La Sombra de la Verdad

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El eco de los pasos de Emma resonaban en los pasillos oscuros y fríos oscuros y fríos de la mansión mientras se adentraba más profundamente en su interior, con la linterna temblando en su mano. Los demás la seguían en silencio, como si algo los empujara hacia adelante, como si un hilo invisible los atara al oscuro destino que les aguardaba. El aire en la mansión estaba cargando, y cada rincón parecía estar impregnado por la presencia de Víctor, aún después de su muerte.

-Tomás, ¿tú conocías bien esta casa?-preguntó Emma, sin apuntar los ojos de las sombras que bailaban en las paredes.

-Solo estuve aquí una vez, hace años, antes de que Víctor comenzara a hacer las reformas-respondió Tomás con la voz baja, casi como si tuviera miedo de ser escuchado-. Hay habitaciones que nunca vi. Me dijo que esta casa era especial para él, pero nunca entendí por qué.

-Debemos empezar por su despacho-propuso Emma-. Si planeó esto tan cuidadosamente, probablemente dejó algo allí. Algo que explique lo que estamos buscando.

Se dirigieron al ala este de la mansión, donde el despacho de Víctor estaba ubicado. El pasillo era largo, con puertas de madera maciza a cada lado, pero la mayoría de ellas estaban cerradas. La sensación de claustrofobia aumentaba con cada paso, mientras el sonido de la tormenta afuera creaba una atmósfera aún más opresiva.

Finalmente, llegaron a una gran puerta doble, con un pomo de bronce desgastado. Emma cogió un profundo respiro y giró el pomo.  La puerta se abrió con un crujido prolongado, revelando el interior del despacho. Era una habitación espaciosa, con paredes cubiertas de estanterías llenas de libros antiguos y documentos. En el centro, un escritorio de madera maciza dominaba la sala, con un par de sillas frente él. Todo estaba en perfecto orden, como si Víctor hubiera preparado el lugar antes de su muerte.

-Esto me pone los pelos de punta-murmuró Claudia, mirando a su alrededor con desconfianza-. Es como si él supiera que íbamos a estar aquí. ¿Quién deja su despacho tan...limpio?

Emma caminó hacia el escritorio, con la linterna iluminando el espacio. Allí, encima del escritorio, estaba un cuaderno de tapas negras y un bolígrafo junto a él, como esperando ser abierto. El cuaderno parecía gastado por el uso, pero lo más inquietante era que la tapa tenía un símbolo grabado en relieve: una llame rodeada por una serpiente enroscada.

-Víctor siempre estaba obsesionado con los símbolos-dijo Tomás, observando el cuaderno con cautela-. Nunca entendí de dónde sacaba tantas ideas extrañas.

Emma lo abrió lentamente, y al pasar las primeras páginas llenas de anotaciones, esquemas y fórmulas, una palabra resaltó en la parte superior de una página en particular: "Confesión"

-Mirar esto-susurró Emma, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda-. Parece que Víctor había estado escribiendo sobre nosotros... sobre esa noche.

Los demás se acercaron, con la tensión palpable en el aire. Emma comenzó a leer en voz alta, mientras las palabras de Víctor se derramaban en el silencio de la habitación.

"Hace cinco años, lo vi. Vi lo que nadie más quiso ver. Esa noche, no fue un accidente. El fuego fue provocado, alguien quería dañar más que la reputación. Pero todos callaron. Todos eligieron el silencio, como si las llamas hubieran consumido algo más que el exterior de aquella casa. Consumiendo la verdad. Y ahora, estoy aquí para restaurar el equilibrio. El culpable está entre nosotros. El juego ha comenzado, y solo la confesión lo detendrá"

El impacto de las palabras cayó sobre ellos como una losa. El incendio de la casa de campo. Habían intentado olvidarlo, pero siempre estuvo ahí, una sombra persistente que Víctor nunca dejó atrás. Emma recordó esa noche con más claridad que nunca: el humo, el caos, las luces de los bomberos, y cómo todos habían asumido que fue un accidente. Nadie había considerado que alguien de ellos podría haberlo provocado.

-No puede ser-murmuró Laura, llevándose las manos a la cabeza-. No fue provocado... no puede ser. ¿Quién haría algo así?

-Eso es lo que Víctor creía-dijo Emma, cerrando el cuaderno y mirándolos uno por uno-. Él pensaba que uno de nosotros sabía algo. Y estaba decidido a descubrir quién.

Jorge empezó a caminar nerviosamente por la habitación.

-Esto es ridículo-dijo con desesperación-. Sabemos que fue un accidente. ¿Por qué inventar esta locura? Nadie provocó el incendio. ¡Víctor estaba trastornado!

-¿Y si no lo estaba?-dijo Claudia, su voz baja pero cargada de una nueva inquietud., ¿Y si de verdad había algo más? Ninguno de nosotros quiso indagar en lo que pasó esa noche. ¿Y si alguien tuvo motivos para provocar ese fuego?

-¡Basta!-gritó Jorge, golpeando la pared con frustración-. Esto no tiene sentido. ¡Están jugando con nuestras cabezas! Víctor está muerto, ¡no podemos dejar que su paranoia nos consuma!

Pero Emma no estaba tan segura. Sabía que lo que Víctor había escrito no era solo una teoría sin fundamento. Era la pieza clave para entender el juego que les había dejado, y estaba claro que no saldrían de esa mansión hasta que descubrieran la verdad.

-No podemos descartar nada-dijo Emma, intentando mantener la calma-. Si Víctor estaba tan convencido de que el incendio fue provocado, tal vez tenía pruebas. Necesitamos buscar más.

Tomás asintió y empezó a revisar los cajones del escritorio mientras los demás exploraban la sala. Jorge se quedó cerca de la puerta, claramente inquieto por todo lo que estaba sucediendo. Pero entonces, Laura se detuvo junto a una estantería y levantó una mano hacia uno de los libros. Parecía fuera de lugar, como si hubiera sido movido recientemente. Con un tirón suave, lo sacó, y de repente, se escuchó un clic mecánico.

-¡Esperar!-exclamó Laura-. Algo se movió.

De repente, una de las paredes del despacho, revestida de estanterías, comenzó a abrirse lentamente, revelando un pasadizo oculto que llevaba a las profundidades de la mansión. Emma sintió un nudo en el estómago. Sabía que lo que les esperaba en ese lugar oscuro podía ser la clave para resolver el enigma, pero también tenía la certeza de que no todos saldrían de allí indemnes.

-Víctor no dejó esto al azar-murmuró Tomás, mirando el pasadizo-. Sabía que llegaríamos aquí.

Emma asintió, su linterna apuntando hacia la oscuridad del túnel.

-Vamos-dijo con determinación-. La verdad está ahí abajo.

Uno por uno, entraron en el pasadizo, dejando atrás el despacho iluminado. A medida que descendían, el aire se volvían más frío, y un silencio absoluto los envolvía. Sabían que cada paso los acercaba más a la verdad que Víctor había querido que enfrentan. pero también sabían que la verdad, en su forma más pura, podría destruirlos a todos.

El Enigma de la Puerta CerradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora