Capítulo 3 : Adiós, Doral

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Hoy es mi décimo cumpleaños, y la emoción burbujeaba en mi interior como un volcán a punto de erupcionar. Desde que desperté, el aire en la casa olía a pastel recién horneado, y mis sentidos estaban alerta a cada pequeño detalle. Mis padres son la luz de mi vida, y me encanta cómo siempre hacen que cada cumpleaños sea mágico. La idea de las risas, los juegos y el pastel decorado me llenaba de alegría.

Cuando entraron en mi habitación, mis ojos se iluminaron. Mi papá, con su característica sonrisa ancha, sostenía un hermoso pastel morado, adornado con velas brillantes que marcaban el número 10. Mi mamá venía detrás de él, cantando una canción que me era tan familiar, mientras el sol se filtraba a través de las cortinas, bañando todo con una luz dorada. El amor y la felicidad flotaban en el aire, y en ese momento, todo parecía perfecto.

—¡Feliz cumpleaños, Hannah! —exclamaron al unísono.

Siempre me habían encantado mis cumpleaños. Desde semanas antes, contaba los días que faltaban, ansiosa porque llegara este día especial. Este era mi momento para brillar, para lucir mi ropa favorita, esa blusa blanca con bordados que me hacía sentir como una princesa.

Sin embargo, al bajar corriendo las escaleras, la emoción se vio rápidamente opacada por una extraña confusión. En lugar de encontrar la sala decorada con globos y serpentinas, vi a mi madre dejando cajas en la puerta.

—¿Qué haces, mamá? —pregunté, un poco confundida. —Ya casi es hora de que empiecen a llegar mis amigos, ¿verdad? —la abracé, buscando consuelo en su abrazo.

Ella se inclinó para besar mi frente, y aunque su sonrisa era cálida, vi un destello de preocupación en sus ojos. —Aún no, cariño. Faltan un par de horas para eso —respondió, mientras se levantaba para ir por más cajas.

En mi cabeza no había espacio para dudar de ella en ese momento, así que no le tomé demasiada importancia a la situación, recorrí la casa buscando las decoraciones que habíamos comprado hace unas semanas, pero al parecer aún estaban guardadas en algún lugar de la casa, porque todo el espacio del salón estaba casi vacío por completo y una inquietud comenzó a crecer en mi pecho. ¿Por qué todo estaba así? La emoción se convertía lentamente en confusión.

Salí al jardín, donde la brisa fresca acariciaba mi rostro. Miré a mi alrededor, buscando a mis amigos. En lugar de risas y voces alegres, solo vi a algunas personas entrando y saliendo de la casa, sacando muebles y cajas. Me acerqué a mi madre, quien, al notar mi expresión preocupada, tomó mi mano con ternura. —¿Qué está pasando? —pregunté, sintiendo que mi corazón latía más rápido.

—Todo estará bien, Hannah. Confía en mí — besó mi frente, cerró la puerta detrás de nosotras y nos subimos al auto. Ese día fue la última vez que vi lo que hasta entonces había sido nuestro hogar. Dejé atrás todo lo que habíamos construido como familia hasta ese momento.

El motor del auto rugió al encenderse, rompiendo el silencio que había caído sobre nosotros. La lluvia comenzaba a caer de forma intermitente, como si el cielo compartiera mi confusión. Las gotas se deslizaban por la ventana, formando caminos que parecían interminables, y yo me perdía en su danza. Miré por la ventanilla, buscando algo familiar en Doral, pero solo vi el gris de la tormenta, un mundo que se sentía tan lejano y diferente.

El ambiente dentro del auto era tenso, como si cada uno de nosotros estuviera atrapado en sus propios pensamientos. Mi padre, al volante, miraba hacia adelante con una concentración que no parecía natural. Sus manos temblaban ligeramente sobre el volante, y podía ver cómo sus labios se apretaban en una línea delgada. La expresión en su rostro era una mezcla de determinación y preocupación, y eso solo aumentaba mi ansiedad.

Con Amor, Hannah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora