Capítulo 46. Atrápame

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—He hecho galletas de chocolate blanco y de chocolate negro para ti y para Dan. Sin azúcar, por supuesto. A mí me encantan y sé que a vosotros también.

Coloqué la bolsita de plástico con un lazo rojo sobre el escritorio de Calipso y aparté la mirada de la galleta con forma de gato para centrarme en ella. Ese día se había recogido el pelo en un moño bajo y llevaba pendientes que simulaban dos gotas de lluvia.

—Gracias, Dafne —dijo con voz suave. Cogió la bolsita y observó las galletas con detenimiento—. ¿De dónde son los moldes?

—De una tienda que está cerca... de la discoteca Paradise.

—No me suena ese sitio.

—No queda muy lejos de la playa de La Barceloneta. En coche, claro —me reí—. Tienen de todo. Y cuando digo de todo, es de todo.

Calipso sonrió y guardó las galletas en su bolso decorado con figuras geométricas de distintos colores. A veces cambiada su habitual bolso negro por otro diferente y ese día usó uno en honor a la pintora Hilma af Klimt.

—¿Cómo decías que se llamaba la tienda?

—Esfinge, como la del mito griego de la ciudad de Tebas.

—¿La que tenía la cabeza y el pecho de una mujer, alas de pájaro, garras de león y cuerpo de perro?

—Sí. La misma. —Junté las manos sobre mi regazo y le di un vistazo rápido a su vestido de seda morado con rayas negras—. Me gustan los lugares que tienen nombres así.

—Hablando de lugares con nombres mitológicos... —Desbloqueó su móvil, tecleó algo en el buscador y me mostró la pantalla. En ella, aparecía una cafetería con vistas al mar y con una fachada de madera donde habían tallado un pasaje mitológico en concreto—. ¿Alguna vez has ido a Icaria?

Sentí un cosquilleo en la nuca al escuchar ese nombre de nuevo.

—Eros me habló de ella el otro día —dije con toda la tranquilidad del mundo—. Compró unas rosquillas que estaban para chuparse los dedos. Tienes que probarlas.

—Son mis favoritas. —Entrelazó los dedos debajo de su mentón y apoyó su barbilla en ellos—. Hablar de comida siempre me abre el apetito. ¿Revisamos el marco teórico, me enseñas cómo llevas la escultura y después nos tomamos algo en la cafetería?

—Sí. Genial.

No dejé de sonreír en ningún momento y eso hizo que ella también lo hiciera. Me felicitó por llevar el trabajo tan avanzado y me recomendó ampliar el apartado dedicado al papel de las mujeres en el arte.

—He pensado en hacer un solo apartado dedicado a ese tema. —Carraspeé y me ajusté la montura de las gafas—. Pero siempre pienso en el tribunal y en que... —Hice una pausa y busqué las palabras adecuadas—. En que pueden pensar de manera diferente y quizás no les guste tanto.

—Te tiene que gustar a ti. Eso es lo primero y más importante —dijo mientras se apartaba el flequillo de la frente—. Las mujeres hemos estado siempre presentes en el arte. No solo como modelos, sino también como pintoras y escultoras. El problema es que nos hemos visto obligadas a ocultarnos detrás de nombres que no eran los nuestros. Pero esto también sucede en el ámbito de la medicina, de la educación, de la astronomía, de la filosofía y de todos los que se te ocurran. Y a pesar de intentar silenciarnos, no lo han logrado porque juntas somos más fuertes.

—Tienes razón.

—Tú eres una muestra de ello, Dafne. Eres como Tania Font, como Elisa Séiquer y como Dora Catarineu. Eres todas nosotras. Merecemos reconocimiento. ¿Qué importa si hay algún gruñón o alguna gruñona en el tribunal?

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