22 | Tensión en el cristal

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La noche se había alargado como un interminable abismo de oscuridad, y en la penumbra de mi habitación, la falta de sueño me había mantenido prisionera. Mis pensamientos giraban como un torbellino, implacables e incesantes. Me sentía estúpida por haber ignorado a Ulrich, por haber dejado que la tensión entre nosotros creciera como un muro inquebrantable. La imagen de su rostro, cada rasgo que lo hacía tan distintivo, se dibujaba en mi mente. Sus ojos, que antes me miraban con calidez, ahora parecían estar llenos de preguntas sin respuesta, de un dolor que yo había contribuido a crear. La culpa se retorcía en mi pecho, apretando mi corazón con cada recuerdo.

Finalmente, cuando el amanecer comenzó a asomarse, la lucha interna de mi mente contra la somnolencia se tornó insostenible. La luz grisácea filtrándose por la ventana era un indicativo de que el día había comenzado, aunque el cielo estaba cubierto de nubes pesadas. Con un suspiro resignado, me levanté de la cama, sintiendo el frescor del suelo bajo mis pies descalzos. A pesar de la calma que intentaba forzarme a encontrar, un nudo persistente de ansiedad se mantenía en mi estómago. Sabía que no podía permanecer encerrada en mis pensamientos por más tiempo.

Me dirigí al salón, con la esperanza de que el espacio abierto me ofreciera un poco de paz. Allí, la lluvia comenzaba a caer suavemente, sus gotas deslizándose por el cristal del ventanal, creando una sinfonía tranquila que, en teoría, debería haberme relajado. Pero en lugar de eso, me quedé hipnotizada por el espectáculo del agua que caía, cada gota un reflejo de mi estado emocional. El mundo exterior, despojado de color y vibrante vida, se asemejaba a mi propio corazón: gris, cargado de incertidumbre y pesadez.

Mientras observaba la lluvia, me perdí en mis pensamientos. La imagen de Ulrich, tan cercana y tan lejana a la vez, me llenaba de anhelos y temores. La calidez de su abrazo, el poder de su mirada… Cada vez que pensaba en su expresión durante la cena, esa mezcla de preocupación y deseo, un escalofrío me recorría la espalda. Sentía que había cruzado una línea que no podía deshacer, que había dejado que mis miedos interfirieran en algo tan real y precioso.

Fue en ese profundo momento de reflexión, sumida en mi propio mar de emociones, que no noté la presencia detrás de mí. Una tensión palpable llenó el aire, como si el entorno hubiera cobrado vida. Cuando finalmente giré la cabeza, allí estaba Ulrich, su figura imponente recortada contra la luz tenue que entraba por el ventanal. El brillo de su mirada, mezcla de curiosidad y preocupación, me atrapó. Por un instante, el mundo exterior se desvaneció, y el ruido de la lluvia se convirtió en un susurro lejano. Estaba ante él, y todo lo que había sentido en la oscuridad de la noche se intensificó, surgiendo como un torrente que no podía contener.

Ulrich avanzó lentamente hacia mí, cada paso resonando como un eco en la sala silenciosa. La distancia que antes nos separaba se evaporó con su aproximación, y de repente, el aire se volvió denso, cargado de una tensión que podía palparse. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, cada golpe reverberando en mis oídos mientras su figura se alzaba frente a mí, tan imponente como un roble, su altura y presencia intimidantes.

Sentí cómo mi cuerpo temblaba sutilmente al percibir su cercanía, como si una corriente eléctrica recorriera cada fibra de mi ser. La habitación se tornó más pequeña, y yo me sentí increíblemente diminuta, atrapada en un mundo donde solo existía él. Sus ojos azules, profundos y penetrantes, me inspeccionaban de arriba a abajo con una sutileza que me hizo contener la respiración. La mirada que antes había estado llena de calidez ahora brillaba con una intensidad que me hacía sentir expuesta, como si pudiera leer cada pensamiento que me atormentaba.

Mientras él me observaba, noté cómo tragaba saliva, su mandíbula tensa y marcada por la seriedad de su expresión. Esa pequeña acción, tan humana y tan cargada de significado, me dejó sin aliento. ¿Qué estaba pensando? La inquietud en el aire crecía, y en el silencio, sentí que se iba formando una pregunta en su mente, una que probablemente yo misma temía.

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