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Alessa, 12 años. La Toscana, Italia.

La puerta principal se cerró con un leve clic. El eco resonó por los pasillos de mármol mientras mi madre, con su inconfundible porte elegante, guiaba a Christian hasta la sala. Nunca lo había visto, sabía que era hermano de Justin, pero no lo había visto en años.

Me asomé desde la barandilla del segundo piso, escondiéndome detrás de la cortina. Ahí estaba él, alto, con su cabello despeinado y esa sonrisa que parecía iluminar la habitación. Mi corazón, que hasta ahora había sido indiferente, comenzó a latir rápido, de una manera nueva, casi desconocida para mí.

Nunca antes había sentido esto.

Nunca antes me había fijado en un chico de esa manera. Pero, claro, hasta ahora los únicos hombres que había visto eran guardaespaldas, asesores de mi padre, Luca y ocasionalmente, Justin.

Tomé mi diario con manos temblorosas y comencé a escribir.

"Hoy, por primera vez, vi a Christian. Es muy alto... tiene una sonrisa que me hace querer sonreír también. ¿Qué significa esto? No entiendo lo que siento, pero no quiero que se vaya."

El nudo en mi estómago creció de repente, y, con el diario apretado en mis manos, corrí hacia mi cuarto. El sonido de mis pasos resonaba con fuerza en los pasillos, pero no me detuve hasta llegar. Entré, me tiré sobre la cama y me recosté rápido, cerrando los ojos como si estuviera dormida. Mi corazón seguía latiendo con fuerza.

Escuché los pasos de mi madre acercarse. La puerta se abrió despacio, y me obligué a mantener la respiración, intentando parecer tranquila. Sentí su mano suave acariciar mi cabello, y luego el cálido roce de sus labios en mi frente.

Principessa. —susurró. —Descansa. Mañana será un gran día.

Luego me arropó con cuidado antes de salir del cuarto, cerrando la puerta con suavidad. Solté un suspiro cuando me quedé sola, abriendo los ojos al techo. Minutos después, las voces de Luca y Christian llegaron a mis oídos. Estaban en el cuarto que habían preparado para él. La curiosidad se apoderó de mí. Quería verlo de nuevo, no podía evitarlo.

Me deslicé de la cama con cuidado, pisando lo más suave posible mientras me dirigía hacia la habitación de Christian. Golpeé la puerta con suavidad, pero no obtuve respuesta. Esperé unos segundos más y, al no escuchar nada, decidí abrirla lentamente.

Ahí estaba él, acostado en la cama, dormido. La luz de la luna entraba por la ventana y dibujaba sombras suaves en su rostro. Me quedé en la puerta, sin atreverme a dar un paso más, pero sin poder despegar la vista de él. Dormido, parecía tan tranquilo, tan diferente al chico que había visto hacía solo unas horas, lleno de vida y sonrisas.

Mi corazón empezó a latir con fuerza de nuevo. Me acerqué despacio, sintiendo que el calor subía a mis mejillas, y me quedé de pie al borde de su cama, observándolo.

Me quedé unos segundos más, observándolo, hasta que la vergüenza me venció y di un paso atrás, intentando despejar la mente. Salí de la habitación tan sigilosamente como había entrado, cerrando la puerta tras de mí. Me apoyé en la pared del pasillo, con las mejillas encendidas y el corazón acelerado.

A la mañana siguiente, el sol apenas se filtraba por las cortinas cuando me desperté. Mi mente estaba inquieta, reviviendo las imágenes de la noche anterior. Christian. Su nombre resonaba en mi cabeza como una melodía nueva, desconocida. Sabía que hoy lo vería de nuevo, y el simple pensamiento me hacía sentir nerviosa.

Me levanté con cuidado, queriendo que el día comenzara lo más pronto posible. Fui directo al armario y escogí mi mejor vestido, algo que me hiciera sentir bonita. Me arreglé el cabello con esmero, deseando que todo estuviera perfecto. No sabía por qué me importaba tanto, pero la emoción y la curiosidad se mezclaban en mi interior, impulsándome a querer lucir lo mejor posible.

Eternally Bound [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora