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A una hora convenientemente tardía, cuando parte de los invitados se había retirado a sus habitaciones y el resto aún se demoraba en la planta baja jugando a las cartas o al billar, Minho salió a hurtadillas de su habitación con la intención de encontrarse con Christopher.

Cruzó el pasillo de puntillas y se detuvo en seco al ver a un hombre de pie, apoyado contra una de las paredes justo donde dos amplios pasillos se cruzaban. El hombre dio un paso hacia delante y Minho reconoció de inmediato al ayuda de cámara de Christopher.

—Joven —lo saludó él con actitud serena—, el señor me ha ordenado que le muestre el camino.

—Se cual es el camino. Y él sabe que yo sé cuál es el camino. ¿Qué demonios está haciendo usted aquí?

—El señor no desea que usted deambule solo por los pasillos.

—Por supuesto—replicó Minho—. Alguien podría acosarme. Hasta seducirme, incluso.

El ayuda de cámara, que al parecer estaba acostumbrado al sarcasmo y que, además, sabía a ciencia cierta que no se dirigía a las habitaciones del conde para un encuentro inocente, se dio la vuelta y comenzó a andar. Fascinado por la discreción del hombre, Minho no pudo evitar pregúntale:

—Dígame: ¿suele el conde requerirlo a menudo para que acompañe a jóvenes casaderas hasta sus aposentos?

—No, joven—fue su imperturbable respuesta.

— ¿Me lo diría si fuese de otro modo?

—No, joven—respondió con el mismo tono de voz, lo que consiguió arrancarle una sonrisa a Minho.

— ¿El conde es un buen patrón?

—Es un patrón excelente, joven.

—Supongo que diría eso mismo aunque fuese un ogro.

—No, joven. En ese caso, me limitaría a responder que es un patrón aceptable. No obstante, cuando digo que es un patrón excelente eso es exactamente lo que quiero decir.

—Mmm... —Minho se sintió alentado por las palabras del ayuda de cámara— ¿Habla con la servidumbre? Me refiero a si les agradece que hagan un buen trabajo y ese tipo de cosas.

—No más de lo apropiado, joven.

— ¿Eso quiere decir «nunca»?

—La expresión más adecuada sería «excepcionalmente», joven.

Puesto que el hombre no parecía inclinado a mantener una conversación después de ese último comentario, Minho lo siguió en silencio hasta que llegaron a los aposentos de Christopher. El ayuda de cámara lo acompañó hasta la entrada, utilizó las yemas de los dedos para dar unos leves golpecitos en la puerta y esperó a que llegara una respuesta desde el interior.

— ¿Por qué hace eso?—susurró Minho—. ¿Por qué no golpea la, puerta con los nudillos en lugar hacer eso con los dedos? Parece que esté arañando la puerta.

—La condesa lo prefiere así, es más sosegado para sus nervios.

— ¿Y el conde también lo prefiere?

—Dudo mucho que le importe que se haga de un modo u otro, joven.

Minho frunció el ceño en actitud reflexiva. En el pasado, había escuchado a otros criados arañar las puertas de sus patrones y sus oídos norteamericanos siempre se habían sorprendido ante algo tan extraño... como si se tratara de un perro que raspara la puerta para que lo dejaran entrar.

La puerta se abrió en ese momento y Minho sintió una descarga de intensa felicidad en cuanto vio el atezado rostro de Christopher. Sus facciones mostraban una expresión impasible, aunque sus ojos tenían un brillo cálido.

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—Eso es todo —le dijo al criado sin apartar la vista de Minho mientras extendía el brazo para hacerlo pasar.

—Sí, milord. —El ayuda de cámara desapareció con la rapidez que dictaba la discreción.

Cuando Christopher observó a Minho tras cerrar la puerta, el brillo de sus ojos se intensificó y apareció una sonrisa en las comisuras de sus labios. Estaba tan apuesto, con sus austeras facciones iluminadas por la mezcla de la luz de la lámpara y el resplandor del fuego, que Minho se vio asaltado por un dulce escalofrío. En lugar de estar ataviado con su habitual atuendo impecable, se había quitado chaqueta y el cuello abierto de la camisa blanca dejaba entrever parte de su suave piel. Minho deseaba besar ese hueco triangular que se veía en la base de la garganta... habría dejado que su lengua vagara sobre él...

Minho apartó la mirada de Christopher mientras trataba de deshacerse de esos pensamientos tan abrasadores. De inmediato, sintió que el alfa colocaba los esbeltos dedos sobre su mejilla ruborizada y le giraba la cabeza para que volviera a mirarlo. La yema del pulgar se deslizó sobre su barbilla.

—He pasado todo el día deseándote —le confesó en voz queda.

El corazón de Minho comenzó a latir con más fuerza y la mejilla que sus dedos acariciaban se tensó con una sonrisa.

—Ni siquiera te dignaste a mirarme durante la cena.

—Tenía miedo de hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque sabía que, si lo hacía, me resultaría imposible no acabar convirtiéndote en mi siguiente plato.

Minho bajó los parpados al notar que él lo acercaba hacia su cuerpo y deslizaba una mano por su espalda. Sentía la cintura hinchada en exceso bajo la presión restrictiva del corsé y, de súbito, deseó librarse de él. Aspiró tanto aire como le permitieron las ballenas y, al hacerlo, percibió un olor a especias dulzonas en el aire.

—¿Qué es eso? —murmuró antes de volver a inhalar la fragancia—. Canela, vino... —Se dio la vuelta entre los brazos de Christopher y echó un vistazo por la espaciosa habitación.

Más allá de la cama de cuatro postes, junto a la ventana, se había dispuesto una mesita. Sobre ella había un plato cubierto por una tapadera plateada, del que ascendían unas cuantas volutas de vapor de olor dulce. Perplejo, se giró de nuevo para mirar a Christopher.

—Acércate y mira lo que es —le dijo él.

Muerto de curiosidad, Minho se acercó para investigar. Tras coger la tapadera por el asa, que estaba envuelta en una servilleta de lino, la alzó y una suave nube de olor delicioso se alzó en el aire. Contempló el plato con momentáneo desconcierto y, después, prorrumpió en carcajadas. De pie sobre su base en el plato de porcelana blanca, había cinco peras perfectas cuya carne brillaba con un tinte carmesí, lo que indicaba que habían sido escalfadas en vino. Bajo ellas, se extendía una ligera crema de color ámbar, aromatizada con canela y miel.

—Puesto que no fui capaz de sacar la pera de la botella para ti, ésta era la mejor alternativa —dijo la voz de Christopher a sus espaldas.

Minho cogió una cuchara, la hundió en la carne tierna de una de las peras y se la llevó a los labios, fascinado. El trozo templado de fruta bañada en vino se disolvió en su boca y el sabor dulce de la miel le provocó un cosquilleo en el fondo de la garganta.

—Mmm... —murmuró con los ojos cerrados por el placer. Christopher, que encontraba la situación bastante graciosa, lo instó a darse la vuelta para observar su rostro. Su mirada se posó en la comisura de los labios de Minho, donde brillaba una descarriada gota de crema de miel. Inclinó la cabeza, lo besó y lamió la pegajosa gota. La caricia de sus labios incrementó el placentero anhelo que Minho sentía en su interior.

Blossom in Autumn ⏐ChanhoWhere stories live. Discover now