutiendo. Incluso sabía el por qué, ya que Minthe sólo se dirigía a ella para una única razón. Su relación con Hades.

¡Por supuesto que lo sé! – le contestó Minthe, enfadada por esa pregunta –. ¡El inframundo entero lo sabe!

– ¿En serio? ¿Y qué es lo que sabe?

¡Tu amante! ¡Todos hemos visto a tu amante! ¿¡Te crees que somos idiotas!? ¡Has cambiado a Hades por un hombre guapísimo de cabello negro!

Perséfone esbozó una sonrisa malévola al escuchar eso. Nyx sólo veía cómo las hojas de la plantita de menta vibraban, por lo que dedujo que le estaba gritando a la reina.

– ¿Qué te está diciendo? – preguntó Nyx mientras se metía otra pequeña uva en la boca.

– Dice que tengo un amante guapísimo de cabello negro – le contestó Perséfone, desviando un momento la mirada de la planta y mostrándole a Nyx que aquello la estaba divirtiendo.

– ¿Guapo y de cabello negro? Ahora mismo hay tres personas a tu alrededor que coinciden con esa descripción, y una es Hades.

– Pero... Minthe... ¿Acaso has visto a ese amante que dices? ¿Personalmente?

La plantita se quedó quieta de repente. Minthe no había visto a ese amante, sólo había escuchado rumores en el inframundo. Pero sí que había escuchado su voz y con eso tenía suficiente para acusarla.

¡Sé que existe! ¡Recuerdo perfectamente su voz! – se defendió Minthe unos segundos después.

– Minthe, es imposible que sepas seguro que es la voz de mi amante si jamás le has visto.

¡Oh, estoy segura! ¡Es una voz que no había escuchado antes por esta zona del inframundo!

– Con la de gente que hay en el inframundo, podría ser de otro de sus habitantes al que tú no conozcas y que haya sido trasladado.

¡Oh, venga ya! ¿¡Quién va a creerse eso!? ¡Todos sabemos que eres una zorra!

Perséfone agarró la maceta en la que estaba la planta y la puso a escasos centímetros de su cara. La miraba con odio, y Nyx lo notó.

– ¿Cómo me has llamado?

¡Zorra! ¡No me lo niegues! ¡Seguro que tienes cientos de amantes afuera! ¡Él te espera, triste y desconsolado, sin tocar a ni una sola doncella, mientras tú te acuestas con todo el Olimpo! ¡Yo sería mucho mejor esposa que tú! ¡O incluso Leuce, que la convertiste en un árbol para que no te lo quitara después de que consiguiera llegar hasta aquí! ¡Manipuladora! ¡Lo tienes hechizado, estoy segura!

– Sí... Aún nos preguntamos cómo demonios cruzó los ríos sin morir y sin que Kharon la viera... Tampoco es que hable. Me tiene demasiado miedo...

¡Yo no te lo tengo! ¡Sé lo que eres realmente! El día que recupere mi cuerpo... Ese día... ¡te vas a enterar! ¡Me quedaré con Hades! ¡Ya lo verás!

Para Nyx, quién veía la situación como un tercero y no podía escuchar la conversación entera, Perséfone era como una serpiente acechando a su víctima, la cuál, por la posición de sus hojas, no parecía ser consciente del peligro que corría. Podía ver cómo la reina del inframundo agarraba la maceta con fuerza, sin intenciones de tirarla al suelo, y tenía los ojos prácticamente inyectados en sangre. Fuera lo que fuese lo que Minthe le estuviera discutiendo, iba a destrozarla.

¡Seré la reina más hermosa que tendrá nunca el inframundo! Y tú... ¡Tú deberás abandonarlo para siempre! ¡Para que nunca puedas volver a manipular a Hades! ¡Volviendo al fin con tu madre y...! ¡Espera! ¿¡Qué haces!? ¡No! ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!

Perséfone le pegó un mordisco a la plantita de menta, arrancándole casi la mitad de sus hojas y masticándolas lentamente, saboreando su frescor. Nyx se quedó mirándola fijamente, prácticamente sin masticar la uva que tenía en la boca.

– Mi reina, ¿qué haces? – preguntó Hades, entrando en ese momento en los aposentos de Nyx.

¡Hades! ¡Has venido a salvarme! – exclamó Minthe, aunque sólo Perséfone fue capaz de escucharla.

– Nada querido – contestó Perséfone, aún con una mirada y sonrisa sádicas, dejando ver las hojas de menta que tenía en la boca.

– Uy... ¿Qué te ha hecho ya para que la hayas atacado así? – le preguntó Hades.

– Eso me gustaría saber a mí – añadió Nyx –. Deberías haberla visto, acechando como un depredador.

– Ya me la imagino. Pero... ¿hacía falta morderla de esa manera?

Perséfone sólo sonrió, provocando que Hades le sonriera de vuelta. La calma, la felicidad y el amor que se mostraban en su rostro provocaron que Minthe entristeciera de golpe, haciendo que sus hojas pasaran de estar alzadas y brillantes a decaer y apagarse. Pero el verdadero golpe a su confianza y ego fue cuando Hades se acercó, puso las manos en las mejillas de su reina y la besó.

– No sabes lo que me pone que hagas este tipo de cosas... – soltó Hades.

– Claro que lo sé, por eso las hago – le dijo Perséfone.

Hades volvió a besar a su reina, alargándolo de forma automática. Un hombre bello de cabello corto y negro con cicatrices en la cara entró por la puerta con un niño de un año en brazos.

– Perdonad la interrupción – dijo el hombre, provocando que Hades y Perséfone se separaran –, pero aquí tengo a un principito que busca a la reina.

Perséfone le hizo entrega de la plantita de menta mordisqueada a Hades y fue directa a coger al pequeño de los brazos del hombre que había entrado.

¡Lo sabía! ¡El amante! – se animó Minthe, alzando sus hojitas –. ¡Mira Hades! ¡Es su amante! ¡Reconozco su voz!

– Sé que estás intentando decirme algo, pero yo no te oigo como lo hace ella – explicó Hades –. Ese es Ares, señor de la guerra, que va a visitar a uno de sus hijos en el Tártaro. Y el pequeño es mi bebé con Perséfone. Te lo repito. Mi bebé con Perséfone. De hecho, tenemos dos.

La plantita de menta se marchitó de repente. Minthe se sentía derrotada. Hades y Perséfone habían conseguido tener dos bebés, a pesar de que no podían. Hades dejó la maceta encima de la mesa y fue a jugar con su pequeño, asegurándose de que Minthe lo veía.

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