Brittany aún no comprendía muy bien las consecuencias de lo que había hecho. No es que hubiese sido una violación ni mucho menos (ya que había sido consentido), pero Santana estaba segura de que el chico que acababa de acostarse por primera vez con su amiga no había sido del todo sincero con ella. Estaba segura de que el muy imbécil había mentido a la rubia, jugando con su mente y su inocencia hasta convencerla de dejarle entrar en su tienda de campaña, desvirgarla y marcharse como si allí no hubiera pasado nada.
Y Santana estaba furiosa. Furiosa como nunca lo había estado antes, porque Brittany no se merecía una primera vez de esa manera. Ella se merecía velas, pétalos de rosa sobre una cama enorme, cariño, ternura... No a un pobre imbécil que ni siquiera había tenido el detalle de decir cuál era su nombre. A la rubia, siempre en su propio mundo, no parecía importarle, pero Santana estaba muy furiosa. Tanto que lanzó su móvil contra la pared de su habitación, rompiéndolo en mil pedazos. La latina se culpaba así misma por lo ocurrido, ya que si hubiese acompañado a Brittany al dichoso campamento, le habría pateado el trasero a ese chico y a todos los que se hubieran atrevido a acercarse a la rubia.
Brittany dio un pequeño respingo cuando la latina golpeó la pared con el puño. La rubia acababa de llegar del famoso campamento esa misma tarde, y lo primero que había hecho era ir a casa de la morena, aprovechando que sus padres no iban a regresar hasta bien entrada la noche. Los ojos de la animadora se llenaron de lágrimas, malinterpretando completamente la situación. Ambas estaban en silencio, en la habitación de la morena.
—Lo siento mucho, San—murmuró mientras que su labio inferior comenzaba a temblar—No volveré a hacerlo, pero por favor no te enfades conmigo.
Y en ese momento la furia de la latina se disipó por completo. En un abrir y cerrar de ojos Santana acudió al lado de Brittany, sentándose junto a ella sobre la cama.
—No, Britt- Britt—trató de calmarla, acariciando sus mejillas con las manos y borrando cualquier rastro de lágrimas con los pulgares—No estoy enfadada contigo.
— ¿Entonces?—preguntó la rubia con una mueca de confusión dibujada en su rostro.
—Es solo que... da igual, pero no llores, ¿vale?
—No, dímelo. Necesito comprender qué he hecho mal.
—Tú no has hecho nada mal—insistió Santana, sintiendo la inquietud de su amiga. Ya hablaría con ella en otro momento, o tal vez no hablaría de esto nunca. Sea como fuere, ese instante no era el adecuado—Ven aquí—dijo finalmente, envolviendo a la rubia en un abrazo.
— ¿Puedo besarte?—preguntó Brittany después de unos largos segundos—Solo así sabré que todo está bien...
En ese momento, Santana sintió auténticas ganas de llorar. Estaba celosa, dolida, enfadada, pero ante todo se sentía realmente estúpida por querer tanto a Brittany, por tener todos esos sentimientos ocultos por ella. Porque una vez más, no podía evitar pensar que si fuese un poco más valiente, las cosas habrían ocurrido de otra manera.
Sin embargo, cuando los labios de la rubia tocaron los suyos, todas esas heridas que acababan de abrirse comenzaron a sanar rápidamente. Y es que los besos de la rubia siempre habían sido como un bálsamo para ella, curando todos sus males con la más suave de las caricias.
Las manos de Santana comenzaron a divagar por los costados de la animadora, rozando la tela de su camiseta con las yemas de los dedos y acercándose peligrosamente hasta la curva de sus pechos, dando pie a que Brittany imitara sus acciones en el cuerpo de la latina. Ambas emitieron un gemido ahogado en los labios de la otra. Utilizando su propio cuerpo para empujarla hacia atrás, Santana recostó a la rubia sobre la cama, sentándose sobre sus caderas y bajando hasta sus labios de nuevo para poder seguir besándola.