#. 10 Buscando el Perdón

4 1 0
                                    

A solo días de la boda con Ivana, después de haber sido suspendida por la confrontación de Ivana y mi madre, intentaba poner en orden mi oficina y terminar de empacar para el viaje al pueblo. Un viaje que se sentía más como una condena que una celebración. Mi madre y Óscar ya estaban allí, preparando todo para una boda que, en el fondo, yo no deseaba. Me casaba con Ivana, sí, pero no la amaba. Era una decisión dictada por el miedo, por el poder que ejercía su padre sobre mí. Un poder que amenazaba con destruir todo lo que había construido.

Jeremías, alto y de complexión atlética, tenía el cabello castaño oscuro siempre cuidadosamente peinado. Sus ojos, de un profundo color miel, solían mostrar una mezcla de melancolía y determinación. Hoy, sin embargo, solo reflejaban ansiedad y una profunda tristeza.

Llegué a la casa cerca de la playa, un lugar que ahora se sentía vacío y frío, como un cascarón sin alma. El sonido de las olas rompiendo contra la costa resonaba en el silencio, como un eco de mi propia soledad. Un zumo de naranja y unas galletas integrales yacían sobre la mesa, intactos. La vista de la comida, antes un símbolo de confort, ahora solo me recordaba la ausencia de Lina. Tras una breve conversación con Ivana, encendí la televisión. Pasión de Gavilanes. Un beso en pantalla me recordó a otros besos, a otros tiempos. A Lina. El sabor dulce de sus labios, la calidez de su cuerpo entre mis brazos, la promesa de un futuro juntos... Recuerdos que ahora se sentían como puñales en mi corazón.

Vibró el teléfono. Un mensaje en Messenger. De Lina. Después de tanto tiempo.

Noviembre. 3:34 a.m.

Lina (En línea): —¡Hola, Jeremías! Qué alegría saber de ti después de tantos años. He recibido tus mensajes, pero he estado ocupada y se me había olvidado contestar. Hoy es mi aniversario de boda y, en cuanto a la salud, todo está muy bien. Cuéntame, ¿qué querías decirme? ¿Cómo te va en tu vida de casados? ¡Temo que te casaste hace un mes! ¡Felicidades, amigo! ¿Dónde andas de luna de miel?

Mi corazón latió con fuerza. Sus felicitaciones me llenaron de culpa.

—Hola, por fin respondes, corazón —escribí, dudando un instante. La llamé "corazón". Un antiguo apodo que se escapó sin pensarlo—. ¿Cómo te va? Entiendo que me dejaras en visto. Me lo merezco. No te juzgo. Después de lo que te hice... no es para menos.

Respiré hondo. Tenía que ser directo, aunque me doliera. Tenía que invitarla.

—Me voy a casar, Lina —escribí, con el corazón en un puño—. La boda es en el pueblo. En unos días.

Unos segundos de silencio. Luego:

—¿Te vas a casar? ¿Con Ivana? ¿Pero no te habías casado ya?

—Sí —respondí, con el corazón en un puño—. La boda fue suspendida inicialmente, es una larga historia, pero ahora sí, es un hecho. Me gustaría... me gustaría que estuvieras allí. Sé que es mucho pedir, después de todo este tiempo, después de lo que pasó. Pero... me gustaría que me perdonaras. Y también... quiero verte.

Quería que fuera a la boda. Quería que me viera casándome con otra, como una forma de expiar mis culpas, de demostrarle mi arrepentimiento. Pero, sobre todo, quería verla. Habían pasado años desde la última vez. Años de silencio, interrumpidos solo por algunos mensajes esporádicos en Messenger. Años en los que la imagen de su rostro se había grabado a fuego en mi memoria.

You'll also like

          

Este intercambio me trajo recuerdos del pasado, del verdadero motivo de mi alejamiento de Lina: Óscar.

Mi padre, un coronel estricto, nos mudó al pueblo de la abuela. El cambio fue brusco. Dejar la ciudad, con sus luces y sus ruidos, por la tranquilidad del pueblo, fue un shock. Pero allí, entre las calles empedradas y el aroma a jazmín, conocí a Linda.

Era verano. El sol brillaba con fuerza y el aire olía a mar. Linda apareció como una visión, montada en una bicicleta vieja, con el cabello oscuro ondeando al viento. Tenía una sonrisa tímida, pero cuando me miró, sentí como si el tiempo se detuviera. Era hermosa, con una belleza natural que me dejó sin aliento.

Óscar, mi hermano menor, quedó igual de prendado. Al día siguiente, ya me estaba pidiendo ayuda.

"Jeremías, necesito escribirle algo. Algo que le diga lo que siento", me dijo, con los ojos brillantes de ilusión. Óscar siempre había sido más sensible, más idealista. Y Linda... Linda era su primer amor.

Accedí sin pensar en las consecuencias. Me senté en mi escritorio, con una hoja de papel y un bolígrafo. Óscar me dictaba algunas frases torpes, llenas de clichés, y yo las transformaba en versos que fluían con naturalidad. Le escribí sobre el brillo de sus ojos, comparándolos con las estrellas. Le escribí sobre su sonrisa, que iluminaba mis días. Le escribí sobre el latido de mi corazón al verla pasar. Pero, en cada palabra, en cada metáfora, vertía mis propios sentimientos, la admiración y la atracción que Linda despertaba en mí.

Recuerdo la emoción de Óscar cuando le entregaba las cartas a Diana, la vecina que hacía de mensajera. Diana, con una sonrisa cómplice, se las entregaba a Linda. Y luego, Linda... Linda comenzaba a mirarme a mí. Sus ojos se detenían en los míos, con una intensidad que me hacía temblar. Me sonreía, una sonrisa que ya no era tímida, sino llena de una dulce complicidad.

La situación se volvió insostenible. Óscar me hablaba de Linda constantemente, me pedía que le siguiera escribiendo cartas cada vez más apasionadas. Y yo, atormentado por la culpa, seguía escribiendo, alimentando una mentira que crecía día a día. Sabía que estaba mal, que estaba traicionando a mi hermano. Pero no podía evitarlo. Me había enamorado de Linda, de la Linda a la que le escribía cartas de amor en nombre de otro.

El día que Óscar me confrontó, recuerdo su mirada. No era la mirada de un niño ilusionado, sino la de un hombre herido, traicionado. Sus ojos estaban llenos de dolor y rabia.

"Me has robado a Linda", me dijo, con la voz temblorosa. "Siempre me pasa lo mismo. Siempre te quedas con lo que yo quiero".

No pude negarlo. La verdad era innegable. La culpa me consumía. Y por eso, por la culpa, por el amor a mi hermano, decidí alejarme de Linda. Cambié mis planes universitarios, me fui lejos, intentando borrarla de mi mente. Pero nunca lo logré.

La culpa me atormentaba. Por eso contacté a Lina. Por eso necesitaba verla. Y ahora, la invitaba a mi boda, una boda que no quería, una boda que me ataba a una vida que no amaba. Pero era la única forma que encontraba de acercarme a ella, de buscar su perdón, de verla una última vez antes de sellar mi destino. Ella no sabía, por supuesto, que me casaba por obligación, por el miedo que le tenía a su padre.

Estos mensajes llegaron a Lina justo cuando ella descubría la infidelidad de Paul con Merry. Un golpe tras otro. No se habían visto en años. Su comunicación se había limitado a Messenger.

Dejé atrás la ciudad. El viaje al pueblo era un viaje a mi pasado, hacia Linda. La idea de verla me mantenía ansioso. ¿Qué pensaría? ¿Me odiaría? ¿Me habría olvidado? Su rostro triste y decepcionado me perseguía. La culpa me pesaba.

En algún punto del camino, decidí detenerme en una playa solitaria. El sol comenzaba a ocultarse, pintando el cielo con tonos naranjas y rojizos. Necesitaba un respiro, alejar por un momento la presión de la boda. Caminé por la orilla, sintiendo la arena fina entre los dedos de mis pies. De repente, la vi. Una mujer de espaldas, con el cabello oscuro ondeando al viento. Su figura, su andar, me recordaron instantáneamente a Lina. El corazón me latió con fuerza, un vuelco que me dejó sin aliento. ¿Podría ser ella? La esperanza, como una chispa, encendió una llama en mi interior.

Sin dudarlo, comencé a correr hacia ella, con la esperanza de alcanzarla antes de que se fuera. "¡Lina!", quise gritar, pero la voz se me quedó atascada en la garganta. La mujer, ajena a mi presencia, siguió caminando hasta llegar a una pequeña parada de autobús. Justo cuando yo estaba a unos pocos metros, el autobús arrancó, alejándose rápidamente. Me detuve en seco, con el corazón latiendo con fuerza y una profunda decepción. No era ella. Era solo una ilusión, un espejismo creado por mi anhelo de verla.

Volví a mi coche, con la imagen de esa mujer, tan parecida a Lina, grabada en mi mente. Encendí el motor y me incorporé a la autopista, aún con el corazón latiendo con fuerza y la mente divagando en recuerdos del pasado. Estaba tan absorto en mis pensamientos, en la imagen de la mujer que se parecía a Linda, en el peso de mi culpa, que no me di cuenta del rugido que se acercaba por detrás. De repente, un estruendo ensordecedor me sacó bruscamente de mi ensimismamiento. Un enorme camión de combustible venía a toda velocidad justo detrás de mí, ocupando casi todo el carril. El horror me paralizó por un instante. Sentí la adrenalina recorrer mi cuerpo mientras giraba el volante con fuerza, en una maniobra desesperada para evitar la colisión. El metal chirrió, las llantas chillaron sobre el asfalto y, por un instante que se sintió eterno, vi la mole de acero pasar a centímetros de mi coche.

Mi corazón latía con fuerza. «Gracias a Dios no pasó nada», exclamé, temblando. El susto fue terrible. Pero más allá del susto, una profunda reflexión me invadió. ¿Qué habría pasado si hubiera muerto? ¿Me iría sin pedirle perdón a Linda? ¿Sin decirle la verdad? Este casi accidente era una advertencia, una segunda oportunidad. Tenía que ver a Linda. Tenía que hablar con ella. Tenía que pedirle perdón. Y esta vez, nada me lo impediría, ni siquiera mi inminente matrimonio con Ivana.

Cicatrices de Sal: Tres Historias, Un Destino"Where stories live. Discover now