Capítulo 38: A Través del Umbral
El sol apenas despuntaba sobre el campamento, y el aire fresco de la madrugada envolvía las tiendas en un silencio profundo y expectante. Aquella sería la última etapa de un largo y doloroso viaje. El suave crujir de las ramas y el aroma a tierra húmeda parecían darle un toque solemne al amanecer, como si la naturaleza misma comprendiera el peso de la travesía que estaban a punto de emprender.
Dentro de la tienda, Alexai se encontraba observando a sus dos hijos, acurrucados a su lado. La quietud de sus pequeños rostros le traía una paz inusual, aunque frágil. Sentía cómo el amor por ellos iluminaba sus días, a pesar de que el miedo lo acechaba. La travesía hacia Zephyria no solo era un viaje físico; era un umbral hacia lo desconocido, una despedida de Eldoria, la tierra que alguna vez fue su hogar.
—Despierta, Alexai, —la voz de Roderich llegó desde la entrada de la tienda. Su tono era bajo, casi cuidadoso, como si temiera perturbar la paz que Alexai encontraba en aquellos instantes con sus hijos. La silueta de Roderich, recortada contra la luz tenue del amanecer, se veía imponente y familiar a la vez, llenándolo de un temor latente, inevitable—. Nos vamos en una hora.
Alexai asintió lentamente, acunando a sus gemelos. Sintió la calidez de sus cuerpos diminutos y cómo sus manitas se aferraban a su camisa, como si no quisieran soltarlo. Por un momento, la fuerza de su amor superaba el temor; ellos eran su luz, una esperanza que no estaba dispuesto a perder, sin importar la dureza de lo que los esperaba en Zephyria.
Los ojos de Roderich se posaron en ellos, y en su mirada había algo distinto, algo que Alexai no lograba comprender del todo. Quizás, incluso, un destello de ternura, aunque fugaz. Mientras terminaba de prepararse, Alexai notó cómo Roderich intentaba mantener su habitual semblante distante, pero la presencia de los gemelos parecía desafiar aquella frialdad.
Afuera, los soldados se preparaban para la partida, revisando las monturas de los caballos y asegurando sus armas. Cuando Alexai salió con los gemelos en brazos, Roderich se acercó, extendiéndole la mano para ayudarlo a subir al carruaje. Aunque Alexai dudó un instante, terminó aceptando la ayuda, y sintió el agarre firme y casi cuidadoso de Roderich, quien lo acompañó con una leve inclinación de cabeza.
Una vez dentro del carruaje, Alexai acomodó a los gemelos, quienes balbuceaban y observaban su entorno con ojos llenos de asombro. Uno de ellos tiró de la manga de Alexai, atrayendo su atención.
—¿Qué pasa, amor? —le preguntó con una sonrisa, acariciando su cabecita.
—Da... da, —balbuceó el pequeño, señalando a Roderich, quien se encontraba sentado frente a ellos.
Alexai contuvo una sonrisa, aunque sentía un leve pinchazo en el corazón. Aún era extraño para él pensar en Roderich como alguien cercano a sus hijos, pero los gemelos parecían aceptar su presencia sin reservas. Al notar la palabra, Roderich arqueó una ceja, mirándolo con una mezcla de sorpresa y desconcierto.
—¿"Da"? —murmuró, apenas asomando una sonrisa.
—Parece que ya empiezan a reconocerte, —comentó Alexai, mirándolo con una leve sonrisa que intentaba esconder sus propios sentimientos encontrados.
Pero, cuando los gemelos se giraron hacia él, sintió el peso de una pregunta que le quemaba en silencio.
—¿Y yo...? —susurró, más para sí que para nadie—. Yo que los tuve nueve meses en mi vientre... ¿por qué no me llaman “mamá”?
Roderich lo miró, sin responder. Por un instante, sus ojos mostraron una comprensión sutil, una que Alexai esperaba encontrar. Sin embargo, fue fugaz, y pronto volvió a su expresión habitual, aparentemente indiferente, aunque sus hijos aún lo miraban con aquella devoción inocente.
Con el carruaje en marcha, Alexai sintió cómo el balanceo le recordaba cada kilómetro que lo alejaba de su hogar. En medio del silencio, los gemelos jugaban entre ellos, balbuceando palabras que solo ellos parecían entender. A veces, Alexai respondía en murmullos, acariciando sus cabecitas, mientras observaba el paisaje a través de la ventana. Sabía que pronto dejarían atrás las tierras verdes de Eldoria y que la transición al árido y oscuro paisaje de Zephyria sería inevitable.
Después de un rato de camino, uno de los gemelos comenzó a ponerse inquieto, tratando de escalar hasta el regazo de Roderich, que lo observaba confundido.
—Parece que quiere estar contigo, —murmuró Alexai, con un tono de sorpresa y algo de humor.
Roderich, dubitativo al principio, extendió sus brazos y colocó al pequeño en su regazo. El bebé lo miró con curiosidad, tanteando su rostro con manitas torpes, mientras emitía sonidos de asombro.
—Quizás... los niños también saben lo que es bueno para ellos, —murmuró Roderich con una mezcla de recelo y agradecimiento.
Roderich levantó la mirada, y durante un instante, sus ojos se encontraron. En esos segundos, ambos parecían hablar sin palabras. Un hilo tenue de comprensión parecía tenderse entre ellos, aunque ninguno se atreviera a reconocerlo. Los pequeños sonidos de los gemelos parecían llenar el espacio de una manera que antes hubiera sido imposible.
Horas después, a medida que el carruaje se acercaba a la frontera de Zephyria, el paisaje cambió radicalmente. Los campos verdes y frondosos quedaron atrás, y Alexai observó un terreno oscuro y áspero que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Los soldados se mostraban más alertas, y la atmósfera se volvía más densa.
—Estamos cerca, —anunció Roderich en voz baja, observando a Alexai, que miraba con cierta aprensión el paisaje desolador que se desplegaba ante ellos.
Mientras avanzaban hacia Zephyria, Alexai no podía evitar fijarse en los habitantes del lugar. Alfas corpulentos de rostros duros y miradas frías, y omegas cuya complexión física era sorprendentemente fuerte, nada parecido a los frágiles eldorianos. Incluso los niños parecían compartir aquella dureza en sus miradas, una fortaleza que, más que naturaleza, parecía forjada por un ambiente implacable.
—Son... Fuertes, —murmuró Alexai, sin poder apartar la vista de aquellos rostros austeros.
—Aquí, la debilidad no es aceptable, —respondió Roderich, sin titubeos. No había rastro de burla en su tono, solo una certeza que parecía inquebrantable.
—¿Y qué se considera debilidad? —preguntó Alexai en un murmullo, acariciando las cabezas de los gemelos casi inconscientemente.
Roderich lo miró con intensidad.
—Ceder. Temer. No enfrentarse a la adversidad. Aquí, desde pequeños aprendemos que el miedo solo atrae la desgracia. Tarde o temprano, tú también lo verás.
Alexai sintió un estremecimiento, no solo por sus palabras, sino por la forma en que lo dijo. Miró a los gemelos y sintió un nudo en el estómago. ¿Eso significaba que sus hijos también serían moldeados por aquella dureza? ¿Que perderían su inocencia en un ambiente donde la debilidad no se perdonaba?
—Pero, —prosiguió Roderich, desviando la mirada hacia los niños, —no tienen por qué ser como yo. Tienen algo... diferente. Quizás será tu influencia.
Alexai lo miró sorprendido. Aquellas palabras, aunque no fueran un compromiso directo, parecían mostrar una apertura a algo que él mismo temía perder en Zephyria. La esperanza.
Finalmente, el carruaje llegó a su destino. En el horizonte se alzaban los muros oscuros de Zephyria, altos y amenazantes, como guardianes de un mundo diferente. Los portones se abrieron lentamente ante ellos, revelando una ciudad de piedra, con edificaciones imponentes y una actividad constante que se percibía en cada esquina.
Alexai miró a su alrededor, sintiendo una extraña mezcla de asombro y temor. Los habitantes los miraban pasar, algunos con curiosidad, otros con recelo. La sensación de ser un extraño en tierra ajena era más intensa de lo que había imaginado.
Roderich extendió una mano hacia él, sujetándolo con firmeza.
—A partir de ahora, nada de esto te pertenece. —le dijo, su voz un recordatorio contundente—, pero puedes encontrar tu lugar aquí, si lo deseas.
Alexai no respondió de inmediato. Observó a sus hijos, que parecían fascinados con todo lo que los rodeaba, y sintió cómo aquella nueva etapa en su vida apenas comenzaba.
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El Lirio Y La Espada (Omegaverse)
Fanfiction-p-por favor no quiero- Nunca quise esto. -Solo s-soy un niño -Solo eres un esclavo, un botín de guerra que abre las piernas y trabaja cuando yo lo ordeno